Iker, me quedo más tranquilo
Lo bueno de Internet es que convierte las distancias en una mera anécdota. Por eso me costó poco comunicarme ayer con Iker Casillas. Él, en Bangkok. Yo, en Madrid. 10.000 kilómetros entre ambos. Necesitaba esa conversación personal con el portero que más me ha emocionado con sus paradas desde Arconada. En la crónica del partido con el Jubilo Iwata, les trasladé mi preocupación porque tengo tal consideración de la valía futbolística de Iker que me inquieta verle distraído, dubitativo en las salidas y alejado de esa imagen de arquero milagrero que desde hace seis años le ha dado al Madrid con sus vuelos sin motor dos Champions, dos Ligas, una Intercontinental, una Supercopa de Europa y dos Supercopas de España. Ese currículum se lo ha ganado desde la base y sin ninguna ayuda. Por eso él debe reaccionar ya.
Fueron quince minutos de conversación sincera entre dos tipos que se aprecian, pero que no olvidan cuál es el sitio de cada uno. Conseguí mi gran objetivo. Tranquilizarme. Noté al Casillas de siempre. Confiado al límite en sus posibilidades, autocrítico y dispuesto a subir de nuevo a esa Cibeles que conquistó con sus brazos adolescentes tras su heroica actuación en la final de la Novena. Iker es patrimonio del Real Madrid y por eso la exigencia con él siempre será máxima. Pero desde una creencia innegociable: no hay en Europa mejor guardameta que él. Si mi casa fuese una portería de fútbol, dejaría las llaves a la vista. Con Iker ahí, sería el lugar más seguro del mundo.