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Con la ausencia de Marcel Desailly, el seleccionador francés, Jacques Santini, tenía que escoger un nuevo capitán para los próximos partidos de Francia: mañana contra Malta y el miércoles contra Israel. Ayer designó a Zinedine Zidane para llevar el brazalete de un equipo que sigue siendo grande, pero que tiene que hacer olvidar la reciente y triste derrota en casa (0-2) contra la República Checa. Sin hablar, por supuesto, de la cruel decepción del último Mundial. Es una decisión totalmente lógica cuando sabemos lo que representa Zizou no sólo para la población de Francia sino también para sus compañeros de selección, donde, por cierto, los jóvenes empiezan a tener su oportunidad. No vayamos por cuatro caminos. Estoy convencido que este nuevo papel de capitán que le cae encima no le hace mucha gracia a Zidane.

En Madrid como en Francia, Zizou es hombre de pocas palabras. Prefiere expresarse en el césped que en una sala de prensa y no esconde su carácter tímido. Sin embargo, sabe aceptar y asumir las responsabilidades que conlleva su condición de megaestrella del fútbol, de símbolo de una Francia victoriosa y de ejemplo a seguir para los nuevos integrantes de la selección. Ahora le toca ser capitán porque Santini (y muchos franceses estamos de acuerdo con él) piensa que Zidane es el hombre de la situación. Normal, es el futbolista francés que más respeto inspira.