Casa Estadio lleva 73 años vendiendo fútbol en Chile
La señora María, de 85, regenta la tienda más antigua del país. La Copa América les ha venido bien. La gente consume fútbol estos días y hay un incremento claro de ventas.
Si hubiera sabido de su visita me habría maquillado un poco”, advierte con guasa la señora María. Tiene 85 años. Suya es la tienda más antigua de fútbol de todo Santiago, de todo Chile. La Copa América la ha devuelto al mapa. La gente consume fútbol sin parar estos días. También en el corazón de la capital, junto a la Vega Central, el bullicioso mercado de abastos en el que la gente comercia a diario. En medio del tumulto, un alargado local, en realidad un piso, perdura al paso del tiempo con un amor por el fútbol que sólo a través de la familia es traspasable. Se llama Casa Estadio y fue fundada en 1942, cuando Brasil todavía no tenía Mundiales, ni la Copa de Europa existía, ni la liga chilena estaba siquiera profesionalizada.
“El origen fue un negocio de deportes. Lo fundó Renato Acevedo, mi marido. Poco a poco fue creciendo y llegó a ser uno de los más importantes en su tiempo. Incluso creamos una liga para los clubes de barrio. Nosotros también tuvimos un equipo, el Iberia, compuesto por inmigrantes catalanes”, recuerda la señora María. Tras el fallecimiento de su marido, ella —junto a su hijo Renato y también una prima— lleva personalmente el local.
Es martes por la mañana y la gente no para de entrar. “Venimos a encargar un uniforme completo para nuestro club, el José Filomeno Cifuentes. Es el tercero más antiguo de Chile, aunque estamos en categoría amateur”, explica un joven. Los encargos van de cuatro a cinco por semana. Se hacen 14 prendas, al gusto exacto del cliente, y se cobra por pieza de 8.000 a 15.000 pesos, de 11 a 22 euros. Las camisetas se fabrican y diseñan en la propia tienda. Se encarga la tela, se trabaja con ella y se adhieren los números. Todo artesanal.
En esta época de mercadotecnia y derechos, los negocios familiares como Casa Estadio se ven muy atados. “No podemos hacer réplicas. La camiseta de Chile, por ejemplo, puede ser roja pero sin ser exactamente igual que la oficial ni llevar el escudo”, dice Renato, el hijo de la dueña, mientras estampa un dorsal.
Competencia. En cuanto a los balones y las botas, el problema es otro muy distinto: el mercado asiático. “Siempre hemos confeccionado camisetas, pantalones, balones, botas… Todo. No había nada que no se hiciera en Chile. Aún hacemos botas y pelotas, pero ese negocio se está acabando porque no hay maestros. Teníamos un maestro que se murió de pena porque lo que él hacía llegaba más barato de Asia. Es más barato, sí, pero no tiene la misma calidad”, cuenta desde el corazón la mujer.
En un par de vitrinas acristaladas guardan objetos que han ido quedando antiguos, reliquias, hasta casi conformar un museo. Entre ellas dos botas de 1962, cuando Chile acogió el Mundial. “Eran de cuero natural y la suela se cosía a mano. Las hacíamos aquí mismo. Se unían con clavitos pequeños. El lunes a veces nos venían con los pies destrozados porque se los habían clavado”. Lo rememora la señora María con ojos cristalinos y tono maternal, mientras sus camisetas, sus botas, sus bufandas, sus balones, su familia y su vida descansan detrás. Ella es la Copa América. Quién si no.
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