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Liga BBVA | Real Sociedad 2 - Zaragoza 0

Otro domingo cualquiera

Partido tan igualado como aburrido. La Real ganó a balón parado. El Zaragoza insiste en sus errores. Íñigo Martínez y Vela, de penalti, decidieron.

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<b>OTRO CÓRNER MORTAL. </b>La Real celebra el primero de sus goles, en un córner cabeceado por Íñigo Martínez, detrás de un Hélder Postiga cabizbajo.
OTRO CÓRNER MORTAL. La Real celebra el primero de sus goles, en un córner cabeceado por Íñigo Martínez, detrás de un Hélder Postiga cabizbajo.

La Real Sociedad ganó a balón parado, consecuencia lógica en un partido de ritmo cortito y un desenlace algo más previsible contra el Real Zaragoza, equipo enfermizamente vulnerable a este tipo de jugadas. Su debilidad por alto se ha convertido en un síntoma de difícil ataque: habrá que ver si mejora algo con Loovens, un tallo rubio muy aparente en el centro del área. Mientras, el problema crece. Álvaro y Paredes no destacan por su estatura, Roberto quedó una vez más a resguardo de sus palos, a Hélder Postiga la pelota de Vela lo rebasó por arriba y Sapunaru, encargado del central de la Real, estuvo menos ávido que Íñigo Martínez para el cabezazo. La confortable victoria local la redondeó Vela, el único futbolista que saltó sobre los bordes de un partido de guión plano: no sólo puso la pelota del 1-0, sino que poco después le sacó a Paredes un penalti bastante generoso del defensa asturiano. Lo ejecutó el mismo mexicano, que frente a Roberto dibujó un remate demorado, como en cámara lenta, para aguardar la caída del portero y ponerla en su lado débil.

Como cualquiera de los choques anteriores del Zaragoza esta temporada, el partido en Anoeta admite todas las interpretaciones: uno puede agarrarse de los 25 minutos de arranque del Zaragoza, otra vez cómodo sin la pelota, con cierto control posicional, combinaciones de Babovic en ayuda de Postiga y un remate del portugués que Bravo rechazó con alguna dificultad. También se puede aludir a la indudable igualdad del encuentro, porque tampoco la Real Sociedad propuso gran cosa, salvo un par de aventuras de De la Bella en el primer periodo. En una ocasión le salió un centro venenoso que Roberto negoció a una mano, con susto. Y, sobre todo, el pase que cruzó a un espacio abierto que la defensa aragonesa le permitió a Griezmann. Fue la oportunidad más lúcida de todo el partido, pero Griezmann remató con más prisa que sutileza, contra el cuerpo de un Roberto que había cerrado bien los ángulos.

Lentitud. La explicación más evidente está, una vez más, en los detalles. En la patología del balón parado, que ha colonizado la defensa del Zaragoza. Que los partidos los ganen los detalles no es nada nuevo. Ocurre muy a menudo. Pero tampoco exculpa al Zaragoza, que tuvo después de los goles tiempo más que suficiente para armar una tentativa de reacción y pareció verdaderamente aplanado, acechado por una fatiga algo inexplicable y contenido por la intrascendencia y la lentitud de sus movimientos con la pelota. Antes y después de los tantos, el choque tuvo más pausa que fútbol; una tendencia mayor a la contención que al vértigo o la intención creativa. Dicho en una palabra: fue aburrido, muy aburrido. En algún momento pareció que a los relojes se les caería la aguja del segundero, de lo despacio que iba todo. Frente a un Zaragoza hipotenso cuando el partido le exigía un paso adelante, algo de intensidad o rapidez, al equipo de Montanier le bastó con aislar a Agirretxe en el frente, aquilatar el medio campo trayendo unos metros más atrás a Carlos Vela y Griezmann, los dos de afuera, y porfiar con la escasez ofensiva del Zaragoza.

Las escenas que fue sumando el choque adquirieron, así, una cierta impresión repetida. Como si el partido ya lo hubiéramos visto. Apareció Aranda y Apoño quedó incrustado en un medio campo que habían formado José Mari y Zuculini, con apoyo de Babovic. El Zaragoza no respondió al tratamiento y siguió caminando el campo con un tranco ensimismado, sin levantar la mirada. El equipo tendió así a la intrascendencia, a una laxitud creciente. Sapunaru y Babovic agotaron el tanque, a Montañés los gemelos le hicieron un amago de rebelión y Postiga insistió en sobrevivir en el aislamiento. Si uno veía el partido sin mirar el marcador, difícilmente podría saber si el Zaragoza iba por detrás o por delante. Lo evidente era que no iba.

La Real Sociedad se acostó un poquito más atrás, adensó la zona media apretando las líneas y se limitó a dejar que pasara el tiempo, mientras el Zaragoza movía la pelota sin muchas ínfulas de llevarla a ningún lugar de interés. Sobre el final, el equipo vasco se permitió un par de sustos. Cobró la pieza y se fue para casa moviendo el rabo.