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Borussia 2 - Real Madrid 1

La maldición que no cesa

El Borussia se impuso al Madrid en un partido muy parejo. Cristiano igualó el gol de Lewandowski. Schmelzer sentenció en la segunda parte.

Los jugadores del Dortmund celebran uno de los goles que le dieron la victoria.
Chema DíazDiario AS

Alemania. El nombre impone, aunque su sonoridad resulte agradable, tan inocente como un aleteo de manos, nada que ver con Kazajistán y otros países que arañan desde la nomenclatura. Alemania. Los emigrantes que allí fueron y que allí van nada tienen que envidiar a los expedicionarios que acompañaron a Hernán Cortés de excursión por el imperio azteca. Especialmente si son del Madrid. Alemania es y sigue siendo el terreno infernal de los madridistas, una victoria en 24 visitas, el único castillo casi inexpugnable para el campeón de las nueve Copas. Por eso gustan tanto los alemanes vestidos de blanco, porque son bajas en el ejército enemigo.

El Madrid perdió anoche en Dortmund sin jugar especialmente mal, diría que arrastrado por una inercia histórica, la misma que los impulsa a ellos. El Borussia hizo honor a su fama de equipo adornado con llamaradas y su poderoso rival no pudo exhibir la principal virtud que le define: la pegada.

Lo que quedó, al margen del resultado, fue un duelo apasionante, de los que transcurren en un abrir y cerrar de ojos. Esta vez las imprecisiones no fueron un desdoro, sino un condimento. Los fallos agitaron el juego y los resbalones colaboraron en el espectáculo. La razón no sólo era de la lluvia vaporizada que caía sobre el rectangular Westfalenstadion (una especie de Caja Mágica con techo de nubes y estrellas). La culpa también la tienen esas botas de diseño que lucen tacos de bisutería. Es evidente que sus creadores imaginan pies de princesa y mullidas alfombras de palacio. Deberían revisar las piernas peludas de los centrales de Tercera División.

Control. Durante los primeros diez minutos dominó el Madrid y trianguló como se pide en los entrenamientos, no más de dos toques, hop, hop. El arranque cumplía el plan trazado en la pizarra: control y velocidad. También llegada. A los cinco minutos Cristiano ya había roto a la defensa del Borussia con una entrada por banda izquierda; Özil, algo perezoso, falló en boca de gol. Con la perspectiva que nos da el partido entero, podemos afirmar que se echan en falta más incursiones de Cristiano por banda (derecha o izquierda), donde resulta imparable. Su velocidad no está a expensas de la inspiración, a diferencia de otras facetas de su juego. Y Cristiano, últimamente, no anda muy inspirado.

Al cuarto de hora, Khedira, lesionado, solicitó el cambio. Su sustitución por Modric causó no poca extrañeza porque modificaba notablemente el estilo del Madrid, en beneficio del fútbol creativo y en detrimento de la seguridad. Mourinho no suele hacer esas apuestas en campos que rugen, más bien las contrarias. Sin embargo, funcionó. Modric firmó su mejor encuentro desde que llegó al Madrid, lo que nos confirma que los genios son insondables e impredecibles. Pensábamos que sus campos eran los llenos de flores y se destapó en el infierno fluorescente. Movió bien la pelota, se desplazó con agilidad y favoreció la salida del equipo y su profundidad. El último mérito es que lo hizo hasta el minuto final del partido, sin que se le recuerde un desmayo.

El Borussia se fue estirando hasta reconocerse en el espejo. Entonces repasó la lección en alto. Primero: atacar por arriba al Madrid. Así, en el primer córner, reunió hasta cinco jugadores en los alrededores de Casillas, para meter miedo. Después, recitó su breve filosofía fundacional: correr, volar. Habrá equipos más rápidos (el Madrid, sin ir más lejos), pero pocos más animosos en la carrera. Cuando el Borussia se dispara, el Westfalenstadion se convierte en un canódromo. La mitad de los balones que se lanzan a Lewandowski no los atraparía un guepardo, pero descubren la fe depositada en el polaco.

Y se entiende la confianza. Lewandowski es mucho más que un velocista. Sabe jugar de espaldas y de frente, esperar y observar, ahorrar y lucirse; chutar y marcar. No piensen que es fácil tanto repertorio en quien vive con dos centrales adheridos a la espalda.

Ladrones. El partido se fue equilibrando a partir del desequilibrio. Nadie dominaba el mediocampo. El lugar donde debe imperar el orden era un bazar repleto de carteristas y turistas confiados. Se sucedían los robos y las carreras, al ladrón, los resbalones y las agonías. Kehl probó a Casillas con dos tiros que fueron pedradas contra sus guantes. Cristiano y Di María olvidaron la portería y dispararon contra el fondo sur, tan hartos estaban de sus cánticos.

En ese trance, era imposible que no se moviera el modernísimo marcador luminoso (una tele tamaño Gulliver). Y se movió. Pepe falló en la entrega y se encontró de pronto con la caballería polaca de frente. Lewandowski fulminó a Casillas con la seguridad de los muy criminales. Los grandes nueves no pestañean. Sólo soplan el cañón del revólver.

En ese momento no nos dio tiempo a tejer un relato de las desgracias madridistas en Alemania (luego pudimos explayarnos). Özil, espantoso hasta entonces, aprovechó una recuperación de Varane para enviar un pase kilométrico a Cristiano. Como el centro lo incluía todo, hasta el engaño al portero, el crack portugués sólo tuvo meter la pierna.

En ese instante de alivio y satisfacción recordamos que los alemanes no se afligen por los reveses del destino. Nada cambió en el Borussia. Su juego había alcanzado la velocidad de crucero y a su fútbol se siguieron incorporando jugadores antes amnésicos, como Götze, una mosca genial que bien podría ser hispánica.

Tras el descanso, el Dortmund se comportó como el típico ciclón alemán y el sonido de ese viento nos devolvió a los 80, cuando los huracanes sonaban a través de la radio en las trágicas visitas al Hamburgo o al Kaiserslautern.

Réplica. El Madrid demostró raza para responder a esa andanada con otra igual de violenta. Benzema colocó a Di María frente al portero y El Fideo hizo ensayo. Contestaron ellos y replicó el Madrid. Hasta que Schmelzer cerró la conversación con el segundo gol. Aunque la jugada se resolvió en la frontal, discurrió por la azotadísima banda de Essien, incapaz de achicar tanta agua.

El último asedio resultó infructuoso, lleno de prisas y balones a la olla, de viejas angustias ochenteras. No hay manera. Eso es Alemania y esto es el Madrid.