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Primera | Real Madrid 1 - Valencia 0

La cuadrilla del arte

Un golazo de Owen, habilitado por Raúl, dio el triunfo al Madrid. Ranieri hundió a su equipo al dejar en el banquillo a Aimar hasta el descanso

<b>SISSOKO, A SUS PIES. </b>Sissoko no pudo en ningún momento con su compatriota Zidane.

Los tanques del general Ranieri se batieron en retirada ante la cuadrilla del arte. Una victoria por la mínima, de máxima valía. Un 1-0, el resultado favorito al que los galácticos se han abonado como si fuese su número de la suerte. Ya están a un solo punto del campeón de Liga, que acumula tres derrotas consecutivas. La crisis ha cogido el Alaris, evidenciando que en el fútbol, como en la vida, la risa va por barrios.

García Remón, un Robin Hood de los banquillos (saca al campo a todos los ricos para que nos hagan felices a los pobres), encontró el premio máximo a su osadía táctica, que lleva camino de convertirse en una asignatura de prestigio en Harvard. Cuatro días después repitió el órdago a la grande. Pero si usted juega al mus me dirá que no tiene tanto mérito. Si llevas cuatro reyes tienes todas las de ganar. Y Mariano saca al pasto a sus cuatro Balones de Oro (Ronaldo, Figo, Zidane y Owen) con tanto descaro que sólo cabe el aplauso unánime de los que todavía creemos que asistir a un partido de fútbol puede ser una experiencia fascinante.

Ranieri, italiano de la vieja escuela, quiso hacer una gracia que debió borrar la sonrisa de los aficionados valencianistas en cuanto que destapó sus naipes. Dejar en el banquillo a Aimar para dar entrada a Sissoko suponía mucho más que una declaraciones de intenciones. Significa decirle al contrario que especular te parece un verbo poético y avisar de que renuncias al control de la pelota con tal de llevar el partido a las trincheras donde el vigor físico y la presión entre líneas acaban con los debates sobre la estética del juego. El Madrid, encantado de la vida y el Bernabéu haciendo la ola al técnico romano por su generosidad...

La torpe concesión le permitía al anfitrión ponerse en manos de Zidane. El francés fue, una vez más, la mano que mece la cuna. Su primera media hora fue, sencillamente, sublime. Como si tuviese un poder hipnótico sobre el esférico, lideró todas las operaciones de acoso, sobre todo en un primer tiempo en el que el campo parecía un tobogán cuyo destino era la portería de Cañizares.

El Valencia intentaba frenar las acometidas de ese sexteto que vive los partidos como si fuese un film de Tarantino. Cada escena es puro vértigo. Aparece Figo por la derecha (Carboni no fue esta vez su verdugo implacable), Zidane sienta a Baraja y pasa en profundidad, Ronaldo irrumpe como una estampida de búfalos, Raúl se convierte en un ciempiés capaz de jugar hasta de taquillero en los recesos de la batalla y Owen pone la mantequilla en el cuchillo para asegurar una tostada deliciosa. En esa fase de felicidad existencial llegó el gol. En mayúsculas. Zidane inventó un pasillo de fantasía por el carril central, Raúl dio continuidad a la jugada con un preciso pase al primer toque y Owen, tras coger la espalda a la zaga che, culminó a la inglesa. Golpeo contundente, al palo del portero, pegado al larguero, sin respuesta posible de ese Cañete ataviado anoche como la abeja maya. Los padres de la ardilla inglesa vibraron en la Tribuna VIP. El golden boy está cada vez más integrado y hace su trabajo con una eficacia casi germana. En su happy week (semana feliz) metió dos chicharritos que son seis puntos de oro para su gente.

A Ranieri la tocaba mover ficha. Los suyos no fueron capaces de calentar los guantes mágicos de Casillas en una sola ocasión en toda la primera parte. Di Vaio no podía con Helguera, mientras que Rufete y Angulo naufragaban en su afán (estéril) de entrar por las bandas. Claudio, él, rectificó en la hora del bocadillo y la reflexión. Le dio un ataque de coherencia y sacó tras el descanso al único tanque del que dispone capaz de emular a Napoleón por su destreza e imaginación en el campo de batalla. Con Aimar empezó otro partido, otra realidad bien distinta. Es como si el Valencia se hubiese convertido, de la mano sabia del Zidane de la Pampa, en una naranja mecánica capaz de recordar, vagamente, a aquel equipazo de Rafa Benítez que funcionaba con la precisión de un reloj suizo.

El Madrid de las fantasías animadas de ayer y hoy reculó veinte metros, Solari se incorporó a la partida de Stratego para equilibrar tácticamente el centro del campo y Ronaldo se buscaba la vida, como siempre, para buscar agua purificada en mitad de las dunas. En esas Albelda envió un misil teledirigido desde la frontal. Era gol. Pero esa expresión, con Casillas metido en una jaula con redes, es un desperdicio del lenguaje. Mano abajo, columna firme, riñones al suelo, parada imperial. De ésas sólo le he visto al mejor Arconada.

Ronie, sin gol. A la contra, como los púgiles que entienden que si no vas a ganar por puntos es mejor asegurarse el triunfo por KO, Ronaldo lo intentó insistentemente. Había profetizado un 2-0 con un gol suyo, y le faltaba su donación particular para competir con la bruja Lola. Pero siempre le faltó un hervor en el último instante. Por eso Mariano le cambió en la recta final, relevo que le sentó peor que los dos balonazos que recibió en sus partes (nobles) ante el Dinamo. Tranqui, Ronie...

El partido languidecía, con un Madrid amarrategui asegurando la justa victoria y un Valencia que se encomendaba al poder creativo de Aimar y a las quejas arbitrales tradicionales. Cierto que hubo dos jugadas en el área blanca dignas de un repaso de moviola. Pero tanto la caída de Angulo ante Guti, en el primer tiempo, como el conato de agarrón de un lento Samuel a Aimar en el descuento (que propició otro paradón de Iker), no merecen el máximo castigo. Ninguna de las dos acciones fue penalti. Pérez Lasa no será Tristante. No cuela. El valencianismo debería exigir responsabilidades a su técnico, que hizo un Ushiro-nage de pizarra que esterilizó su fútbol. Los victimismos no son dignos de un campeón.

Primer lleno de la temporada

Por vez primera en lo que va de temporada, el Bernabéu registró un lleno absoluto. Las escasas 750 entradas que quedaban por vender se agotaron horas antes del partido y el club blanco colgó el No hay billetes.