Morena
"La televisión provocó la desaparición de los centrales carniceros"
Fernando Morena, mito de Peñarol, delantero legendario de Uruguay y goleador de Rayo y Valencia, desvela cómo era el peligroso oficio de ariete en los años 70 y 80.
Más de 700 goles, siete en un partido y 37 en dos temporadas en España. ¿Los goleadores son una raza?
Digamos que tenemos una habilidad que define este juego, la de marcar goles. Y por eso el goleador es tan cotizado.
¿Tenía Fernando Morena alguna maniobra preferida?
La única era orientar el balón de primeras a un lado al recibir de espaldas y salir rápido para evitar la patada del central de turno y la consiguiente lesión.
¿Era para tanto?
Eran tiempos duros. A mí me partió la tibia y el peroné un venezolano en el año 83. Pero sufrí menos lesiones de las que me tocaban, por los años que jugué. Ahora todo ha cambiado. La diferencia la produjo la llegada de la televisión porque desde entonces los defensas no pegan a su libre albedrío. Ahora están controlados. No hay tanta violencia, tantas lesiones por juego duro y entradas.
Hoy en día ese tipo de jugadores están señalados.
Tampoco hay defensas como los de antes. Ahora es más enemigo de los jugadores el gimnasio, por las sobrecargas, que los defensas rivales. Hoy un golpe te deja fuera dos partidos, antes te retiraba meses. Pero la televisión provocó la desaparición de los centrales carniceros, como los llamaban. Obligó a los defensas a jugar de otra manera.
Con ello han ganado los jugadores de ataque, el fútbol en general y el espectador.
Xavi o Iniesta lo habrían pasado mal antes y la agresividad de Migueli o Benito no sería entendida ahora.
Pero sí había futbolistas con mucha calidad en su época.
Los talentos pueden jugar en todas las épocas, pero deben adaptarse. Velázquez era un futbolista de otra época. Butragueño es incuestionable como la clase de Martín Vázquez o Juanito o la calidad de Irureta o Claramunt.
¿Qué tipo de juego hacían los delanteros?
Éramos rematadores. Debíamos estar atentos al pase largo, en profundidad, porque tenías menos contacto con la pelota y la bola la traían los hombres de mitad de cancha. Ahora el espacio se ha reducido una enormidad. Hay 25 metros entre los zagueros y los delanteros. Y esa revolución es culpa de Sacchi. En los 80 Italia ganaba con el catenaccio y Arrigo decidió adelantar la presión 30 metros y cambiar la marca individual por una línea de cuatro. Su revolución va más allá de la marca zonal, significaba cambiar el sentido del juego, los parámetros a unos centrales que comienzan a jugar la pelota desde atrás, implicar a unos volantes que van y vienen... Baressi, por ejemplo, era un central que cuando tenía la pelota generaba fútbol por su inteligencia y agresividad, más que por su vistosidad. Y también estaba la Juventus de Platini, en la que defendía Gentile y alguno más, pero salía jugando hasta Scirea, su libre. Es un fútbol más espectacular y agresivo ofensivamente.
Sudamérica, y específicamente Uruguay, siempre presumieron de agresividad.
Sí, pero defensiva, no en ataque. Por eso nos costaba ganar a nivel internacional, especialmente en Europa. Al final todo depende de la aparición de una camada de futbolistas, un entrenador visionario... Aunque en la cancha el fútbol sigue siendo una democracia en la que se miden once contra once y ningún partido está perdido sin jugarse.
Usted marcó su gol número 500 con el Rayo.
Sí, con el Rayo, precisamente al Valencia, en Mestalla de tiro libre.
En estos días Messi ha marcado 200 con el Barcelona y Cristiano 100 con el Real Madrid. ¿Qué opinión le merecen?
Cristiano es más físico y poderoso. Messi tiene más gambeta, pero también es potente y arma rápido el tiro. Distintos.
Cuando llegó a España en el 79, ¿estaba preparado para asimilar la agresividad ofensiva?
Había jugado en España con el Peñarol y la selección en el 72, 73, 74, 75, 76... Partidos internacionales, torneos como el Teresa Herrera... Tenía conocimiento del juego de aquí y vine con 27 años al Rayo, después de seis al máximo nivel en el Peñarol. Luego vino el Valencia.
¿Cómo recuerda su paso por el Rayo Vallecano?
Me trajo Héctor Núñez y vine con otro compatriota, Custodio. Me adapté rápido y sin pretemporada. Me alegré por su ascenso y me agradó saber que podían ir al estadio de Vallehermoso, porque el fondo sin grada le resta posibilidades. Recuerdo a Mora, Pascual, Uceda, Rocamora, Guti, Salazar, Alvarito, Clares, Rial...
¿Era ya un club familiar?
Sí. En Uruguay entrenaba y me marchaba a comer a casa. Aquí el primer día, los compañeros me llevaron al Sol y Aire, una cafetería que estaba en la esquina de Albufera con Payaso Fofó. Y, cervecita va cervecita viene, me inflé a comer tortilla, boquerones, chorizo... Cuando llegué a casa mi mujer me esperaba con la comida puesta. Me quería matar. Lamentablemente perdimos la categoría, pero siempre tendré al Rayo en mi corazón.
La marcha al Valencia supuso un cambio de status por equipo, objetivos, estilo...
Surgió. Venían de ganar la Recopa y acababa de dejar el banquillo Di Stéfano. Se hizo cargo el gerente, Pasieguito, muy cercano a los jugadores. Jugábamos solo con un volante de marca, Castellanos, dos extremos, Pablo y Saura, yo jugaba de 9 y detrás mía estaban Kempes y Solsona.
Kempes, contra la opinión generalizada, ¿era más segundo punta que un 9 matador, no?
Recomendó mi fichaje para tener un 9 por delante, porque a Kempes, pese a su planta, lo que le gustaba era jugar por detrás. De hecho, en el Mundial 78 se destapa como delantero cuando le ponen a Luque por delante. Con su zancada y su pegada de izquierda era letal. Pero luego recuerdo que era un buen pasador. La pena es que sólo jugué hasta febrero con él y además tenía problemas de columna que le producían lesiones musculares. Luego llegó Subirats y cambiamos un poco el estilo de juego.
¿Tenía complicidad con él por ser rioplatenses ambos?
Sin duda. No solo había complicidad. Mario también hacía caso a mis consejos. A Kempes le encantaba estar en contacto con la pelota. Él quería tirar los córners, las faltas... Un día le dije, 'Mario, ¿por qué no entras a rematar de cabeza?'. Lo hizo y marcó dos goles, pero a él le gustaba más tirar los saques de esquina.
Si usted tuviera que gastar dinero, ¿lo reservaría para gastarlo en un goleador?
El dinero, sobre todo en los equipos modestos, debe gastarse en el goleador. Porque ellos son los que definen tu proyecto futbolístico. Tú compras un goleador que promedia 10 o 12 tantos, y él tiene esa responsabilidad. Si el equipo gana bien, pero él debe marcar para no perder confianza y cumplir su rol en el equipo. ¿Egoísmo? Responsabilidad.
¿Qué hace tan competitivo al futbolista charrúa cuando viste la celeste de su selección?
Sufre una transformación al ponerse la celeste. Se crea un vínculo especial en el grupo. Ahora disfrutamos de una generación que ha hecho un gran Mundial y ha ganado la Copa América. Uruguay puede tener más o menos calidad, pero siempre demuestra actitud, personalidad, competitividad...
¿Qué papel juega el célebre Maracanazo en la formación de la personalidad del futbolista uruguayo?
Conocí a los protagonistas del Mundial del 50 y fue una proeza. Estaban obligados a hacer algo grande porque después del Mundial del 34 y 38 y los Juegos del 24, 28 y 32 no habían jugado más. Y aquel partido tuvo tanta trascendencia que la gente, aún hoy, desconoce que el partido no era una final, sino el partido de liguilla en el que a Brasil le valía el empate. Es la gesta más grande de la historia del fútbol, algo inspirador para los uruguayos, futbolistas o no.
¿Delanteros de referencia?
He jugado contra Cruyff y he visto a Pelé cuando venía a Uruguay con el Santos y con Brasil. También destacaría de lo que vi a Eusebio, al Torpedo Müller, a Van Basten, al yugoslavo Bajevic en los 70, a Platini...
¿Y defensivamente?
Los defensas no se destacaban por el trato de balón, pero aún así había jugadores como el chileno Elías Figueroa, el imperial Roberto Perfumo, o a Pirri, que cuando le retrasaron demostró ser un zaguero de gran categoría. Y por supuesto Beckenbauer, el pionero a la hora de crear juego desde atrás. Piqué tiene algo de él.
¿Y los porteros?
Iribar era el mejor. El Chopo era espectacular. Y Arconada después. Eran tiempos en los que los porteros se dedicaban a parar, como Fillol o Mazurkiewicz. Luego cambió todo cuando dejaron de coger la pelota con las manos en las cesiones. Comenzaron a jugar con el pie y se convirtieron en un futbolista más de campo, avanzando el área de influencia y descuidando las capacidades propias de un arquero de siempre.
¿Qué gol recuerda con más cariño Nando?
Cada gol es como un hijo. Creo que todos me despiertan un cariño especial.