ASÍ VIVEN LOS TRABAJADORES DEL MUNDIAL
“En Qatar no hay esclavitud y se respetan todos los derechos”
Disponen de piscina y gim. Trabajan de 48 a 60 horas semanales a 32 grados. Tienen internet y médico. Negativo: un tráfico infernal, atascos y obras por toda la capital.
En las obras del estadio de Al Wakrah, a 14 kilómetros de la capital de Qatar, Doha, trabajan medio millar de obreros. Y una mujer, Megan, una abogada australiana madre de tres hijos, es la que parte el bacalao. “Me ocupo de los recursos humanos, de las contrataciones y del seguimiento de los trabajadores. Estoy contenta, bien pagada y no he tenido problemas”. Ojos azules y piel clara, que contrastan con los de Mónica, otra mujer, andaluza. “Yo también estoy bien aquí. Sólo me quejo de que en el trabajo no me dejan llevar pantalón corto. Paso mucho calor. ¡Y eso que soy de Marbella”. Mónica tiene 18 años y estudia Turismo. Trabaja en la piscina del hotel St. Regis muy cerca del lujoso barrio de La Perla donde fondean yates de 50 metros.
El Gobierno de Qatar ha abierto las puertas de los barrios obreros para “certificar que aquí no hay esclavitud ni malos tratos. Lo que se dice de las condiciones de los trabajadores es para contaminar”, afirma Sadeq, árabe de Jordania, que lleva doce años en un país en el que se siente “querido y respetado”. Los obreros de Al Wakrah son en su mayoría asiáticos, de siete nacionalidades distintas. La constructora norteamericana AECOM se ocupa de la construcción del estadio, aunque es una empresa local, HBK, la que firma a los trabajadores. Kiran Bairagi, un ingeniero de Calcuta, vigila que se cumplan las normas. “No hemos tenido ningún problema, más allá de alguna discusión por las máquinas del gimnasio, que son pocas para tantos”. Los obreros viven en una urbanización que efectivamente tiene un gimnasio. Y una piscina cubierta, una sala para internet y una mezquita para los musulmanes, la religión del país y la de la mayoría de los obreros que trabajan en Qatar. Viven en módulos con cocina, comedor y baño. Son dieciocho trabajadores por vivienda, nueve por planta y tres por habitación. “En esto de los dormitorios las mujeres tenemos ventaja. Nosotras somos dos por habitación. Yo vivo con una chica serbia”. Lo cuenta Mónica, la de Marbella.
Los obreros, eso sí, viven sin sus familias. Y han de cumplir lo que firman, salvo por causa extrema. “En el país nos falta gente. Faltan personas para cumplir con los compromisos. Les pagamos un buen sueldo porque necesitamos su ayuda. Pero no pueden irse, dejar esto a medias y a Qatar en vergüenza”, lo cuenta uno de los doscientos mil qataríes (menos del diez por ciento de la población del país) que defiende el Khafala. Es Faysal (cuyo nombre significa firme).
Otros compatriotas suyos esquivan el asunto, aunque reconocen que los sueldos, pese a ser cuatro veces mayores que los que los trabajadores podrían tener en sus países, pueden parecer justitos en Occidente. Tienen argumentos: “Podemos discutir sobre si la cantidad es justa o no. Pero en Europa hay contratos precarios, incluso ilegales, y eso aquí es imposible”, dice Hakim (nombre que significa sabio).
Entonces, ¿es oro todo lo que reluce? No. Faltan escuelas y sobra tráfico. Cada familia tiene entre tres y cinco coches (un litro de súper vale 15 céntimos de euro y un café cuatro). Depende del número de hijos. Niños y niñas no pueden ir al mismo colegio. Los padres y los coches se multiplican. Aún no hay metro. También está en construcción. Los atascos pueden ser eternos. Como los de la M-30 durante los túneles para la nube de Madrid 2012.