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Primera | Real Madrid 2 - Espanyol 1

Petróleo en el desierto

El Madrid se exprimió para ganar al Espanyol. Raúl se fabricó un penalti y sentenció. Tamudo fue recibido con una ovación, pero terminó expulsado.

Riera y Jarque a punto de rematar ante Casillas y la defensa blanca

Hay mil formas de vencer, casi tantas como de perder, pero el Madrid ganó ayer de la única manera que se le ofrecía: un gol de rodilla y otro de penalti, de Raúl. Podríamos decir que los recursos están como el nivel de los pantanos. Al equipo se le ven las ideas igual que asoman las torres de las iglesias hundidas en los embalses famélicos. La buena noticia para el líder es que ayer, mientras escapaba por la salida de emergencia del honor, descubrió otra puerta abierta de par en par, la del fútbol.

El Espanyol tuvo el partido en sus pies, pero se le fue por la cabeza. Demostró que conocía los caminos del triunfo y completó diez minutos perfectos, los primeros. Luego se cansó de insistir y, aunque se puso por delante en el marcador, se abandonó ligeramente. Claro que también le faltaba De la Peña, que es el ideólogo del equipo, el último ingrediente, la sal, la pimienta y el chile. El pase de gol.

En descargo del Espanyol hay que señalar que sus atacantes se estrellaron contra Pepe y Heinze, que son un pareja de centrales, pero bien podrían ser un pareja de guardias civiles con bigote. Son serios, duros e implacables; el terror de rateros y delanteros. De Heinze se recuerdan sólo un par despistes menores, pero Pepe rozó lo sublime y hasta se permitió galopadas fabulosas, al estilo de Lucio, pero sin aquellas frivolidades. Al estilo del Madrid.

Ambos se confirmaron como la mejor opción posible para el centro de la defensa, aun admitiendo que Cannavaro ha mejorado con respecto a la pasada temporada. El movimiento, además, resuelve otro problema: el lateral zurdo. Marcelo abrió una vía que no explotan ni Heinze ni Torres. En varias ocasiones, el chico llegó hasta el final y en una de ellas asistió a Higuaín, que empató el partido.

Sabemos que Marcelo defiende poco, pero habrá que plantearse si sus condiciones para el ataque no compensan esa debilidad, especialmente cuando en el esquema del Real Madrid los laterales adquieren una importancia trascendental en el juego ofensivo. Sin extremos, ellos son el último respiradero y, en consecuencia, soportan una responsabilidad excesiva, algo que resulta evidentemente doloroso cuando se observan los apuros de Torres en los territorios del extremo derecho.

Habrá que plantearse también si la plantilla está bien diseñada y el equipo bien formado. No lo pareció en los primeros minutos. No se había cumplido el primero cuando Jonathan puso a prueba la agilidad de Casillas con un cañonazo de barco pirata.

Esplendor.

Lo que siguió fue un asedio del Espanyol en toda regla. Toque, despliegue, desmarque, presión. Y así repetido mil veces. Entonces pensamos que hay equipos que son un milagro. Primero de supervivencia y después de buen gusto. Debe ser cierto que lo que no te mata te hace más fuerte.

Cómo estarían las cosas, que el primer disparo a la portería de Kameni lo hizo uno de sus compañeros, Torrejón, a los nueve minutos. El canterano quiso ceder al portero y casi lo fulmina. No fue un tiro potente, pero tenía colocación y veneno. Besó el palo.

Al Madrid le sirvió eso. Acto seguido, Baptista estuvo cerca de cabecear una falta que Guti sacó al segundo palo, pero en el momento decisivo toda su fortaleza se transformó en torpeza. Nos sucede con él de vez en cuando. En ocasiones nos parece demasiado grande para el balón y para el campo. Un gigante en un subbuteo.

Durante un buen rato, Marcelo alivió los problemas del Madrid y el equipo frecuentó el área rival. En esas primeras llegadas, Higuaín se mostró como suele: desconcertante, como recién levantado de la cama. Nos regaló un par de maravillosos controles orientados, pero falló al querer culminar el pase o probar el tiro. Es raro: acierta en lo exquisito y se equivoca en lo vulgar.

El Espanyol marcó abusando de la conocida fragilidad del Madrid en las jugadas a balón parado. Luis García sacó un córner en corto, se apoyó en un compañero y buscó el palo lejano. Allí apareció Valdo para meter el balón en la portería y la cabeza también. Casillas no salió y descubrimos que no tenía su día.

El Madrid debía remontar el marcador, pero en el Bernabéu ya no sorprenden estas cosas, ni se temen en exceso. Así que nada cambió, ni siquiera la actitud del visitante, que no dio un solo paso atrás, valientemente imprudente.

En ese último tramo de la primera parte, Baptista provocó el lucimiento de Kameni con un lanzamiento de falta que buscaba la escuadra. Por esa latitud surgió el guante del portero y luego el resto de él. Casi al final llegó el gol de Higuaín. Marcelo burló a Valdo y el argentino, peleado con lo sencillo, marcó con la rodilla. Habrá un día en que su cabeza se despeje de fantasmas y se convierta en un futbolista extraordinario, lo creo sinceramente.

Cambio.

Hasta después del descanso no supimos cómo había caído el gol en el Espanyol. Y cayó con indiferencia. El tono que había servido para poner contra las cuerdas al Madrid se había disipado hasta alcanzar un registro inmutable. Lola y Moisés ganaban la batalla del mediocampo, pero el equipo no sabía gestionar ese triunfo. Lo intentaba Luis García, pero no era suficiente. Tampoco Riera, que se obsesionó con regatear a Miguel Torres y acabó perdiéndose en esa pelea inútil.

El Madrid, en cambio, creció un palmo. Drenthe sustituyó a un Robinho triste y gris, víctima de una visión tenebrosa o de un problema físico. Bastó con poner a un zurdo en la zurda para que el equipo se ordenara. Y el panorama mejoró todavía más cuando entró Sneijder por Baptista. Bandas y fútbol, eso necesita el Madrid. Ayer y siempre.

El primer córner que botó Sneijder ya fue un susto: Heinze remató con un hombro. Sus intervenciones posteriores nos confirmaron lo importante que es este jugador, con independencia de que asista o marque goles. Juega rápido y ve bien de lejos.

Probablemente, Guti es quien más agradece su compañía. Más liberado, el señor Gutiérrez comenzó a jugar como le gusta, a todo trapo, resolviendo problemas de matemáticas en un segundo, como esos virtuosos excéntricos que tantos se le parecen. De sus pies arrancó el gol decisivo, aunque nació en la cabeza de Raúl.

La jugada fue una demostración de inteligencia del capitán, que se había pasado la noche escuchando los resoplidos del supervitaminado Jarque. Esta vez ,Raúl recibió un pase largo como tantos, pero en lugar de controlarlo y esperar la embestida del defensa, dejó correr el balón. Aquello pilló por sorpresa al central, que irritado por el engaño quiso recuperar el terreno perdido agarrando al delantero. Fue penalti y lo marcó Raúl, porque era suyo. Doscientos goles. Piensen en algo gratificante que hayan hecho doscientas veces, preferiblemente en compañía, y entenderán lo complicado de la gesta.

Lo intentó el Espanyol, pero no pudo. Ni siquiera la presencia de Tamudo, que fue recibido con una ovación, acercó al equipo al gol. Al contrario, el héroe del Bernabéu se enredó en discusiones con un árbitro pistolero y terminó en una caja de pino. Reclamó una falta, pidió respeto y vio la amarilla. Insistió una vez finalizado el partido y vio la roja. No vio más.

El Madrid venció del único modo posible, pero el fútbol le dio una pista para el futuro. Cuando todo parece negro, siempre queda el balón.

Minuto de silencio por Isaías Carrasco

Antes del comienzo del encuentro, el Bernabéu guardó un respetuoso minuto de silencio en memoria de Isaías Carrasco, el ex concejal socialista que ETA asesinó el viernes.