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Quique, con inteligencia y sensibilidad

No se le niegue a Quique ni inteligencia ni sensibilidad. De la primera deberá ayudarse para resolver un crucigrama con datos falsos que le hubiera provocado un atasco intestinal al mismísimo Ocón de Oro. Hablo, claro, de la plantilla del Atlético de Madrid. Inteligencia, mucha inteligencia, y la suerte del bendecido para que no haya más rotos en las posiciones abandonadas, que si se lesiona un lateral tiene que volver Isacio Calleja. Y la sensibilidad del que tiene delante Excalibur, la espada de Arturo niño clavada en la roca. No se trata de tirar y tirar hasta terminar exhausto y sin entender nada, sino de hacerse uno con la espada. Ahí está, para Quique. Ahí estamos, nosotros, el Aleti. Toda una historia pendiente de la respuesta oportuna para no perdernos del todo en el olvido de lo que somos, el tedioso presente que va para catorce años. Por la inteligencia, habrá de convencer a jugadores muy buenos de que son estrellas, a unos cuantos buenos de que son muy buenos, a los normalitos de que son buenos; y a todos de que, juntos, son los mejores.

Que acierten a convertir en práctica la teoría, tan sencilla: el segundo palo es nuestro, jamás del contrario, en defensa y en ataque, en parado y en movimiento. Defendemos once. Atacamos todos, hasta el portero que ayuda a acercar las líneas. Juntos. Por la sensibilidad quiero que a Quique se le ponga la gallina de piel como a Cruyff cuando lata el Calderón y oiga el rugido de unos cuantos millones que esperan más allá de la paciencia.