El Niño, contra dos gigantes

Primera | Atlético 0 - R. Madrid 3

El Niño, contra dos gigantes

El Niño, contra dos gigantes

El genio de Casillas y Ronaldo derrumbó a un Atlético que fue mejor. Torres jugó bien, pero sin acierto Solari, notable Gronkjaer, destacado

El Atlético sigue alimentando su historial (clínico). Si los legionarios son novios de la muerte (o de la cabra), los atléticos lo son del infortunio, de la carambola al revés. El enorme mérito de la afición ha sido convertir esa fama infausta en leyenda romántica, su éxito inmortal ha sido explotar el indudable encanto del antihéroe, ya dijo Garci que el Atlético era como Bogart y ya respondió Fernando Trueba que en tal caso el Madrid era Cary Grant, dos estilos que ondean diferentes banderas, la gabardina y el frac.

El problema de las hermosas historias escritas a batacazos son, estrictamente, los batacazos. El problema del romántico es el tiempo que tarda en limarse los cuernos y escribir la poesía, en explicar a los niños por qué se es del Atleti, en transformar el traspié en rebeldía, en filosofía de vida. Pasado ese trago, se vuelve a disfrutar.

Conviene anticipar que el Atlético no tuvo ayer más enemigo que la suerte, su adversario milenario. No hubo otros fantasmas, si acaso Casillas y Ronaldo, el primero extraordinario y el segundo implacable. Pero el acierto de ambos pareció siempre inspirado por el desacierto del Atlético, por la contumacia en sus errores. Es curioso, pero cuanto más asediaba el Atlético más cerca parecía estar el Madrid del gol, y eso que no la tocaba. Sólo el Atlético es capaz de sostener este tipo de paradojas y transformarlas en ley. Y presiento que cualquier rojiblanco (seguidor o futbolista) intuye este tipo de desenlaces trágicos.

Salvo el portero y el delantero, el Madrid no existió. Su actuación fue penosa y el entrenador no aportó nada, ninguna solución, ningún intento siquiera. El asedio duró todo el partido y el primer cambio de Luxemburgo llegó en el minuto 85: Celades por Figo. Eso sí, el nuevo técnico exhibió un walkie-talkie para comunicarse con su asistente, que veía el partido desde el palco. Se me escapa por qué no utilizó un teléfono móvil con su correspondiente pinganillo, aparato mucho más discreto que el zapatófono. Imagino que es por darle al gesto un toque más marcial, guerrero; quizá una forma de mentalizar a sus pupilos sea gritar tango, charlie, cambio y corto. Ignoro los últimos avances de la psicología aplicada.

He dicho que Luxemburgo no aportó nada y no es totalmente cierto. El partido comenzó con una novedad diría que trascendental: Solari jugó en lugar de Guti, fuera de combate por una gastroenteritis. El entrenador debía sustituir al único futbolista con capacidad para organizar el juego, al único que no tiene nadie que se le parezca, por eso mismo se busca un mediocentro en el mercado de invierno. Y optó por Solari. Su querencia hacia el argentino es indudable: ya lo convocó para la Real pese a llegar de vacaciones por la mañana y hasta lo hizo jugar unos segundos. Y amores parecidos siente el técnico por Morientes, que fue convocado y jugó algunos minutos pese a estar casi vendido al Liverpool y arriesgarse a una lesión. Llama la atención que los recambios preferidos por Vanderlei tengan un pie fuera del club.

El caso es que Solari, aunque no sirvió para tomar el mando (todavía menos Beckham), añadió frescura y una dosis de espontaneidad que le dio al Madrid un punto de efervescencia del que carece. Con su estilo un tanto desmelenado, Solari abrió algún camino nuevo y se permitió el lujo de enviar un magnífico pase a Roberto Carlos que propició el primer gol: el lateral centró, Zidane falló clamorosamente (creo que lo vio tan fácil que se aturdió) y Ronaldo aprovechó el balón desaprovechado para fusilar a Leo Franco.

Dominio. Había pasado un cuarto de hora y lo mejor del partido lo había hecho, hasta ese momento, el Atlético, que saltó al campo echando fuego por la boca. En el primer minuto una falta de entendimiento entre Helguera y Casillas casi acabó en gol en propia puerta; dos minutos después, Torres le robó la pelota a Helguera y su disparo lo repelió Iker; justo después, Gronkjaer burló a Arbeloa y Casillas la sacó con apuros junto a la escuadra. Todo ello aderezado con un dominio aplastante. Desde entonces, lo mejor del partido lo siguió haciendo el Atlético.

El Madrid había entregado el campo y el balón, sin pudor, sin centro del campo y sin nadie que supiera templar el juego, los viejos defectos incrementados por la ausencia de Guti. Más que controlar, el Atlético empujaba, sin más exquisiteces que las que añadían Fernando Torres y el debutante Gronkjaer, que demostró muy pronto que Arbeloa no está todavía a la altura de sus condiciones. El danés ganaba casi siempre a su lateral y lo hacía con un modo muy particular de moverse, con los modos del fino estilista, del tipo incapaz de crisparse, tan limpio que parece lento, y no lo es. Su equipo (y su entrenador) se equivocó gravemente al no surtirle de más balones.

El caso de Fernando Torres merece capítulo aparte. Hay quien tras el partido lo condenó por fallar hasta ocho ocasiones, una de ellas clarísima, pues la portería estaba vacía. Eso es verdad, pero también lo es que el Niño fue el alma del Atlético, su mejor jugador, el motor, el espíritu, el tormento de los centrales del Madrid, a los que robó la cartera en muchísimas ocasiones. Y aquel remate a placer no lo era tanto porque exigía una media volea complicada. Y no se puede criminalizar al delantero que se estrella en Casillas porque empieza a no haber delantero que no se haya tropezado con él y con su coro de ángeles de la guarda.

La actuación de Torres fue sobresaliente y si hubiera estado culminada con un gol hubiera sido simplemente excelsa. No se le puede exigir que además de tirar de su equipo, de sostenerlo, de fabricarse él mismo las oportunidades, demuestre la eficacia asesina de Ronaldo, a quien le aplaudimos que no se distraiga en otras tareas.

Junto a Torres, el mejor jugador del Atlético fue el colombiano Perea, y no por sus exquisiteces, sino por su velocidad y por su precisión. Perea les hizo ayer la prueba del Carbono 14 a todos los jugadores del Madrid que se le acercaron. De ellos, el único que no resultó jurásico fue Ronaldo, que resistió la comparación y logró controlar alguno de los pases en profundidad que le enviaron, pocos, como siempre.

Cuando la superioridad del Atlético era sonrojante, Raúl tocó su primer y único balón para resolver un barullo y entregar a Solari un balón que le dejó solo frente a Leo Franco. El argentino regateó con sangre fría y sentenció el choque.

Con el rival groggy, Zidane también se salvó del cero patatero con una fabulosa asistencia que respondió al hábil desmarque de Ronaldo, que anotó el tercero con un zurdazo certero que se coló entre las piernas del guardameta. Ronie había marcado sus dos únicos remates a portería.

Las caras de los atléticos eran un poema. No habían hecho un partido sublime (Luccin, horrible), pero se habían impuesto en la mayor parte de los asaltos, en el entusiasmo y en el juego. Sin embargo, el resultado terminaba por ser el de los últimos tiempos: victoria abultada del Madrid.

Luxemburgo, que en 96 minutos corre el riesgo de agotar todas sus reservas de fortuna, habrá entendido que los problemas del Madrid no se solucionan con una arenga racial y un par de buenos entrenamientos. Entre Casillas, cada día más cerca de ser el mejor portero del mundo, y Ronaldo, incomparable en lo suyo, se debate un equipo desequilibrado y falto de frescura que sólo responde a desafíos muy concretos. Cegarse por el éxito logrado en los últimos días y por la derrota del Barcelona es aplazar de nuevo la revolución pendiente.

El Atlético sigue siendo un equipo en busca de sí mismo que sólo tiene claro que su delantero centro es portentoso y sus defensas centrales magníficos. Pero le falta indentidad, el viejo espíritu combatiente, el contragolpe mortal.

La leyenda continúa, eso es lo único que les queda a los rojiblancos. El Madrid está a siete puntos del Barcelona, que intenta no mirar de reojo y no puede. Ahí está el punto débil del Barça, en el reojo.

El detalle: el derby acabó sin incidentes

Afortunadamente, el derby transcurrió sin incidentes reseñables, a excepción de una carga que tuvo que hacer la Policía en el minuto 68 en la zona donde se encontraban los UltrasSur. A la salida de los aficionados radicales del Madrid también hubo algún incidente, aunque sin importancia.