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Liga de campeones | O. Lyon 3 - Real Madrid 0

Un castigo que fue excesivo

Tres zarpazos del Lyon tumban al Madrid. Dos goles llegaron a balón parado. Casillas detuvo un penalti. Robinho volvió a ser el mejor del equipo

Actualizado a
Los jugadores del Real Madrid se mostraron cabizbajos al acabar el partido.

Habrá que empezar diciendo que no jugó el Madrid tan mal como para merecer semejante castigo. No fue uno de esos encuentros en los que resulta desarbolado por un animoso conjunto local, los hemos visto muchas veces. No, no fue eso. En esta ocasión el desastre se concentró entre los minutos 20 y 31, y los dos primeros goles llegaron en jugadas a balón parado, en acciones que podríamos calificar de fortuitas. Antes y después de ese intervalo el equipo se movió con corrección. Pero es un poco triste que lo mejor que se pueda decir del Madrid es que aún sabe jugar peor.

Después de más de 80 millones de euros en fichajes, no han cambiado demasiadas cosas con respecto al equipo de la temporada pasada. Es cierto que se ha incorporado a un fabuloso atacante, Robinho, a un estupendo mediapunta que no juega en su sitio, Baptista, y a un central prometedor, Sergio Ramos. Pero ninguno de esos jugadores participa permanentemente en la creación del juego: dos rematan y otro destruye. Y el problema del Real Madrid era y es, sobre todo, un problema de creación, de centrocampismo, de agilidad mental en esa zona, de talento para llevar a cabo con rapidez la transición defensa-ataque. Y ni Gravesen ni Pablo García saben hacer eso. Guti sí, pero no es suficiente, ni constante.

Creo que el Madrid no aprendió la lección de la pasada campaña y, al igual que sucedió cuando llegó Camacho, ha vuelto a posponer una revolución que era imprescindible. Se ha preferido apostar por una renovación a plazos, tal vez porque se peca, deportiva e institucionalmente, de una alarmante autocomplacencia, todos están encantados de haberse conocido, todos son buenos y guapos, cualquier crítica es sabotaje y lo que debería ser autoridad se diluye por la admiración que despierta el ídolo tan cercano.

Ramplón. Insisto, no jugó mal el Madrid (ni bien) y pagó con sangre un par de despistes, pero no puede pasearse por Europa con un juego simplemente aseado, lentísimo y previsible excepto cuando Robinho toca el balón. Y eso es lo que vimos ayer, especialmente en la segunda mitad, con el Lyon replegado. Ni siquiera en esa situación el Madrid fue capaz de cambiar de marcha, siguió con ese ritmo que al espectador recién incorporado le impediría averiguar si su equipo va ganando o perdiendo, o tal vez empate.

Como es obvio, Luxemburgo tiene mucha culpa de cuanto ocurre. No es sólo que reniegue de los extremos, es que no ocupa las bandas. Las subidas de Roberto Carlos están cantadas y las de Michel Salgado son partos con cesárea. No hay sorpresa alguna. Y en esas tontas diatribas (que si las bandas que si el pinganillo) se pierde toda la aportación de un entrenador que todavía no ha terminado de hacerse con el equipo, aunque lo mantenga en pie gracias al talento de los jugadores y a su capacidad de motivación. Espero que no necesite muchas más derrotas para que entienda que para jugar como Brasil hace falta ser Brasil.

Pero vayamos al encuentro. Mientras fue suficiente con controlar el juego, la pareja Gravesen-Pablo García se movió con solvencia y el equipo igualó con solidez la salida entusiasta del Lyon. Eso duró unos quince minutos, tiempo en el que quedó claro el pavor que causa Robinho en las defensas rivales: en apenas siete minutos le hicieron tres faltas en la frontal del área. Beckham y Roberto Carlos rozaron el palo en sus lanzamientos. El partido era del Madrid.

Sin embargo, la absurda insistencia de Salgado en despegar los brazos cuando ejerce de barrera acercó una falta que ya era peligrosa de por sí. Juninho disparó, Carew peinó el balón y Casillas se lo tragó. El portero está desconocido, ignoro si tiene que ver con esa renovación que nunca llega o con el inexplicable despido de su entrenador personal, Manuel Amieiro.

Inmediatamente después, el Madrid tuvo su mejor ocasión. Roberto Carlos chutó desde lejos y Baptista desvió el balón, que se estrelló en un poste. Raúl no consiguió aprovechar el rebote pese a que le vino la pelota a la cabeza. Juninho puso el 2-0 con un lanzamiento de falta demasiado lejano como para no ser responsabilidad del guardameta. El 3-0 lo marcó Wiltord al rematar un pase de la muerte de Reveillere. Y Juninho pudo poner el 4-0 de penalti, pero esta vez Iker fue Iker.

El Lyon no quiso más y el Madrid no pudo siquiera aliviar el marcador, pese a los esfuerzos de Robinho. Por eso, no se puede poner como excusa la mala suerte, porque la fortuna, por muy esquiva que sea, no golea, sino que obtiene victorias por la mínima. El gran error del Madrid será seguir buscando excusas en lugar de soluciones.