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Café, Copa y Fútbol | Raúl Arévalo

“No sé si Leo Messi es mejor, pero yo soy fan de Cristiano”

Maneja el balón como un futbolista; clava a la perfección al poli taciturno de La isla mínima o puede ser el cómico más ocurrente. Y es que Raúl Arévalo tiene talento.

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“No sé si Leo Messi es mejor, pero yo soy fan de Cristiano”

¿Recuerda por qué se hizo del Real Madrid?

—Nunca sabes de dónde viene la afición. Supongo que por mi padre. Pero ahora que lo dice, ha habido momentos en los que me he preguntado, ¿por qué soy del Madrid?

—¿Se lo ha planteado?

—Sí, alguna vez. En esos momentos malos o raros del equipo. Incluso he llegado a enfadarme y pensar en cambiarme. Pero es imposible. Jamás cambiaría de equipo, no me sale. Antes me cambiaría de partido político.

—Siendo de Móstoles a lo mejor fue por Casillas.

—Es cierto que Casillas tira mucho allí, es lógico. Ha sido y sigue siendo un ídolo. Pero en mi caso cuando Casillas empezó a despuntar ya me había ido de casa y estaba con mucho jaleo intentando abrirme camino. Siempre fui del Madrid porque en Móstoles no teníamos otras referencias. Hubo una época en la que pensamos que el Móstoles iba a subir a Segunda. Nos vinimos todos arriba, pero al final no hubo manera.

—Hemos visto que tiene maneras dándole al balón...

—No se crea. Es verdad que he jugado mucho al fútbol, pero en mi barrio no era de los que despuntaba. Había chicos que jugaban muy bien. Me acuerdo mi amigo Nacho, que llegó a Segunda B con el Móstoles, o Míchel II, que jugó en el Rayo. Me gustaba con locura el fútbol y he jugado muchísimo en el barrio, pero enseguida comprendí que no era lo mío

—Su padre tenía un bar, ¿le gustaba ver allí los partidos?

—Más que en el bar de mis padres, que está en Madrid, he visto muchos partidos en los bares de mi barrio. Pero no se crea, nunca me ha gustado. Me molesta la gente bebida que se pone a dar gritos. Yo prefiero verlos en mi casa.

—Tampoco le ha interesado el tema de la hostelería.

—He visto a mi padre trabajar más de cuarenta años en la hostelería, le he visto en momentos de estar muy quemado. He puesto muchas cañas, muchos aperitivos y sé perfectamente el sacrificio, el esfuerzo, la cantidad de horas que supone. Por eso cada vez que he escuchado a un amigo decir eso tan típico de “¿por qué no ponemos un bar?”, le aseguro que me da urticaria. No me gustan los bares para trabajar ni para ver el fútbol.

—¿Le gusta ir a los estadios?

—Me encanta. Me vuelve loco el Santiago Bernabéu, que es un estadio maravilloso. Pero le diré que donde más me ha impresionado el fútbol, por ese ambiente bestial, es en Argentina. Recuerdo estar rodando y acudir con el actor Luis Tosar a ver un partido del Racing de Avellaneda. Aquello era una cosa excepcional. Una emoción tremenda. No hay un solo seguidor del equipo contrario. Y luego está el tema de las canciones. Se lo curran muchísimo. No hay un segundo de pausa, parece un concierto.

—Eso no se ve en el Bernabéu.

—Bueno, no es mejor ni peor, es otra cosa. El Bernabéu tiene su propia personalidad. Es un público quizá más frío o más exigente. Pero es un estadio que impresiona, es una maravilla. No me parece tan importante lo de las canciones. Es verdad que la pasión que le ponen en el fútbol argentino, en sus estadios, es algo asombroso.

—Lo más parecido aquí es el Vicente Calderón.

—Tengo una anécdota buenísima en el Calderón.

—Cuente, cuente.

—Cuando rodaba la serie Con el culo al aire, interpretaba a un personaje que era muy madridista y que estaba enamorado de una chica del camping, un poco macarra y además del Atleti. A los guionistas se les ocurrió la diabólica idea de que me tenía que declarar durante un partido en el Calderón. Total que, tras conseguir el permiso, rodamos en el último partido de Liga, me acuerdo que era el Atleti contra el Mallorca. Durante el descanso avisaron por los vídeomarcadores que íbamos a grabar una escena. Todo el mundo empezó a prestar atención. Y resulta que ella en el guión me decía: “Pero si tú eres del Madrid, ¿qué haces aquí?” Y yo tenía que responder: “Aunque sea del Madrid vengo a pedirte matrimonio ante la mejor afición del mundo”. Bueno, pues no hubo manera.

—¿Por qué?

—Pues porque cuando la escucharon decir que yo era del Madrid, la gente empezó a pitar y cada vez más fuerte, y entonces los del Frente empezaron a cantar a grito pelado: “¡¡¡Vikingo muérete, vikingo muereeeeeteeeeee!!!” Bueno, un escándalo. La gente se moría de risa. No había manera de que nos escucharan y finalmente las frases las tuvimos que grabar en el estudio. Fue un lío tremendo, pero muy cachondo.

—Entonces ya era usted famoso, pero ¿de dónde le viene la vocación?

—No tengo ni idea, no hay ni un solo antecedente. Mis padres tienen un bar y de mis amigos nadie se dedica a esto. Recuerdo que cuando llegué a COU me apunté a un curso de teatro y me gustó tanto y le dediqué tanto tiempo que al final hasta repetí curso. Luego empecé a estudiar Historia y me apunté a la escuela de Cristina Rota. También dejé la carrera porque lo de actuar me tenía absolutamente enganchado. Me acuerdo que entonces iba a ver las obras de Alberto San Juan y Animalario y soñaba algún día trabajar con ellos.

—Entonces apareció la serie ‘Compañeros’.

—Fue lo primero que hice, pero la recuerdo con sabor agridulce. Por un lado era mi primera experiencia profesional, pero también era ya cuando la serie estaba dando sus últimos coletazos. Se había ido la pandilla original y los que entramos entonces no funcionábamos igual de bien. Se mezclaba la ilusión de la primera vez con la sensación de cuenta atrás y un equipo demasiado quemado. Todo se acabó a los diez meses.

—¿En qué momento tuvo la sensación de que se había hecho definitivamente actor?

—Tras la serie tuve una época muy difícil. Se me acabó el dinero, hacía teatro con los amigos sin cobrar y empecé a trabajar de todo. Promocionaba zumos de fruta en grandes almacenes, en el bar de mis padres, montando carpas para bodas... Así durante cinco años. Hasta que conseguí mi primera película.

—¿Cómo fue?

—Una casualidad. Estaba entonces trabajando en Ikea y me avisaron para ir a un cásting de una película que se llamaba Azul, oscuro, casi negro. Tuve que hacer cinco pruebas pero me cogieron y conocí a Daniel Sánchez Arévalo. Lo curioso es que a los cuatro meses de terminar la peli, me llamaron para la última tanda del cásting para una película de Antonio Banderas, y también me cogieron. Y de esa enganché con otra y ya no paré. En abril va a hacer diez años. Luego vino la película Primos y aquello ya comercialmente fue tremendo.

—¿Cómo ha vivido el que su compañero Javier Gutiérrez se lleve todos los premios por ‘La isla mínima’ donde comparten protagonismo?

—Lo que yo he vivido con Javier no se puede comparar con ningún otro proyecto ni con ningún otro compañero. Lo que hizo por mí detrás de las cámaras fue tan grande, tan generoso y tan fundamental que es imposible entrar en ningún tipo de competencia con él. Javier cuidó de mí de una forma increíble a la vez que hacía un trabajo personal maravilloso. Por mi parte es de un agradecimiento enorme porque sin Javier este trabajo jamás lo podría haber sacado adelante. Verle triunfar es para mí un orgullo y una enorme satisfacción.

—¿Y cómo se ve usted en la película?

—No se crea, no le doy muchas vueltas. Ni siquiera sé si es mi mejor trabajo. No me obsesiono demasiado con esas cosas. Hice el trabajo que tenía que hacer y el que Alberto, el director, me pedía.

—Y ahora, siendo tan joven, va a pegar el salto a la dirección.

—Lo de joven lo dirá usted. Tengo 35 años así que ya sería un jugador retirado.

—No se crea, Manuel Pablo jugó con el Depor de central en el Bernabéu y tiene 39.

—Es cierto y además tuvo una lesión gravísima cuando pudo haber sido el mejor lateral de España. Menudo pedazo de jugador. Qué entrega y qué profesionalidad. Da gusto verle.

—¿Y lo del salto a la dirección?

—Es lo que siempre he soñado. Y ahora parece que lo voy a cumplir por fin. Tengo la financiación y creo que en mayo podremos empezar. Cuento con los actores Antonio de la Torre y Luis Callejo, un guión que he escrito con mi amigo David Pulido y voy a rodarla entre Móstoles y el pueblo de mis padres, Martín Muñoz de las Posadas, en la provincia de Segovia.

—El director como el entrenador tiene que estar a todo. ¿No le da vértigo?

—Es lo que más me gusta, lo que me apasiona. Mis amigos dicen que como soy muy cotilla y me gusta estar en todos los fregados, es lógico que me apasione. Lo que yo pretendo es ser un coordinador de todo un equipo de gente que son los que finalmente llevan a cabo la idea. Me apasiona gestionarlo todo, estar pendiente y coordinar el esfuerzo.

—¿Ha bajado el listón reivindicativo de los Goya?

—Sencillamente es que no sé qué más se le puede decir al ministro Wert que no se le haya dicho o que él no sepa. Los Goya es la fiesta del cine y este año hemos celebrado una recaudación fabulosa. El ministro sabe perfectamente lo que pensamos y se lo pasa por el forro. Qué más le vamos a decir; es una pérdida de tiempo.

—¿Cuál es el mejor futbolista que ha visto?

—Si pudiera elegir cuatro, le diría: Maradona, Messi, Cristiano y Zidane. Cada uno con sus cosas. Yo soy muy fan de Cristiano. ¿Es Messi mejor jugador que Cristiano? No lo sé, quizá en determinado momento. Pero si tengo que elegir me quedo con el portugués. También he disfrutado mucho con Zidane, el jugador con más clase que he visto. Aunque hay otro que no suele salir en las quinielas. ¿Le cuento?

—Por supuesto. Cuente.

—Un director de cine me explicó que charlando un día con Xabi Alonso y con Granero sobre el mejor jugador que habían tenido cerca, los dos coincidían en que el tipo con el que habían compartido momentos más asombrosos no era otro que Guti. Y que Zidane decía lo mismo. Aseguraban que lo que hacía Guti jugando de tú a tú en un entrenamiento, no lo habían visto nunca. Para que tú veas.