ZARAGOZA 2 - VALENCIA 2
Real Zaragoza y Valencia firman un empate agridulce
El equipo de Jiménez, muy enfadado con el arbitraje, ganaba 2-0 a la media hora y no pudo cerrar su primer triunfo de 2013. Jonas anotó los dos tantos para el empate.
Zaragoza y Valencia resolvieron en empate un partido que se fue poniendo de todos los colores, hasta acabar en la neutralidad de un reparto de puntos que sólo parcialmente puede satisfacerlos. El equipo de Manolo Jiménez ganaba al minuto 4 de penalti, una cosa insólita para un equipo acostumbrado a perseguir marcadores en contra. El Valencia regresaría de un 2-0 gracias a dos tantos de Jonas y, aunque desde ese punto de vista pueda interpretar favorablemente el resultado final, le quedará la amargura de no haber sumado una quinta victoria fuera y de ver momentáneamente detenido su poderoso asalto a los puestos de Champions.
Se diría que al equipo de Valverde aún ha de darle tiempo a todo. En el caso del Zaragoza el juicio parece algo más sombrío: mejoró bastante, pero no cerró un partido que tuvo setenta minutos de su lado. Suma tres puntos de 21 en el arranque de 2013. Aunque le ponga música, y tenga razones para ello, el empate no le sonará bien. La Romareda creyó avistar una ocasión única cuando al minuto 4 de partido se vio con un gol a favor. Y después, poco más de la media hora, con otro. El Zaragoza, instigado por la necesidad de su posición en la tabla, estaba ganando balones en las disputas intermedias, poniéndole agresividad, cortando salidas del equipo de Valverde. Y capitalizando esas acciones. El penalti nació de un robo de Rochina en una salida de Ricardo Costa; el segundo fue un quite en la banda de Abraham, que provocó una falta de la que salió el balón que cabecearía Postiga a gol.
La felicidad del portugués rimó durante un buen rato con el lamento de Víctor Ruiz. Sustituto de Rami, el defensa valencianista entró en el partido con el pie izquierdo. En el penalti se deslizó peligrosamente por la hierba y ese fervor lo llevo a truncar el recorte de Hélder Postiga en el área. Una esas acciones defensivas que dejan con la mirada perdida a los entrenadores. Apoño cobróla ventaja. Luegoperdería la marca del portugués en el cabezazo que hizo el segundo tanto local.
El partido había tomado velocidad enseguida. Tuvo de todo menos aburrimiento, aunque a menudo por las razones equivocadas. Tres de los cuatro goles fueron concebidos en una pelota parada, con todos los ingredientes que suelen acompañar ese tipo de acciones: el acierto estratégico y los despistes atrás. El penalti, ya mencionado; el error deVíctor Ruizen el cabezazo de Postiga para el segundo; la indecisión de Álvaro en la pelota cruzada que Soldado, que venía en fuera de juego, dejó pasar para el 2-1 de Jonas. Y la permisividad de Loovens en el balón que el mismoVíctor Ruiztocó en el segundo palo, para dejarla al otro lado a los pies de Jonas, que hizo el empate.
El Valencia, antes y después de todos esos vaivenes, tuvo problemas con la salida de la pelota desde el fondo. Rochina y Movilla, también Apoño ocasionalmente, se empeñaron mucho enla tarea. Enel arranque de la segunda mitad, esa tendencia tan peligrosa dejó al equipo de Valverde a merced de la capacidad del Zaragoza de darles rentabilidad. No es su mejor virtud, como quedó visto. Tuvo un buen puñado de oportunidades, pero Rochina y Postiga, que están condenados a entenderse, decidieron ponerse individualistas e ignorarse mutuamente. Primero el valenciano, luego el otro.
Todo eso le permitió al Valencia mantenerse vivo. Que fuera adelante era cuestión de tiempo: la Champions es un reclamo potente. Mientras el Zaragoza perdía a Apoño, Ever entró para tomar el mando, por un Canales cuyo prometedor arranque había perdido argumentos. Frente a la evidente crecida del Valencia, el Zaragoza empezó a acumular cansancio, a ver su agresividad limitada y a sufrir con la profundidad de las carreras de Cissokho porla izquierda. Enel Valencia fue Ricardo Costa el que hubo de irse también tocado, pero el efecto de los cambios fue bien distinto. Valverde adelgazó el peso de su zaga con la entrada del recuperado Matthieu, que aún le dio más cordel a Cissokho para hacer prospecciones porla banda. El Valenciaquería más. Jiménez no movió al Zaragoza de sus presupuestos iniciales.
Matthieu se incrustó atrás y jugó 25 minutos estupendos. Si no los coronó con un cabezazo a gol, en el que retrató la languidez defensiva de Loovens, fue porque, como había hecho ya en la primera parte contra Jonas, Leo Franco sacó su manaza y tocó lo justo para que el balón se fuera al larguero. En su primer partido en más de temporada y media, el argentino tuvo momentos para todo. El empate de Jonas se le coló apenas entre el cuerpo y el palo, por un espacio mínimo. Pero lo peor fue cuando Soldado se le quedó delante y hubo de interrumpir su camino al gol con una mano fuera de su área. El ariete del Valencia se quedó sin marcarle al Zaragoza, pero el Zaragoza se quedó sin portero. Franco había hecho lo que en su país llaman una gauchada: un acto caballeroso y desinteresado. Se sacrificó él antes que permitir el gol.
Al final, la tremenda decisión del portero, que aumentó la sensación de infortunio que acosa al Zaragoza, acabó por servir para salvar un empate. Alcolea, el chico del filial, ocupó la meta y se arregló para componerse. El tramo final del encuentro fue descarnado, con mucha tensión, el Zaragoza peleando con diez, el Valencia con Valdez para cazar un último golpe; tarjetas, protestas, intentos de estirar el tiempo, la tribuna enardecida y los banquillos en llamas. Y por si faltaba algo, un último gol de Postiga, ya en el alargue, que el árbitro desautorizó por una falta previa a Diego Alves que reactivó todas las suspicacias en el Zaragoza. Jiménez no la veía ni con microscopio. Y adujo que el asistente se había ido hacia el otro lado, en actitud de gol. En fin, que aún es febrero y en La Romareda el frío pelaba. Pero en la Liga, y según las necesidades de cada cuál, las urgencias llegan mucho antes que la primavera.