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Primera | Real Madrid 3 - Athletic 1

Partido delirante en el Bernabéu

Entusiasta remontada con Raúl de héroe. Woody, gol en propia puerta y expulsión. El Athletic, blando

Actualizado a
<b>GOL DE ROBINHO. </b> El crack se estrenó y logreó su primer gol con la camiseta del Madrid.

Si el Madrid llega a perder el partido es fácil que Woodgate hubiera abandonado el país en una furgoneta pintada con flores. Destino: cualquier reducto hippy donde el pasado no cuenta. No fue sólo una remontada, fue también la rehabilitación (parcial o total) de un futbolista perseguido por la desgracia hasta límites insospechados y más allá, porque la noche de su debut Woody marcó un gol en propia puerta y fue expulsado por doble amonestación, estadísticas que aniquilan una actuación que no fue mala, porque ni se rompió ni nada y jugó con bastante aseo, no personal, que no sé, sino futbolístico.

Sí, el gran mérito de la remontada madridista tiene, entre otras virtudes, la de desviar la atención del infortunio del inglés, del que cualquier aficionado con corazón se apiada al instante. Pero además de para salvar al soldado Woodgate, la reacción sirve para que el propio Real Madrid se salve a sí mismo después de pasearse por el abismo, Luxemburgo con medio cuerpo sobre el acantilado.

El partido fue un verdadero delirio al que contribuyeron generosamente los entrenadores. Alguien dijo que ser culto no es más que tener actualizado el bachillerato y yo añadiría que saber de fútbol no es más que situarse entre los que no saben absolutamente nada (novias y así) y los que se creen que lo saben todo, entrenadores y similares. Mientras Luxemburgo situó como cerebros a Gravesen y Pablo García, aberración deportiva y anatómica, Mendilibar decidió jugar sin delanteros, atrevimiento surrealista para quien apuesta por jugar el balón y no encerrarse en su área.

Esas decisiones condicionaron el partido hasta que el partido se rompió por causas naturales y en este caso las causas naturales son los buenos jugadores y la inocencia supina del Athletic, que defiende las jugadas a balón parado todavía peor que el Madrid.

El despliegue de ambos equipos era un despropósito. El jugador más adelantado del Athletic era Etxeberria, perdido en la posición teórica de ariete, que no es la suya, y peligroso cada vez que se inclinaba a alguna de las bandas. En esa situación, los rojiblancos, que técnicamente son buenos (aunque blandos), tocaban con suficiencia en el centro del campo, pero cuando se acercaban al área no hallaban más solución que el disparo lejano, de Tiko o del que pasa por allí. De ese modo, el enorme privilegio que es disponer del balón en el Bernabéu se convertía en un imperdonable derroche. Tanto, como tener en el banquillo a Llorente, un magnífico delantero incomodísimo para cualquier defensa, más aún para la del Madrid, de natural titubeante.

Por su parte, el Madrid repetía los errores conocidos: juego lento, previsible, sin talento ni desborde en el centro del campo y la única novedad de que Robinho se abría más a la banda izquierda. Sin enemigos a los que abatir y con la obligación de atacar y crear, la pareja Gravesen-Pablo García descubre todas sus carencias. La única salida del Madrid eran los magníficos pases largos de Beckham a Ronaldo y Robinho.

El gol del Athletic se generó en uno de esos ataques que sólo podían resolverse con un zapatazo porque no había otra alternativa. En este caso fue el propio Etxeberria quien lo intentó, con tan buena suerte (para él), que Woody desvió la pelota con la cabeza y batió clamorosamente a Casillas. Hasta entonces, el inglés se había revelado como un central fino, atento al corte y con un buen desplazamiento del balón. Desde entonces, se convirtió en un defensa precipitado y nervioso, abocado a la expulsión que no tardó en llegar.

A pesar del gol, la fragilidad del Athletic y sus movimientos de peso ligero sin pegada hacían difícil apostar por su victoria. Menos aún cuando Robinho, iniciada la segunda parte, cabeceó a la red un saque de falta de Beckham desde un costado. De cómo remató pueden dar fe mejor que nadie los defensas bilbaínos, que estaban de espectadores. El empate valía para que el anfitrión se quitara la soga del cuello y acabara con los pitos de la grada, cada vez más amenazantes.

El Madrid se revolucionó y encontró para ello la fabulosa colaboración de Guti, que sustituyó a Gravesen, que sufre una extraña enajenación. Un extraordinario pase del canterano descubrió, además de la tozudez del entrenador, el desmarque de Ronaldo, que fue tan generoso como en Cádiz y asistió a Raúl. Gol y locura. El Madrid remontaba el partido y recuperaba su maltrecha credibilidad. El definitivo tanto de Raúl, después de un estupendo cabezazo a la salida de un córner, hacía olvidar un inicio que había sido mucho peor que trágico: había sido cómico.

No fue un triunfo muy académico, pero sus efectos pueden ser milagrosos porque entre las muchas necesidades del Madrid estaba la suerte, quizá tras ella se escondan otras virtudes. Woodgate continúa su terapia y los hippis pierden un adepto.