REAL MADRID 3-ATLÉTICO 0
El Madrid deshace al Atlético
El Madrid puso el fútbol y también le ayudó la suerte en dos de los tres goles. Marcaron Pepe, Jesé y Di María. Mucha tensión, acciones feas y Diego Costa se perderá la vueltaSevilla - Leganés: Copa del Rey
El Madrid no imaginó un partido así; sólo pudo soñarlo. Ganar con tres goles y merecerlos, barrer al Atlético, restablecer el orden mundial, jugar y divertirse, acariciar la final. Eso ocurrió en el derbi. El anfitrión se dio un homenaje y enterró el recuerdo de sus dos últimas derrotas, aquellos reveses, hace mil años ya.
El partido perteneció al Madrid. Enteramente. Extrañamente también. Se esperaba un Atlético más feroz, en defensa o en ataque. Pero nunca pasivo. Jamás expectante. Y eso hizo. Esperar sin morder. Ceder al Madrid el balón y entregarle diez metros de su campo. Cada vez que el Atlético robaba, y robaba poco, le quedaba un desierto por atravesar. Terreno minado, además. Arbeloa, Pepe, Sergio Ramos. Un ejército de Tarantino.
El Madrid disfrutó de esa comodidad inesperada. Relativa, por supuesto. Teórica, sobre todo. En la práctica el partido estaba repleto de golpes y patadas, de empellones a la vista de todos y de puñaladas de tapadillo. Sin embargo, la pelota era madridista. Y la iniciativa. El juego, en definitiva.
Algo le ocurría el Atlético. El cansancio es una explicación. Siempre imaginamos que el fondo de armario (su ausencia, más bien) sería un problema. La acumulación de partidos. Eso sirve para justificar que no presionara en el mediocampo. Pero había algo más. Algo espiritual, astrológico. A los siete minutos Miranda, tipo fiable, cometió un fallo clamoroso al querer despejar la pelota. La pifia hizo que el balón casi terminara en gol. Ese error desestabilizó al Atlético en cadena, y le metió miedo. El córner consiguiente provocó otra ocasión de gol, un cabezazo de Benzema que tropezó en Gabi. Courtois, por cierto, se había quedado a media salida. Malos síntomas.
No es que el Atlético no diera dos pases seguidos. Es que no daba dos pasos. Fallaban los que no suelen y fallaba quien parecía llamado a hacerlo: Insúa. El argentino, relevo de Filipe, es el más postizo de los suplentes del Atlético, el menos integrado. Jesé descubrió su debilidad cuando ocupó la banda derecha; después de dos carreras, el lateral ya odiaba a los niños tanto como Herodes. Pero Jesé no sería el único en probarle; el infortunio también lo hizo, poco después.
Los escasos minutos en que el Atlético controló el juego fueron obra de Diego Ribas, un par de pases con sentido y oxígeno, poco para él. La única oportunidad visitante en la primera parte llegó entonces. Gabi buscó el área y Arda cabeceó desde la frontal con todo el veneno posible. Casillas se estiró para despejar el peligro, con solvencia, con catorce años de experiencia.
El Madrid dominaba, pero le faltaba provocar el desequilibrio que propicia los goles. Lo logró Di María. Su caos es el remedio perfecto cuando hay que romper el orden. Se trata de un jugador controvertido, y más aun de centrocampista, pero quienes lo discuten deberían preguntarse si lo quieren para su equipo o para el contrario. Así es más fácil.
El caso es que el argentino se zafó de dos rivales y conectó con la subida de Pepe, al que invitó a chutar. El disparo del central, aparentemente desviado, tocó en Insúa y se hizo mortal. Mientras Courtois volaba hacia ninguna parte debió recordar que sus fantasmas siempre visten de blanco. Insúa no se debió sentir mucho mejor.
Así estaban las fichas y así el tablero, cuando Diego Costa entró en acción. Se peleó sucesivamente con Pepe, Arbeloa y Sergio Ramos, unas veces como verdugo y otras como víctima. No le importó lo más mínimo encontrarse a una tarjeta amarilla de la suspensión en Copa. Rozó la roja y estuvo cerca de provocar expulsiones en ambos bandos. Se preocupó más de que Pepe viera una tarjeta (la vio) que de marcar un gol o favorecerlo. Desperdició su talento y, por último, recibió la amarilla que debió evitar. Su contribución a la lucha libre no se pone en duda, pero el resumen es que no hizo nada por su equipo.
El ruido interrumpió el partido y la reacción del Atlético. Los minutos pasaron más rápido y el Madrid fue ganando confianza. Nada le amenazaba. Al contrario. Jesé le daba una marcha más al equipo en cuanto controlaba el balón. El chico propició una doble oportunidad, con tiro propio y después con volea de Modric. Courtois desbarató ambas, pero no se liberó del tembleque. No olvidemos que Jesé jugó gracias a la incomparecencia de última hora de Bale, que horas antes recayó de su lesión.
Lo lógico era pensar que el Atlético cambiaría después del descanso. Imaginamos que una buena arenga de Simeone despertaría a su equipo; esperamos un cambio acertado, un sutil movimiento estratégico. No ocurrió nada de eso, o no lo apreciamos. Cebolla entró por Diego, nada más. Y el Madrid suspiró: hay noches en las que todo sale bien.
A los once minutos de la reanudación, volvió a marcar el Madrid. Di María condujo por la izquierda, oteó el horizonte, advirtió el desmarque de Jesé, y le puso un balón que era un regalo con lazo rojo. El niño metió la puntera y batió a Courtois, de nuevo una sombra de sí mismo.
El Atlético recurrió al orgullo. Pero el orgullo sirve de poco cuando las piernas pesan y los pulmones no alcanzan para tragar tanto aire. Pese a todo, el vecino estuvo muy cerca de vivir una vida mejor, de tener una esperanza y una noche más tranquila. A la salida de un córner, Godín cabeceó desde el segundo palo, solo, picado, tan despejado de rivales que el gol fue cierto hasta que Modric lo evitó bajo palos.
El grito de alivio del Bernabéu fue la ola sobre la que surfeó Di María, ese muchacho incapaz de estarse quieto; quizá por eso se acomodó aquella noche, al ser sustituido y obligado a detenerse, ya conocen el refrán: cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo.
El disparo de Di María tuvo la misma suerte que el tiro de Pepe: tocó en un defensa (Miranda) y condenó a Courtois. Carambola, dirán. Sin embargo, para marcar un gol hay que probar mil veces y romper muchos cristales, dominar, asediar, volcarse y creer. Eso hizo el equipo de Ancelotti. Primero ganó la batalla del mediocampo con Xabi y Modric, y partir de esa victoria encadenó las demás. La conclusión es que tiene un pie en la final. El temor del Atlético está cerca de cumplirse. Dejarse jirones de piel para nada. O peor que eso: para agigantar al Madrid.
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