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Suicidio en El Sadar

Cuando vi rodar por los suelos a Raúl, primero, y a Figo, después, pensé que El Sadar había hecho escala en las calles de Caracas convirtiendo el partido en una batalla sin cuartel. Pero estaba equivocado. El Madrid se suicidó en Pamplona por su injustificable apatía en una primera parte regada por los magníficos vinos de Navarra, personificados en ese toro de Leganés llamado Alfredo, y en el arte argentino de Pipa Gancedo. Osasuna me recordó a ese equipo corajudo de Michael Robinson, y si me remonto más atrás hasta me acuerdo de los goles de Iriguibel, que ante el Madrid se tomaba los partidos como una cuestión de honor. Y ganaba...

El líder perdió su condición porque Makelele se vio vendido en la medular, dejando a los navarros la oportunidad de llegar al área del desacertado César con una impunidad propia de un país sin Código Penal. Helguera tenía que achicar agua por todas partes, Hierro estaba en su día malo del año y Bravo estaba desbordado por la responsabilidad de intentar hacer, en vano, de Roberto Carlos. Si a ello añadimos que César se comió el gol de Fernando y que López Nieto convirtió en roja a Helguera lo que sólo era una amarilla, poco queda por añadir. Bueno, sí. El Madrid de la segunda parte sí fue un equipo grande y digno. Además, Morientes reaccionó con hombría tras su inoportuno órdago y marcó su gol centenario. Algo es algo.