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Liga Adelante | Salamanca 1 - Zaragoza 0

El infierno se está apagando

El ascenso queda a un paso Arizmendi y Ewerthon decidieron pronto La lesión del primero y un penalti perdieron al Zaragoza López acabó con la inquietud

<b>TENSIÓN. </b>Gabi pelea un balón con Bustos en el medio.
TENSIÓN. Gabi pelea un balón con Bustos en el medio.

A la agonía no le queda nada. Otra semana. Y qué es otra semana después de nueve meses, después de este parto maldito: el Zaragoza ganó en Salamanca con un arranque fervoroso de ánimo y de juego, que le dio dos tantos en once minutos. Pero su latido fue el latido de Arizmendi. En la media hora que aguantó, antes de irse lesionado, el delantero rajó al Salamanca y le puso a Ewerthon los dos goles que el brasileño finalizó de un toque, con precisión quirúrgica de asesino en serie. Sin Arizmendi el Zaragoza extravió el paso y vio cómo el Salamanca le metía un gol en la puerta y una larga inquietud en el cuerpo. La cerró Jorge López, que hizo un tercer gol hermoso como una miniatura japonesa. La victoria del Hércules aplaza otra semana el final de la pesadilla, pero este infierno se apaga.

El Zaragoza entró en el partido por un tobogán, sin decir ni buenas tardes. Sobreexcitado, pero sin equivocar los caminos ni las maneras. Su velocidad de pensamiento y acción le dio un gol antes del minuto y medio y dos cuando el reloj alcanzaba los once. Tan contundente energía sólo la explica el nervio macerado durante la semana en el vestuario. El equipo pasó siete días interiorizando la proximidad de la cumbre. Procesos de tal naturaleza obligan a domesticar las emociones y a licuar la impaciencia en una determinación nítida, libre de ese enemigo diverso que llamamos ansiedad. La tarde reveló de qué manera tan diferente responde el cerebro colectivo de un equipo a factores emocionales así.

Hubo un movimiento casi invisible que tuvo mucho que ver con el profuso dominio inicial: Jorge López se metió adentro y Gabi llenó el carril. Desde ahí mandaría el balón que tocó Arizmendi y que Ewerthon rebañó con una cuchara para el 0-1. Ahora, si una jugada definió el estado de lucidez del Zaragoza fue la carrera perpendicular, limpiando el campo de rivales con sus cimbreantes aceleraciones, con la que Arizmendi abrió la puerta del segundo. Pujante e indetenible, el madrileño dejó atrás a cuatro del Salamanca que le tiraban mordiscos a los pies o le ladraban a su paso, de puro temor. Cuando avistó la línea de fondo levantó un ojo sin mover el otro, como los camaleones. Vio a Ewerthon y le templó un balón que el brasileño voleó a gol sin intermedios.

Huérfanos.

El fútbol protéico del Zaragoza comunicaba la rotundidad imperial del paso de la oca. Pero la desgraciada salida de Arizmendi acabó con todo. Casi al mismo tiempo, el asistente denunció un penalti de Pavón. Vino de un centro de Isaac, la referencia del Salamanca en su incompleta tentativa. Isaac puso un centro y la mano de Pavón, que existió, convocó todos los ingredientes para una larga discusión. A Teixeira, sin embargo, se le puso esa cara de peligro que lo caracteriza y lo sancionó, tal vez con la conciencia de que Ewerthon había anotado el primero subido en una imprecisa frontera entre la legalidad y el orsay. Quique Martín acortó con una ejecución matemática, y el Zaragoza entró en una larga conmoción por mímesis con Arizmendi. Ninguno de los dos regresaría hasta mucho después: el delantero terminó en el hospital y el Zaragoza, en un tupido laberinto interior. Arizmendi había dejado once huérfanos. Perdidas las referencias, el equipo dejó ir el control, entregó la pelota y se puso a caminar hacia atrás o a los lados. Ni Ander ni Jorge López encontraron el ovillo. Tampoco lo harían Caffa ni Songo'o. El argentino le pudo poner el tercero a Ewerthon, que no acertó a salirse del fuera de juego, y luego tiró otro fuera.

El Salamanca trató de asaltar la diligencia en la que el Zaragoza viajaba hacia Primera. Puso a Akinsola y retrasó a Dañobeitia pero, si bien la segunda parte hirvió de inquietud para los aragoneses, al Salamanca no le alcanzó para concretar una amenaza. Las conjuró todas Jorge López a siete minutos del final. Lo hizo con una sutileza digna de otro momento, no del instante de taquicardia en que vivía el zaragocismo entero. El grito general tuvo el aliento de la liberación: a esta pesadilla le quedan dos telediarios.