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copa del rey | getafe 1 - sevilla 0

El Sevilla sobrevive en los guantes de Palop

Admirable partido del equipo de Míchel, que hizo méritos para sacar un resultado mejor y que cae eliminado sin haber sido inferior en la eliminatoria. Soldado marcó el gol de la esperanza pero el Getafe, como el Barça en octavos, estrelló su huracán de fútbol contra los guantes de Palop, héroe en exclusiva de un Sevilla desaparecido pero que ya tiene el billete para la final.

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<strong>PALOP SALVA AL SEVILLA.</strong>
PALOP SALVA AL SEVILLA.

No es el sombrero de Del Nido, son los guantes de Andrés Palop. Natural de Alcudia, 36 años, de oficio más milagrero que guardameta, ángel de la guarda de un Sevilla inocuo, un conjunto vacío con forma de equipo de fútbol que pasó por el Coliseum de puntillas y escondido en los guantes de su portero, el mismo que le salvó de una tormenta de fútbol tremenda en la vuelta de octavos ante el Barcelona. Una tormenta como la que arreció otra vez en los maltrechos hombros de un equipo que, así es el fútbol, celebra ahora el pase a la final de Copa. La honra, toda, para el Getafe; la eliminatoria para el Sevilla. ¿Se cambiarían los andaluces por los madrileños? No, por supuesto que no.

Después de sobrevivir al Barcelona y ventilar al Deportivo, el Sevilla ha hecho un ejercicio de economía aplicada para eliminar al Getafe sin ser nunca superior. En el Pizjuán el equipo de Míchel lo bordó sin premio en el primer tiempo. Y ahí perdió media eliminatoria. La otra media se le fue seguramente en el arranque de este partido de vuelta cuando largó unos minutos de vibración eléctrica en los que abordó y desbordó a un Sevilla acogotado por tierra, mar y aire. En todos los elementos, en cada resquicio, encontró a Palop, sólo ante el peligro pero siempre a flote.

Del Getafe diremos que lo intentó siempre y que nunca claudicó, peleó contra la lógica con la pasión que roza la locura de quien ve gigantes en vez de molinos y quiere derribarlos. Diremos eso, sí, pero diremos también que hizo un brindis al fútbol y que todo su asedio se basó en el juego, en el mimo al balón y el estilo colectivo y generoso. Así que mereció más por entrega pero sobre todo mereció más por fútbol. Y el Sevilla volvió a parecer el sufrido superviviente de la vuelta ante el Barcelona. Y eso, creo, es el mejor halago que se puede hacer al Getafe. Fue Goliat porque fue el gigante y porque fue el que al final perdió.

Sevilla bajo mínimos

El Sevilla no tuvo nada del mejor Sevilla, nada al menos más allá de la portería. No fue desde luego brillante, pero ni siquiera fue la máquina rocosa de otras veces. Fue un velero zarandeado por una marejada azul. Echó de menos a Drago, en realidad a cualquiera de los que no estuvieron, y no tuvo más ocasión que la única en la que Navas tocó línea de fondo y asistió a Perotti, que no acertó de tacón, y un remate alto del propio Navas ya cerca de la recta final, cuando el partido se rompía definitivamente y el Getafe se desesperaba. Por lo demás, apenas encadenó pases el equipo de Jiménez, expulsado por un Iturralde que amagó con uno de sus shows abracadabrantes en el primer tiempo. Escudé fue uno de los pocos que resistió en pie, líder de una defensa casi siempre superada. El resto fue un agujero negro que no controló el tempo ni el ritmo y dejó dos vías de agua terribles en las bandas, mucha culpa de la falta de ayuda del centro del campo, Navas y sobre todo Perotti, el resto del pésimo partido de jugadores normalmente solventes, véase Adriano. Luis Fabiano, al borde de la muerte por inanición, fue un espectador vestido de corto.

El Getafe, mientras, tuvo ilusión y tuvo plan. Su juego fue colectivo y exquisito, inteligente y vertical. Boateng fue la reserva de oxígeno y espíritu y el fútbol quedó para Casquero, Manu, la finura de Parejo y el excepcional despliegue de ese futbolista maravilloso que ya es Pedro León. Soldado, como agitador y punta de lanza, acabó desesperado. La tuvo nada más comenzar, sólo ante Palop; la tuvo poco después con un remate sacado entre el larguero y la defensa; se la puso a Parejo que falló otra vez a bocajarro ante Palop, y la tuvo finalmente con el partido agonizando pero no llegó a un remate franco por unos centímetros que se abrieron de repente como un mundo. A un lado, la prórroga; al otro, una final para el Sevilla que parecía sellada pero que no lo estuvo porque hasta el descuento hubo vida y ocasiones tremendas de Casquero y Boateng. Antes, con más de media hora por jugar, había marcado el propio Soldado con un bonito remate en escorzo tras impecable jugada al primer toque: Parejo, Manu, Mané...

Lo mejor de los andaluces fue su tratado práctico de supervivencia. Y que en los últimos minutos, antes de los postreros sustos del descuento, gestionó con algo más de comodidad la situación, con Kanouté en el campo para controlar el balón y los nervios. Toda la segunda parte se le hizo eterna y toda la eliminatoria incómoda. Pero está a un partido de ser campeón de la Copa del Rey. El billete para la final ya está en su maleta. Y los merecimientos de su rival, camino del limbo. Así que al fin y al cabo, ¿qué equipo no se cambiaría por él? Cualquiera, sin dudarlo. Porque le espera la final, el trampolín definitivo a la gloria.