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Primera | Real Madrid 2 - Villarreal 1

El Madrid ya merece la Liga

Fabulosa victoria ante un gran Villarreal. La pasión local pudo con el genio de Riquelme. Beckham, prodigioso. El árbitro, lamentable

<b>EL MEJOR BECKS DE NUNCA</b>. David Beckham completó un partido sencillamente fabuloso e impulsó al Madrid en la mayoría de las acciones de ataque.

El Real Madrid ya merece ganar la Liga. Al menos, después de lo de ayer, lo merece casi tanto como el Barcelona. Por primera vez, la distancia que le separa del líder no es una quimera intraducible, sino que refleja exactamente la diferencia entre los dos equipos, tres puntos, cinco centímetros, una victoria, el resto el miedo. Apenas hay diferencia. El triunfo ante el Villarreal, la fantástica forma de conseguirlo, vale tanto como una resurrección y hasta puede servir para redimir una temporada espantosa. Hacía muchísimo tiempo, años tal vez, que el Madrid no se sobreponía a una situación tan adversa frente a un rival tan bueno. Tres puntos, cinco centímetros, el miedo.

El partido fue fabuloso y comenzó con el Madrid en las cuerdas, medio fiambre. El Villarreal había saltado al césped haciendo gala de todas las virtudes que se le suponen, y son muchas. A los pocos minutos, pese al entusiasmo local, los visitantes ya eran dueños del juego, con Riquelme al mando, tan poderoso que resultaba insultante. En el Bernabéu se oía ese rumor que no surge de las gargantas sino del castañeteo de cien mil dientes.

Sé que hoy en día no es estético, ni probablemente ético, menos aún en un equipo como el Madrid y menos todavía visto el marcador, pero tal vez Luxemburgo debería haber marcado al hombre a Riquelme. La razón es evidente y de fuerza mayor: hay pocos futbolistas que acaparen tanto el juego de un equipo, que lo controlen con tanta eficacia, que se señalen con igual descaro como protagonistas absolutos. Anular a Riquelme es anular en un 80% las posibilidades del Villarreal, pues todo gira en torno a él porque él lo hace girar todo. Recuerda a esos futbolistas superdotados que habitan en cualquier curso de cualquier colegio y que cuando saltan al campo de tierra se convierten en dueños de cuanto ocurre, en pequeños dioses, yo vi varios en los Escolapios y eran faquires sin flauta, cateadores celestiales, divinos inadaptados.

El Madrid resistió a duras penas y no salió de la esquina hasta pasada media hora. Le sacó de allí Beckham. El inglés jugó ayer el mejor partido que se le recuerda y lo hizo lejos de los terrenos que acostumbra. Cuando el dominio del Villarreal era más abrumador, salió al rescate del equipo y le sacudió los complejos con fabulosas cabalgadas en las que demostraba disfrutar de una condición física superior. Pero no se trataba sólo de los arrebatos físicos que ya hemos visto otras veces. En esta ocasión cada arrancada estaba cargada de sentido, de regate si era necesario, del pase adecuado en el momento preciso.

Los futbolistas ingleses, al menos los del Madrid, aportan en los momentos de máxima intensidad un extraordinario sentido de la responsabilidad.

Pero aunque el Madrid había conseguido gobernar el barco en plena tempestad, el timón daría un nuevo giro. Riquelme dirigió un contraataque, señaló con la mirada el desmarque de Forlán y le entregó un balón que rodaba como una bola de billar. Pavón llegó antes por milésimas de microsegundo y rozó la pelota, pero al árbitro le confundió la aparatosidad de la acción y los 15 metros que lo separaban de la jugada. Pitó penalti y Riquelme lo transformó, a pesar de que Roberto Carlos se metió en el área con tanto ímpetu que casi lo tira él.

Al Villarreal no le habían remontado en todo el campeonato un solo partido y el Madrid no había conseguido enderezar ni uno que se le hubiera puesto en contra. Sin embargo, en ese instante, el Villarreal dudó si rematar o conservar y en esa incertidumbre se le fue para siempre el control del juego. La pasión del Madrid, excepcional, le arrastró por completo.

La segunda mitad se inició con una sucesión de ocasiones locales que tenían que estar destinadas al gol. Después de mucho insistir lo consiguió Ronaldo, que empujó con la cabeza una maravillosa asistencia de Zidane, que se coló hasta la línea de fondo después de dos prodigiosos quiebros con la cintura.

Con el Madrid volcado, ansioso y hambriento, Ronaldo entró en el área como quien acomete contra los molinos. Cayó en el área, no pasó nada. Se levantó, recuperó el balón y cedió atrás a Salgado, que venía como el ejército de Atila. Gol y desenfreno. En todos, menos en Luxemburgo, que a falta de 13 minutos sacó del campo a Ronaldo y Owen en favor de Guti y Figo, un riesgo temerario, pues el equipo se la jugaba a la contención y renunciaba al ataque. Pero le salió bien, entre otras cosas porque el choque se convirtió en una reyerta en la que renació Raúl el barbudo, gladiador sublime en esa recta final.

El Madrid había conseguido sobreponerse al Villarreal, pero también al árbitro. Con 1-1 en el marcador, González Vázquez expulsó a Samuel por un salto en el que no hizo más que estirar el brazo. En el descuento mostró la roja a Zidane por un tumulto en el que había media docena de jugadores implicados. Se ha vuelto una costumbre muy progre perjudicar al Madrid. Y por los viejos complejos y los eternos victimismos apenas se censura. Vencer a todo eso, salir vivo de allí, casi vale una Liga. Tres puntos, cinco centímetros. Y el miedo.

El detalle: el mejor Becks de nunca

David Beckham completó un partido sencillamente fabuloso e impulsó al Madrid en la mayoría de las acciones de ataque. Fue clave en el primer tanto y en el entusiasmo que envolvió al equipo. También rozó el gol.