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Primera | Mallorca 0 - Real Madrid 1

Como en los viejos tiempos

Sólo Owen rompió la rutina. Suya fue la asistencia a Ronaldo, que marcó el gol del triunfo. El Madrid no brilló. Y el Mallorca aún menos

Actualizado a
Owen debutó por la lesión de Raúl.

A los cinco minutos, Camacho ya tenía aspecto de haber cambiado una rueda (de camión o de avión): remangado, despeinado y sin chaqueta. Por su aspecto y transpiración se puede saber cómo juega el equipo y ayer su apariencia era, cuando menos, desordenada. Tenía motivos. Ganó el Madrid, pero incurrió en la rutina que desespera, en los errores de siempre, el fútbol lento, la falta de ideas, el equipo que termina quebrado y la debilidad defensiva que convierte en héroe a Casillas. Sólo un soplo de aire fresco: Michael Owen.

A pesar de todos los defectos mencionados, al Madrid le bastó para imponerse a un Mallorca alejadísimo del conjunto que fue hace una temporada. Alejadísimo es una forma de decir peor sin decirlo (y ya lo he dicho), imposible no serlo sin Etoo (y sin Colsa). Si queremos ser optimistas habrá que pensar que todavía es pronto para conjuntar a tantos futbolistas nuevos, pero visto el rendimiento de algunos de los nuevos dan pocas ganas de ser optimista. Pienso en Arango, concretamente. Y, al tiempo, me estremezco.

Antes de comenzar, hay que señalar que la hierba estaba altísima, lo que muchos utilizaron como justificación de la falta de espectáculo. No se sabe si fue descuido del jardinero o artimaña de Floro para obstaculizar el juego del Madrid, nadie responde. Para cualquiera que haya jugado en campos de tierra con balón Mikasa y se haya dejado las rodillas en la tierra y la cabeza en el esférico (duro como bola de cañón) esa excusa suena a peces de colores, pues cualquier matojo que se criaba en esos desiertos era celebrado como un regalo de los dioses.

Estuviera la hierba alta o no, lo cierto es que todos los partidos que disputan el Mallorca y el Real Madrid en Son Moix tienen un punto de enredo, de pelea a tortazos, sin que sea necesario que haya tortas, lo que quiero explicar es que son choques que no parecen combates, sino tumultos.

Y así comenzó el partido, todos ansiosos por detectar alguna novedad, la mano de Camacho, una huella de Floro, ya fuera en actitud, sesuda estrategia o saque de banda. Y no se apreció mucho cambio, esa es la verdad.

No se había cumplido el cuarto de hora cuando a Raúl le anularon un gol por cargar a Niño, que tiene un apellido que le beneficia en este tipo de lances. La falta fue discutible, pero el gol que no valió resultó indiscutiblemente hermoso. Otra metáfora del laberinto en el que está perdido el capitán del Madrid.

Y no habían transcurrido ni cinco minutos cuando pasamos de la metáfora a la cruda realidad. Raúl saltó junto a Müller, central debutante, y salió malparado del encontronazo: bocadillo en la zona de la cartuchera derecha. Nada grave, pero realmente doloroso.

Cojeó durante algunos minutos, sin que nadie osara a calentar en la banda y sin que nadie se atreviera a ordenarlo, y terminó por pedir el cambio. La entrada de Owen en su lugar fue un soplo de aire fresco, una razón para ilusionarse. Y esa sensación, que fue general, debería hacer meditar a quienes se empeñan en alinear a Raúl esté como esté. El descanso no es una ofensa.

No es sencillo juzgar a Owen en un partido tan caótico como el de ayer, pero la impresión final fue muy positiva. Además de asistir a Ronaldo en el tanto que valió el triunfo, dispuso de un par de buenas ocasiones para conseguir el gol, pero le pudo la responsabilidad del estreno, aunque algunos creen que fue culpa de la irregular maleza. Más allá de acciones concretas, lo mejor fue su movilidad, la versatilidad que le permite manejarse con igual peligro en la punta que en cualquiera de los extremos. Es, en definitiva, un futbolista que aporta dinamismo, algo de lo que carece el Madrid.

Me refiero al dinamismo de los delanteros cuando tienen el balón los centrocampistas, término ampuloso cuando sólo hablamos de dos, pero es lo que hay. Es evidente que cuando Figo, Zidane o Ronaldo controlan la pelota el movimiento lo provocan ellos mismos, pero la transición de defensa a ataque se tropieza con posiciones muy estáticas. Y eso retiene el balón en un territorio peligroso, pues cualquier pérdida se convierte en un drama. En ese panorama, Owen, correcaminos entre líneas, ofrece una salida de emergencia.

En la primera mitad, el Mallorca, más que oportunidades, tuvo llegadas. Sucedió eso porque el equipo no dispone de un delantero centro puro, un rematador, lo que se conoce por un killer, alguien que no tiene por qué estar muy dotado técnicamente pero que no tiene traumas ante la portería, ni ve en ella el útero materno ni una cristalería ni le da pena el portero y su familia. Luis García, que es buen futbolista, no es un killer. Y tampoco lo es, evidentemente, Arango, que tiene el mismo filo que una cuchara de palo. Por eso cada internada del Mallorca, cada balón que alcanzaba la línea Maginot del Real Madrid, era como tirar un pétalo de rosa al Cañón del Colorado y esperar el eco.

Y tampoco tiene un centro del campo el Mallorca para permitirse muchos lujos. Marcos Vales es una delicia técnica pero le falta presencia. Y Marcos ya no es el pulmón que era. Y a Pereyra no le vi. Lo mejor: la esperanza que deja Jorge López, la evolución de Campano y las maneras del joven Moyá, portero debutante al que algunos señalan como uno de los mejores del mundo en pocos años.

La solución.

Así las cosas, era cuestión de tiempo que el Madrid consiguiera el gol y, con él, la sentencia. Fue una incursión de Owen por la derecha, desborde y centro templadito al segundo palo, por donde apareció Ronaldo, que sí es un killer (y en serie), que la empujó con el pecho, para qué retorcerse.

A partir de entonces, con el Mallorca volcado y revolcado, el Madrid dispuso de ocasiones clarísimas, pero las falló todas con esa mezcla de desatino y desmayo que saca un poco de quicio. Y también fueron esos los instantes en los que los locales rozaron más claramente el gol. Casillas, especialmente acertado en una estirada fantástica, despejó los peligros. Ronaldo y Casillas, como en los viejos tiempos. Y un cráter en el centro del campo.

Camacho, más compuesto, la manga en su sitio, abandonó el campo como un cohete, es de suponer que para abroncar a quienes celebraran en el vestuario una victoria tan famélica. De triunfos así y de cierto exhibicionismo en el Bernabéu vivió Queiroz en la primera vuelta de la pasada temporada. Tendrá mucho trabajo Camacho para corregir los vicios, sobre todo los que dan triunfos. Aunque más trabajo tendrá Floro.