Europa League | Dortmund 0 - Sevilla 1
Los magos del Westfalen
El debut de Manzano devuelve al Sevilla la victoria y la suerte. Cigarini da esperanza en Europa. El Borussia apretó con diez. Excelente Cáceres
La frustración del Westfalen, una catedral imprescindible que dignifica el fútbol y que ovacionó durante cinco minutos a su equipo después del partido, es el suspiro y el prestigio del Sevilla. Se supone que no hay mejor medicina para la depresión que salir triunfador de un infierno amarillo y noventa minutos de atmósfera eléctrica de fútbol. Porque aunque el Sevilla sudó y sufrió víctima de su falta de confianza, anoche conquistó Dortmund. Manzano siempre tendrá una imagen feliz de su debut en el Sevilla, su primer día europeo como entrenador de fútbol, como uno de los momentos de su carrera. La victoria, que neutraliza el veneno de la derrota ante el PSG, deja al Sevilla con cosas que decir en la Europa League. Sólo que ahora sabe que para clasificarse vivirá una tortura como la de anoche, en la que fue zarandeado por el Dortmund, especialmente en los últimos minutos de cada parte. Palop salvó el partido y Cigarini, desaparecido en combate pero con ángel, apareció por el área y remató una falta que tiene el copyright del Sevilla: el año pasado era Dragutinovic y ahora es Guarente. Zurdos que cierran las faltas desde la derecha y las convierten en minas en el área. Pero nadie duda de que un Sevilla seguro, ganador, hubiera dinamitado el Westfalen después de la absurda expulsión de Schmelzer, un buen ejemplo de la candidez de un equipo novísimo, con jugadores que apenas rebasan los 20 años. El Borussia se quedó con diez jugadores y el Sevilla no agarró el partido. Es más, permitió que el Dortmund le metiese el miedo en el cuerpo en unos últimos minutos que fueron un drama, cogido con alfileres, en el alambre.
Para cuando en el Westfalen se hizo el silencio, que fue mucho más tarde del final, llegó el tiempo de la reflexión. Manzano plantó bien al equipo en el campo, con un 4-2-3-1 en el que Cigarini naufragó y que sólo se posicionó bien durante 20 minutos. Un par de cambios tácticos de Klopp deshicieron el dibujo sevillista. Nadie supo descifrar a Kagawa, interesante promesa, ni incomodar a Lucas Barrios, que lo remató todo. Palop, portero que crece en noches de grandes escenarios y épica, salvó el partido en un cabezazo del paraguayo y luego en una remate con la izquierda. Fueron malos minutos del Sevilla, sólo empujado de la cueva por el carácter de Martín Cáceres, un jugador que da vigor porque es insuperable en velocidad. El resto de la defensa estuvo serio y Guarente se complementó al fin con Zokora. Pero salvo un contragolpe de Luis Fabiano, no hubo noticias del ataque hasta que Dabo se animó a subir y provocó la falta que dio con el gol de Cigarini. El gol fue la catarsis. Pero había más. La expulsión de Schmelzer nada más empezar la segunda parte. Y Kanouté, más trascendente que Cigarini pero corto de fondo. El cuadro perfecto para terminar de matar el partido. Pero entre lo inseguro que está y la falta de chispa de Navas, Perotti y Luis Fabiano, el partido tuvo vida hasta el final. Y sobresaltos. Kagawa remató al palo y, después de que Negredo se resbalase antes de matar, Cáceres apareció como un ángel para salvar bajo palos el empate.
Reacción. Manzano dijo el día de su presentación que no era el mago de Oz. Pero algo de magia hubo en la victoria del Sevilla en el Westfalen, donde encontró la pizca de suerte que también le había fallado otras ocasiones. En noches así, con magia, fortuna y victoria (quién no recuerda Donetsk como paradigma), también se cimentan grandes empresas, porque ganar en Dortmund no es una cosa de niños. Igual el Sevilla cambió su rumbo perdido en el Westfalen. Porque pareció mejor plantado y, sobre todo, más sereno en el campo. Tal vez Manzano, más que una pizarra, haya traído serenidad. A veces los valores de un entrenador van más allá de lo futbolístico. Y esa imagen serena puede rehabilitar al Sevilla y rescatarlo de la crispación de los últimos tiempos. De momento, ayer clavó una pica en Dortmund, en el maravilloso templo del Westfalen.