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El problema de la desertificación en España se agudiza

“En España, la agricultura se ha industrializado constantemente y tres cuartas partes de la masa terrestre ya es generalmente seca o semiárida”, afirma el Finantial Times.

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Zaragoza, sequía
PEDRO ARMESTRE

España es el país de la UE con mayor riesgo de desertificación”, dijo al Financial Times Teresa Ribera, viceprimera ministra y ministra de Medio Ambiente. Dijo que el gobierno estaba planeando establecer una estrategia nacional este otoño, la primera en 13 años.

Junto a este dato, hace apenas unos días filtraba la primera parte del principal informe sobre el calentamiento global, el elaborado por el Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, donde la alerta es clara, los expertos han elevado el tono sobre las medidas necesarias para evitar los efectos más catastróficos del cambio climático.

Antonio Turiel, doctor en física, investigador del CSIC y experto en energía y cambio climático, es claro: “Un escenario de aumento de tres grados haría que en España la única zona habitable realmente fuera la cornisa cantábrica y alrededores. El resto sería inhabitable, salvo alguna zona del Pirineo y Prepirineo”, según ha comentado en RTVE.

Situación en España

En España, alrededor del 20% de la tierra ya está desertificada, en gran parte por razones históricas como la minería destructiva y la sobreexplotación. En esas áreas, la tierra productiva se ha vuelto incapaz de producir cosechas sustanciales para la vida humana o animal, aunque puede quedar algo de vegetación.

La agricultura intensiva es algo que se ve desde los satélites. El 1% del territorio español se está degradando activamente debido a las prácticas agrícolas intensivas, y ese uno por ciento será mayor porque se verán afectadas indirectamente más zonas, kilómetros alrededor se verán afectados consumiendo agua y otros recursos.

Protestas ayer ante el Parlamento de Londres por el cambio climático.

Qué es la desertificación

No es que avance el desierto, el desierto es otra cosa. La desertificación se trata del uso excesivo no sostenible de los recursos naturales que se reponen muy lentamente, si es que se llegan a reponer.

Dos ejemplos en España

El caso de Almería, las tierras desertificadas como la Sierra de Gádor tienen un suelo fino ligeramente cubierto de vegetación. Mientras tanto, el territorio que se desertifica rápidamente en el este de España puede parecer exuberante y verde debido al agua incautada de una región mucho más amplia.

La industria olivarera en España se ve afectada también en este sentido, sobre todo en Granada y Jaén; el aumento de los cultivos de olivos ha aumentado el gasto del agua. En Andalucía, la agricultura es responsable de casi el 80% del consumo total de agua de la región.

La alerta de Greenpeace

En la actualidad, con más del 75% del territorio español en riesgo de desertificación y el 70% de las demarcaciones hidrográficas españolas con niveles de estrés hídrico alto o severo —y ante los efectos del cambio climático sobre la distribución de las precipitaciones y el aumento en la intensidad de las sequías—, “resulta urgente realizar una transformación profunda de las estrategias de gestión del agua y de los modelos de ocupación del suelo, así como de los riesgos asociados a ellos, de forma que prime el principio de precaución y se impulsen políticas integradoras de adaptación y de ordenación del territorio, que superen intereses sectoriales y visiones cortoplacistas”, afirma Jesús Vargas, desde la Universidad Pablo de Olavide.

Como reconoce el informe Impactos y riesgos derivados del cambio climático en España (2021), elaborado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, se espera, por un lado, un aumento generalizado en la intensidad y magnitud de las sequías meteorológicas e hidrológicas bajo escenarios de cambio climático —debido, principalmente, al aumento de la evapotranspiración y a la reducción de las precipitaciones— y, por otro, una creciente aridez y un aumento del riesgo de desertificación.

Dos fenómenos diferentes, pero íntimamente relacionados, con capacidad de generar importantes efectos adversos sobre la sociedad, la economía y los ecosistemas, que se agravarán en un futuro cercano como consecuencia del cambio climático y de la persistencia de un modelo de gestión insostenible de los recursos suelo y agua.