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De Santillana a Cristiano

Casi 19 años después de una foto inmortal, la que simboliza la habilidad cabeceadora del legendario Santillana, Cristiano dibujó un salto muy parecido en el Teresa Herrera.

De Santillana a Cristiano

Casi 19 años después de una foto inmortal, la que mejor simboliza la habilidad cabeceadora del legendario Santillana, Cristiano dibujó un salto muy parecido en el Teresa Herrera, similar en la dificultad y casi exacto en la altitud y en la posición del obstáculo. El alarde de Cristiano no le permitió marcar gol (sí a Casemiro), como tampoco lo consiguió Santillana ante el Rijeka, una noche de noviembre de 1984, dieciseisavos de final de la UEFA. Sin embargo, las respectivas fotografías no necesitan del gol para constatar la cualidad principal de sus ilustres protagonistas: la potencia. Si la de Santillana era vertical, la de Cristiano resulta tridimensional. Los cuerpos avanzan que es una barbaridad.

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A Santillana (madridista entre 1971 y 1988) no se le hicieron sesudos estudios de biomecánica. Se sabe que mide 1,76 y que saltaba por encima del larguero (2,44) porque por allí se le vio asomar la cabeza en bastantes ocasiones. Con Cristiano (1,86) sí existe documentación científica. El doctor Neal Smith, experto en biomecánica de la Universidad de Chichester (Inglaterra), determinó en 2011 que el portugués era capaz de elevarse 78 centímetros, siete más que la media de jugadores de la NBA, lo que le dejaría a 41 de una canasta sin estirar los brazos. Su fuerza de despegue (G-force) la situó el doctor Smith en 5g, a niveles de cohete casero.

Los ingleses ampliaron esos estudios cuando Cristiano marcó la pasada temporada un gol de cabeza por encima de Evra, en la Champions. Según se dijo, la posición de los pies, más retrasados que la espalda, eleva el centro de gravedad y provoca la impresión de ingravidez del cabeceador.

Santillana, como se puede observar, remataba precisamente así. Y es probable que también lo hicieran otros cabeceadores míticos. Cada país tiene el suyo. En Brasil se habla de Pelé (naturalmente) y del setentero Dadá Maravilha, que atribuía su potencia de salto a la habilidad que desarrolló de niño para saltar vallas mientras huía de la policía. El argentino Martín Palermo, otro insigne, aseguraba que sus inicios en el voley le valieron para tomar distancias con el balón e impactarlo en el momento justo.

Antes de la Segunda Guerra, Matt Busby apodó al inglés Dixie Dean como "el terror de los defensas" y años después el prodigioso húngaro Sandor Kocsis fue el primer ariete en ser bautizado como "Cabeza de oro". El ecuatoriano Spencer, más modesto, fue llamado en los 70 "Cabecita mágica" y para el hondureño Carlos Pavón quedó un sobrenombre de superhéroe: "Sombra voladora".

Temibles. Lofthouse, McGrory, Eusebio, Riva, Zamorano, Borgetti y, por supuesto, los españoles. Zarra fue aclamado como "la mejor cabeza de Europa después de Churchill", de Gárate que cabeceaba con frac y Santillana recuerda que los cabezazos de Quini eran como una coz. De todos ellos queda el recuerdo y la admiración, pero no todos tienen foto en la estratosfera. Cristiano y Santillana, sí.