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ATLÉTICO-REAL MADRID

El otro Madrid alarga la condena

El Atlético se adelantó pronto, con cabezazo de Falcao, pero luego se perdió. Y el Madrid, lleno de suplentes, remontó gracias a un autogol de Juanfran y una galopada de Di María.

MadridActualizado a
Di María celebró así el gol de Di María.

Hay tradiciones con menos solera que el dominio madridista en los derbis. Veinticinco partidos después y casi catorce años más tarde nada cambia. Se impone el Madrid de alguna forma ya vista y pierde el Atlético como juraríamos que ya hizo en otra ocasión. Varían los detalles, el tipo de desgracia y el nombre de los goleadores. Varía el nivel del partido. En este caso, entre subterráneo y abisal.

El fútbol, por lo demás, no es un deporte que se pueda practicar con ansiedad. Quedó claro en el derbi. Tantos deseos tenían los atléticos y tantos ardores los madridistas que el juego se transformó en gimnasia sueca. O dicho de otro modo: desapareció el sentido lúdico del fútbol. La pelota dejó de ser un juguete para ser tratada como una llave inglesa. Y el efecto fue inmediatamente demoledor: si los de abajo no se divierten es imposible que lo hagan los de alrededor.

Para el Atlético, el plan se redujo a trasladar el balón hasta Diego Costa. Conseguido eso, el delantero brasileño asegura el peligro, propio, ajeno o nuclear. Sus inquietudes son desbordantes: le gusta tanto el gol como una buena pelea, le excita lo mismo marcar que provocar amarillas, reír que reñir. Jamás se aburre.

Para el Madrid, el objetivo fue practicar el contragolpe (su único recurso, por otra parte), pero sin sus lanzadores habituales, ni Xabi, ni Özil, ni Cristiano. El propósito fue tan arduo como querer disparar flechas sin arco. Pepe y Khedira, pivotes titulares, tienen una visión industrial del fútbol que precisa de un compañero con imaginación. No lo encontraron. Kaká tenía el día melancólico y Di María, la mayor parte de las veces, corrió por libre. Los delanteros apenas se dejaron ver. Morata se aplicó en labores defensivas (fontanería y desantrancos) y Benzema, descontada sus asistencia, se pasó el partido acechando aún no sabemos qué o a quién.

En tales condiciones, los goles fueron un milagro de la naturaleza, un arcoíris en una fábrica de tornillos. Cada uno incluyó su rareza. El primer tanto lo marcó el Atlético apoyado en ese reglamento arbitral que ha terminado por convertir los fueras de juego en un asunto filosófico. Falcao, autor del gol, estuvo en posición ilegal en la jugada inmediatamente anterior, de la que no quiso participar, aunque después se beneficiara de su posición para cabecear a portería vacía. Un hermoso embrollo.

Apenas habían transcurrido tres minutos e imaginamos un nuevo guión, un derbi distinto, disputadísimo; al rato entendimos que la inercia de catorce años es como la corriente del Amazonas: irresistible. De modo que en nueve minutos empató el Madrid. Sin Cristiano sobre el campo, Di María sacó una falta a la olla con la leve esperanza de que rebotara en alguien. Pues bien. Después de rozar algunos pies y varias callosidades, el balón rebotó en el pecho de Juanfran. Más allá del infortunio se confirma que Courtois tiene alergia a los lácteos.

Como el partido carecía de color, el árbitro decidió empapelarlo de tarjetas amarillas. En la primera parte enseñó seis, merecidas casi todas, y acompañadas de las consiguientes reprimendas, de las que no se libró Mourinho. Y en eso entretuvimos los minutos a la espera de apuntar tres pases seguidos. Sin suerte. Además de los goles, sólo quedaron dos acciones para el recuerdo: una parada de Courtois ante Benzema y un mal cabezazo de Falcao en posición de ventaja.

Si en la segunda mitad se aclaró el paisaje fue por el cansancio y porque los cambios ordenaron al Madrid. Con más espacios y menos cadenas, Benzema hizo bueno un desmarque en diagonal de Di María, que marcó con un tiro raso y cruzado, de los que marca él y casi nadie para. No hizo falta más.

El Atlético dobló las dosis de coraje y arrinconó al Madrid por pura cabezonería. Falcao reclamó un penalti de Essien que lo pareció (aunque antes estaba en fuera de juego) y Diego Costa hizo justicia a la primera definición de ariete: máquina militar que se empleaba antiguamente para batir murallas reforzada en su extremo por una cabeza de carnero.

No sufrió mucho el Madrid, pese a todo. Varane y Xabi ya estaban sobre el campo y la confianza de casi tres lustros también andaba por allí. La conclusión es irrebatible: el Atlético no puede con el Madrid en condiciones normales. Habrá que esperar, por tanto, a la anormalidad de una final de Copa.