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…Infinitamente superior, tanto en la ida como en la vuelta. Como suelen resultar los equipos grandes en los partidos de pretemporada frente a débiles sparrings, como el anual partido entre solteros y casados, como el padre que juega con sus hijos en el parque el domingo por la mañana -en este caso en el que adornará los futuros apartamentos de lujo que se alzarán sobre las ruinas del vetusto Highbury- y que disfruta dando opciones a sus vástagos sin perder nunca el control de la situación.

Pese al nerviosismo mostrado en la retaguardia, fruto de las ausencias de Lauren, Campbell y Cole, los de Wenger demostraron ser un equipo en alza, en clara mejoría, que trata de prolongar su progresión y olvidar su irregular marcha en la Premier League, en la que es quinto a veintiocho puntos del Chelsea de Mourinho. Le funcionó a Wenger el psicólogo a la carta, con contrato temporal de una semana, utilizado para reforzar la autoestima de sus talentosos e inexpertos jugadores. Porque más allá del acierto, sus jugadores, Cesc y Reyes incluidos, no se escondieron ni se amedrentaron nunca ante la alineación de gala del otrora gran Real Madrid, ahora sumido en un agónico fin de ciclo.

Lo de Henry es otra historia, a pesar de no haber disfrutado de su mejor noche. Aunque en esta ocasión sin acierto, volvió a ser el referente indiscutible de su equipo, apoyado en las buenas maneras de Ljungberg, Reyes –a quien Salgado le amargó la noche- y Cesc Fabregas, un talento infinito en el centro del campo. Cualquier intento de comparación con el actual Ronaldo no deja de ser un desprecio innecesario para el francés. Un jugador que ya intimida con su flotante correr, que parece paralizar a sus adversarios. Capaz de dar el zarpazo final, como ya demostró en el Bernabéu con un soberbio golazo, o de regalar asistencias de gol, robar balones y lanzar con peligro las faltas, como hizo ante su hinchada. A buen seguro que ahora Laporta ya tiene una razón más para apuntar su nombre en mayúsculas en la agenda de fichajes azulgrana.