Final | España 4 - Italia 0
España entra en la leyenda
Fabulosa exhibición contra Italia. Magistral partido de Xavi, secundado por todos. David Silva fue el encargado de abrir la cuenta y Fernando Torres volvió a marcar en una final.
Hay que frotarse los ojos, pero con cuidado: no borren jamás lo que vieron anoche. España ha conseguido lo que nadie logró y lo hizo como nunca hubiéramos imaginado: sin sufrir. Esa es la última pirueta de este equipo formidable. Llevarnos en brazos hasta el paraíso. Tan asombroso como el juego de la Selección fue la ausencia de miedo, la confianza absoluta de un país entero. La final era el partido. La tacada imposible es la consecuencia del talento aplicado a la diversión. España le ha recordado al mundo que el fútbol es un juego.
Es cierto que esta generación de futbolistas será irrepetible. Sin embargo, su ejemplo habrá sembrado los patios y los parques, repletos de niños con un modelo a seguir y con un doble deseo: jugar bien y ser bajitos. De modo que no caigamos en la nostalgia que sucede a la euforia. Probablemente este milagro tenga hijos y nietos; seguramente seamos familia numerosa, viejos abuelos de barbas blancas.
Algún día lo contaremos y nos dirán que exageramos, que esto no lo inventamos nosotros. Pero sucedió con nosotros de testigos, y quiero pensar que toda esa energía también contó, aunque fuera para desviar los balones que no alcanza Iker, uno o ninguno. Llevamos cuatro años sin encajar goles en los cruces.
No sólo eso. Hemos entrado en la historia sin una artimaña, gran fútbol y buenas maneras. En este grupo se aplacan los egos y se extinguen las hogueras. Torres dejó buena prueba: renunció al doblete y al pichichi en la Eurocopa para ceder el último gol de la final a Mata, amigo, compañero y respaldo en tantos malos momentos.
Genio. En esa perfección moral (en su aspiración) Del Bosque juega un papel primordial. Su respeto a los galones no es otra cosa que respeto a los campeones, a quienes nos trajeron hasta aquí. Lo de su talento como técnico no se reconocerá fácilmente, porque lo disimula. Nos hace creer que somos nosotros, 50 millones, quienes elegimos el once; si algo sale mal, corre de su cuenta.
La final nos enseñó que a España no se le gana jugando como juega España. No eres bajito, aunque te encojas. Se puede calcar la idea, pero no se puede copiar el ingenio, el instinto de supervivencia que desarrolla el niño acostumbrado a nadar entre tiburones. Para España los monstruos siempre merecen la misma consideración: el lindo gatito.
Xavi avisó a los nueve minutos y Silva marcó a los 14. La jugada fue un prodigio, el primero de tantos. Iniesta lanzó en profundidad a Cesc, que alcanzó el balón y resistió la embestida de Chiellini. Otro cualquiera hubiera centrado de primeras o se hubiera muerto de miedo. Fàbregas continuó un metro y en un segundo procesó tanta información como el Deep Blue. Silva se inventó luego el cabezazo a bote pronto o de cuello retráctil. Gol de nueve y gol de diez.
Italia enseñó sus garras, que las tiene, y su orgullo, que le sobra. Dominó durante un cuarto de hora y nos agobió en los saques de esquina. Sólo fue una nube negra y la demostración de que Italia es un justo subcampeón.
Gloria. El segundo gol fue un chapuzón de gloria. Se fabricó en cuatro flashes. Cesc, Jordi, Xavi, Jordi. Coordinar la velocidad del balón con el desmarque del lateral-ardilla es cosa que sólo está al alcance del señor Hernández, resucitado de entre los genios.
Italia asumió su condena y le llovieron las desgracias. Agotó los cambios y la lesión de Motta dejó al equipo con diez futbolistas. España, además, alcanzó su punto de ebullición. Apoyos, tuyamías, pases con guiño. Sin embargo, ya no era ese fútbol dulzón que recuerda el cuelga tú de los enamorados al teléfono. En cada rondo había una intención perversa, un deseo asesino.
Fernando Torres marcó el tercero para cerrar el círculo virtuoso de cuatro años y dos Eurocopas. Tan en deuda se sintió con el destino, tan rescatado por los dioses, que regaló el cuarto a un amigo. Ahora ya está en paz.
La vida no es tan fácil, dirán algunos. Pero la enseñanza sirve. Los sueños se cumplen. A veces de una tacada. España lo consiguió y nosotros lo soñamos.