El defensor de los más débiles
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Cobo era un sindicalista de la vieja guardia, un pretoriano, un personaje de otros tiempos, una buena persona, el defensor de los más débiles. Si eras el último mono de la Redacción de AS, de cualquier redacción del mundo, o alguien con problemas, siempre podías contar con su solidaridad, con su apoyo y con su voz. Tenía principios como piedras gigantes, que defendía a capa y espada contra todos. Nunca dudó de ninguno de ellos. No le gustaban ni los poderosos ni la diplomacia. Fuimos amigos durante mucho tiempo cuando los dos éramos jóvenes e indocumentados y estábamos dispuestos a cambiar el mundo todas las tardes. Pero el mundo no se dejó cambiar. Y Cobo siguió empeñado en estrellarse contra todos los molinos de viento que encontraba en su camino. Nunca se dio una tregua en su lucha por abanderar causas perdidas.
Ultimamente yo le miraba desde la distancia. Se le habían caído todos los muros y perdido muchas batallas, pero seguía en pie con un aire cada vez más desaliñado y bronco, escondido en su esquina de la Redacción y dispuesto a ayudar a quien lo necesitase. Iba camino de viejo cascarrabias, refunfuñaba mucho, daba puñetazos en la mesa, regañaba a quienes escribían malos textos, se enfadaba con los reincidentes y daba lecciones a quienes las necesitaban. Era inteligente y culto, un excelente editor y un buen periodista. Yo siempre creí que ni todas las cajetillas de tabaco del mundo serían capaces de derribar su inmenso corazón. Pero ha ocurrido y Cobo se nos ha ido a morir en las puertas de AS. El mundo es hoy un poco peor porque Cobo no está. Cada vez nos quedan menos personas de su talla moral y de su honradez.



