Primera | Real Madrid 0 - Atlético 0
Residentes en Madrid
El derby fue un camelo que decepcionó a madridistas y atléticos por igual. Casillas y Franco vivieron una velada tranquila y sin sobresaltos. Fue un duelo descafeinado, en el que ni siquiera sus protagonistas parecieron estar interesados en defender su honrilla. Cero goles, cero espectáculo. Mal, mal, mal.
Homenaje. Resulta preocupante y sintomático que la única ovación sentida y sincera del Bernabéu en toda la velada fuese para Fernando Ruiz Hierro. No porque el capitán de la feliz era delbosquista (no olvido que con el salmantino en el banquillo el faraónico proyecto de Florentino levantó una Champions, dos Ligas, una Intercontinental, una Supercopa de Europa y una de España) no mereciese el reconocimiento de la afición a una trayectoria deportiva ejemplar, sino por la falta de emociones de un derby ponzoñoso y sin alma. El club optó por perdonar a Hierro sus pecados, cometidos todos tras la conquista de la Liga 2002-03. Dicen los que lo conocen bien que en el famoso Motín del Txistu al malagueño le perdió tener espíritu solidario y salir en defensa de sus compañeros, que le calentaron la oreja para que se encarase a su presidente (algo parecido a lo que Gerard hizo con Etoo en la noche de autos del Camp Nou). Nunca entenderé que en ese alirón liguero Fernando se pusiese a jurar en hebreo ni que terminase demandando al Madrid, pero me reconforta que el Bernabéu sepa admitir que todos nos equivocamos y que sus 14 años de entrega a la causa merecían el perdón del jurado popular. Se santiguó, como Míchel en aquel Madrid-Mérida de su adiós, y todos imaginábamos que sería el preámbulo perfecto para un derby de goles y reivindicaciones.
¿Madrid 2012? Lo más triste es que las pancartas de 2012 que llenaron los anfiteatros del estadio para alentar la candidatura olímpica de la capital encontraron nulo eco en los jugadores. Uno puede comprender que Zidane, como francés ilustre e insigne, no haga el partido de su vida en una cita con ese trasfondo promocional. Pero es que el resto de protagonistas del bodrio castizo parecían enviados por los líderes de las candidaturas de París, Moscú, Nueva York y Londres. Ná de ná, que dicen en mi pueblo (Herencia, Ciudad Real). Asumo resignado que cuando sólo hay en juego el honor, muchos no se den por aludidos. Resultó frustrante que los de blanco no hicieran nada por despedirse de su gente con un triunfo compensatorio a la frustración liguera y que los atléticos no le echasen más agallas para tumbar al odiado vecino para tapar la boca de la docena de impresentables que los acobardó en Majadahonda.
¡A la Peineta! Como en el campo nada rescató el interés de los 80.000 testigos de la pantomima (hasta Luxa nos privó del morbo pichichil al quitar a Ronie en la última recta), me quedo con las vaciladas que destilaba la grada. Se escuchó esta cantinela, con poso irónico brutal: "A la Peineta, nos vamos a la Peineta...". Un guasón se me acerca y me dice: "Mira, cuando el Atleti se mude allí se llamará Estadio Luis Aragonés...". Me cuesta sonreír, y eso que es fácil viendo a jugadores como Richard Núñez, al que si le dicen en Navidad que iba a jugar en el Bernabéu hubiese exigido al interlocutorque pasase la prueba del alcohol.
Torres, sí. No me cuesta nada reconocerlo. Por algo Gento dijo que lo ficharía para el Madrid. Torres sigue arrugándose en el último remate y continúa sin marcarle un gol al Madrid. Pero en la última media hora fue el único que propuso y dispuso. Su jugada en eslalon, sólo frustrada por un impasible Casillas, fue digna de un magnífico futbolista. Pero vive como un náufrago en una isla maldita donde muchos parecen jugar de prestado. Si yo fuera Cerezo le vendería a Torres a Florentino y con el dinero compraba el Getafe, dimitía como presidente y dejaba que los atléticos empiecen de cero. Este club no merece un final de película tan deprimente. Ni Figo, del que no sé si tengo que escribir con un "hasta siempre" o "hasta luego". ¡Que acabe esta pesadilla!