Noche de agonía con final feliz
El Zaragoza llegó a estar a once de la permanencia y olía a muerto que mataba. En su estado, en lugar de hacerle un análisis a menudo había que practicarle una autopsia. Sin embargo, a base de una desordenada mezcla de agonía anímica y fútbol a impulsos (un día gana en el alargue, otro le empatan al final, anoche venció con nueve) el equipo de Manolo Jiménez ha reducido la distancia con el Villarreal, la referencia de vida. El triunfo de anoche ejemplifica el estado de agonía permanente en el que vive el equipo aragonés.
La victoria fue una rareza en todos los sentidos. Por el desarrollo y porque hacía casi 20 años de la última. Primero el Valencia pudo golear; luego el árbitro practicó todas las fórmulas del error y el partido derivó hacia la crónica de sucesos; y, por fin, el Zaragoza se hizo más fiable con diez que con once. Por si cabía duda, Del Cerro Grande lo hizo terminar con nueve. Apoño había castigado una pésima jugada defensiva de Dealbert con el 1-2, y el feroz y desordenado asedio final del Valencia fue para el hincha aragonés un simulacro de parada cardíaca. Es verdad que en La Romareda aún reina el escepticismo, pero a diez jornadas del final empieza a tomar forma la idea de un milagro. Otro más.