REAL MADRID 5-AL SADD 0
¡Cómo no te voy a querer!
El gran capitán demostró en su homenaje que continúa estando en forma. Jugó un tiempo con cada equipo y marcó un gran gol de blanco. El Bernabéu se rindió: ¡Raúl, Raúl, Raúl!
Fue el maravilloso sueño de una noche de verano. Estábamos en el año 2009. El capitán era el de siempre. Raúl. El futbolista imperecedero. A medida que me acercaba al santuario del Bernabéu, sólo veía camisetas del 7. La retro de los años 90, la negra del año que ganamos la Octava con un gol de mediofondista en París, la de la Novena en Glasgow, la del Schalke, la del Al-Sadd... Raúl estaba en el vestuario local. En el de toda su vida. En el que forjó una leyenda que perdura. Él solito llenó la plaza, como si fuese su amigo Ponce encerrándose con seis vitorinos. Mis ojos vieron reventas haciendo su agosto. Sólo 80.000 podremos decir: “Yo estuve esa noche en el homenaje a Raúl...”.
A las diez llegó el primer momentazo de la mágica velada. Saltó a calentar junto a Cristiano, Kaká, Ramos, Casillas... Me pellizcaba y no me podía creer que la pesadilla de estos tres años sin Raúl hubiese sido producto de un vacío colectivo en nuestras memorias. De hecho, Raúl lideró el calentamiento, gritó y jaleó a sus compañeros como en los viejos tiempos, disputaba la pelota en los rondos como si le fuese la vida en ello... En los videomarcadores empezaron a poner sus hazañas, tantas que hubiese hecho falta un metraje más largo que el de la película Gandhi para hacerle justicia. Las lágrimas empezaron a resbalar por los rostros del personal. Sabíamos que el sueño iba a durar 45 minutos. Sólo. Era mejor no pensarlo. Carpe Diem. Disfrutemos este momento soñado durante tanto tiempo...
Hasta el Rey Juan Carlos no quiso perdérselo en un Juego de Tronos improvisado. Cuando Raúl enfiló la grada camino del Palco para recibir una maqueta de plata de la Cibeles, la plaza se puso boca abajo. Rey de Reyes.
Y empezó el vals de nuestros blancos corazones. Los canteranos le hicieron pasillo y la grada bramó coreando con orgullo ese nombre que suena como el club: RAÚL MADRID. Y Casillas le cedió su brazalete de capitán. Éxtasis en el estadio. El gran Capitán recuperaba ese mando en plaza que nunca debió perder. El partido era lo de menos. Se trataba de masticar y disfrutar de cada toque, cada desmarque, cada control, cada amague, cada remate del siete... Pasaban los minutos y se iba macerando el instante que anoche llenó de orgullo madridista a miles de personas. Le llegó un caramelito de Di María, la pinchó con maestría y con su zurda la puso pegada al palo. Raúl en estado puro. Raúl en vena. Gol 369 con la camiseta blanca e impoluta de su amado Madrid. A los dos minutos lanzó al poste. Locura colectiva. La grada se viene arriba: “¡Raúl, Selección, Raúl, Selección!”. A llorar toca.
El segundo acto sirvió para recordarnos que Isco, Jesé y Morata garantizan el relevo generacional y respetan la semilla que sembró el mito de la Colonia Marconi. Españoles con talento y orgullo de camiseta. Tras la manita, Raúl volvió al ruedo, cogió el capote de Toñín el Torero y nos regaló sus últimos lances con maestría. Le mantearon sus compañeros (lo siguen siendo). Y se abrazó a la grada. Mi pequeño Marcos me dijo: “Papá, ahora entiendo por qué le admiras tanto”. Raúl, cómo no te voy a querer.