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BÉLGICA 0 - FRANCIA 0

Benzema fue despedido con pitos tras un mal partido

El jugador madridista no estuvo acertado. Tuvo dos ocasiones de gol que desaprovechó y estuvo desconectado en muchos tramos del encuentro.

Actualizado a
Benzema durante el encuentro contra Francia.
Benzema durante el encuentro contra Francia.JULIEN WARNANDEFE

Francia y Bélgica se dejaron la pólvora. Cero a cero con sinfonía de Ribéry y muy poco de Benzema. Exorbitante De Bruyne, y un bosquejo de Hazard. Fellaini como un espejismo y una Francia bipolar, supeditada a como acostumbra en tiempos modernos. Platillo sabroso en Bruselas, aunque falto de cocción.

El primer acto discurrió entre las insinuaciones de una Bélgica atarantada, con miedo escénico, y las incursiones eléctricas rejuvenecida Francia de Deschamps, comandada por Ribéry y el milagroso Abidal, enfundado de blue por vez primera en casi un año. Bélgica atizaba el medio campo, demasiado adelantados Fellaini y De Bryune; Francia aprovechaba el desbarajuste. Ribéry galopaba por el campo del Balduino como un paseo por la campiña francesa, y torturaba a Alderwiereld y Kompany.

No tardaron los ‘Diablos Rojos’ entrar al golpe a golpe. El dictado de De Bruyne comenzó a dominar el centro del campo, y a Bélgica le empezó a correr la sangre por las venas. Primero fue autor de comba embolsada por Lloris. Luego de una pintura, con trazos estilo de la escuela flamenca del arte gótico: con la espuela antecedió el pase cruzado de Hazard, que citó a Lukaku de cara al gol, sólo para empujar el cuero. Un trazo pintado por Rogier Van Der Weyde. En adelante el encuentro se instaló en la vaguedad, hasta que Benzema, extraviado y extraño, disparó sobre el arco cuando expiraba el primer tiempo tras una maravillosa asociación con Ribéry, figura excluyente, hasta entonces.

Cuando la cortina se volvió a abrir, el partido seguía en el mismo tenor, el límite entre la catarsis y el letargo. De Fellaini sólo avistábamos los rulos, que deambulaban por el campo, y pocas noticias había de Hazard. En plena incertidumbre, un concierto de despejes desatinados en la retaguardia belga acomodó a Benzema contra Courtois, al quite surgió el portero colchonero, en plan suicida, la cara de frente al balón y las piernas extendidas. La valentía le bastó para tapar el misil del madridista.

No pasó mucho para que De Bruyne, el eje rector de Bélgica, sorprendiera a Lloris, con un tiro maquillado de centro. El arquero dejó la pelota muerta, suplicante frente al arco, sin que nadie llegara a empujarla. Llegó el habitual carrusel de cambios, del cual surgió Mirallas, quien entró al partido demasiado frío. Cuando De Bruyne, de nuevo inmenso, le citó cara a cara con Lloris y media portería abierta, recibió y apuntó a la Gran Place. La pelota aún está cayendo.

Ribéry seguía en su usual rol hiperactivo, pero desprovisto de comparsas que toquen a su ritmo. Ejercía de solista; interpretaba una sonata patética en el Teatro La Monnaie. Era un violín concertino en plena sinfonía de violas desafinadas, incluida la de Benzema, despedido con pitos del campo al minuto 73. Un perfecto resumen de su desempeño.

El partido, no obstante merecía un gol, al menos. Benteke seguía el legado de Lukaku, llegaba tarde a todas las citas. A las contras mortíferas de Bélgica, como un pelotón en plena invasión, les faltaba dinamita. A la guerra sin fusil. Francia no quiso saber mucho más. La bolea de Giroud con el tobillo, que se marchó con rumbo a París, tras una enésima incursión de Ribéry, en cuyos pies arrastraba a los vestigios de la retaguardia belga. Y una última plegaria de Fellaini, que se elevó lejos y se perdió en la noche bruselense, sirvió para cerrar el telón. Un cero a cero con brillantina y pintura. Un partido con sazón, mas sin picante. Una sonata sin acorde final.