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BORUSSIA-REAL MADRID

Lewandowski obliga a un milagro

El delantero polaco fue una pesadilla para el Madrid y marcó los cuatro goles. Los de Mou se durmieron con el empate de Cristiano y ahora necesitan otra remontada histórica.

Robert Lewandowski celebra el cuarto gol del Borussia y el cuarto en su cuenta personal.
Robert Lewandowski celebra el cuarto gol del Borussia y el cuarto en su cuenta personal.JOHN MACDOUGALLAFP

Por fin salimos de dudas. No es el Bayern el que aprieta, es Alemania la que ahoga. La debacle del Barcelona fue un aviso, aunque no lo supimos ver. Imaginamos que el Borussia era distinto cuando probablemente sea hasta mejor. Sin duda, peor para el Madrid. Hablamos del único equipo que corre tanto como el de Mourinho, el único capaz de discutirle el contragolpe, la furia y la táctica. Los cuatro goles de Lewandowski son la respuesta de un alumno aventajado, del gemelo alemán. Según se pudo apreciar, Klopp hace algo más que hablar mucho.

El partido fue, cómo decirlo, Alemania en estado puro. La eterna intimidación, los tipos rubios y el estadio unido en un solo grito que fluctuaba como una marea. Añadan ahora las peculiaridades del Borussia, galgos corredores, reflejo de lo mejor del Real Madrid. Perder un balón ante ese equipo es como abrir un armario lleno de murciélagos. Vuelan. Y muerden. Lo hicieron casi desde el primer instante. A los seis minutos, el Dortmund, dirigido por Gündogan, ya había disparado el pulsómetro del madridismo. Reus rajó en diagonal la defensa del Madrid y su disparo, cruzado y venenoso, fue desviado por el guante derecho de Diego López, otro milagro en su cuenta. Lewandowski no alcanzó por centímetros al rechace posterior.

Cuando el Madrid creía sofocado el fuego, llegó el gol. Götze centró desde la izquierda en dirección al segundo palo y Lewandowski, más rápido que Pepe, remató con los tacos de la bota diestra. No habían transcurrido ocho minutos. Alemania en estado puro.

La primera sorpresa se registró entonces. El Borussia no se lanzó a por la yugular de su enemigo. No era ese su plan. Sólo tenía prisa para marcar el primer gol. Lo mismo que hubiera hecho Mourinho en situación parecida: marcar y guarecerse en busca de un contragolpe. No dejar de correr, pero no dejar de pensar.

El Madrid se sintió bastante confuso, quizá porque se reconoció en el espejo. Si aceptó el balón es porque no le quedaba otra y casi siempre lo manejó como una bomba a punto de estallar. El Borussia cerraba los pasillos y presionaba en ventaja, con mayoría de efectivos, reproduciéndose por esporas. Los millones de alemanes sobre el campo se relamían, pacientes y aviesos.

A los 20 minutos, el Madrid ya era dominador del juego, pero sólo le valía para ganar metros y faltas. Cristiano probó la fortaleza de Weidenfeller en uno de los lanzamientos con plutonio; el resto de oportunidades se perdieron en el espacio aéreo alemán. El control era ficticio, como el de tantos equipos que soban la pelota en el Bernabéu. Reus volvió a sembrar el pánico por el centro y Blaszczykowski reventó la banda derecha con una galopada fabulosa que sólo acertó a taponar Higuaín, en un repliegue extraordinario, heroico.

En muchos sentidos, los equipos eran dos gemelos empeñados en copiarse. Se calmaban a un tiempo y se excitaban a la vez. Xabi enganchó un remate desde fuera del área, pero Subotic se interpuso ante el gol. Reus contestó con una jugada soberbia, otro puñal por el centro del área. La jugada acabó en clamor porque Varane atropelló al alemán en el límite del máximo castigo. Y sin cesar los gritos del estadio, marcó el Madrid. A partir de un saque de banda se desencadenó la tormenta perfecta: prolongación de Modric, fallo de Hummels y asistencia de Higuaín a Cristiano. El mundo parecía ordenarse de repente. Falsa impresión.

La segunda mitad fue un frenesí, otro más. Sin tiempo de acomodarse en la butaca, Lewandowski marcó el segundo gol del Borussia. La defensa del Madrid reclamó fuera de juego, pero no existió. Pepe se quedó enganchado y el delantero polaco volvió a dar prueba de su inmensa categoría. Lo tiene todo: igual juega a campo abierto que en la estrechez de una baldosa, igual retiene que remata, de espaldas y de frente, pivote y alero, asesino a tiempo completo. Y ojo, porque las cosas siempre pueden ser peor: el año que viene lo disfrutará el Bayern de Guardiola.

El 3-1 fue más de lo mismo: Lewandowski. En este caso resolvió un barullo dentro del área con una elegancia extrema: derechazo por la escuadra frente al atónito Pepe, toda la noche boqueando a sus pies. El cuarto gol se lo cedió Xabi Alonso con un penalti fruto del cansancio y de la impotencia. Así fue cómo derribó a Reus, siempre Reus. El golpeo de Lewandowski, una vez más, no tuvo desperdicio: seco, centrado, inapelable.

Diego López evitó el quinto por dos veces, o tal vez fueron tres. En su intervención más recordada, una palomita de póster, desvió el chut de Gundogan, después de una jugada primorosa del turco-alemán. Al rato fue Lewandowski quien le retó a volar y Diego voló en busca de otra pelota maldita.

Benzema y Di María entraron por Modric e Higuaín, pero si el panorama cambió algo es porque el Borussia decidió replegarse, por decisión de su entrenador o del ácido láctico. Después fue Kaká quien relevó a Xabi Alonso. Y en esa inercia que empuja a los equipos desesperados en los minutos finales, el Madrid tuvo dos oportunidades clarísimas. La primera la abortó Wendenfeller a los pies de Cristiano. La última, ya en el tercer minuto del añadido, la desvió Hummels cuando Varane ya cantaba el gol, el de la esperanza sensata. Esta vez no bastará con una gran remontada europea. Tendrá que ser grandísima.