La emotiva carta de los trabajadores del Gregorio Marañón a sus pacientes
"Aprendimos con dolor e impotencia que hay palabras que no se materializan, que decir mascarilla no protege, y repetir respirador no salva vidas".
La Comunidad de Madrid fue una de las más afectadas por el coronavirus en pleno epicentro de la pandemia. Los hospitales madrileños, como los de la mayoría del país, vivieron momentos de miedo y descontrol ante una situación totalmente desconocida en nuestro país. En el día de hoy, los trabajadores del Hospital Gregorio Marañón han querido difundir una emotiva carta a sus pacientes, en la que expresan que "nada nos paró, ya que cuando uno tiene un porqué siempre encuentra el cómo".
En la misiva, en la que hablan "desde el corazón", escriben a unos pacientes que para ellos no fueron pacientes, sino "familia, porque en estos interminables días habéis sido nuestras parejas, padres, hermanos, abuelos, hijos, y la familia no es una opción, sino entrega".
Destacan los momentos pasados con los pacientes, tanto buenos como malos. "Hemos reído y llorado, hemos apretado los dientes de rabia y para coger impulso. Tuvimos que aprender a leer en vuestros ojos preguntas calladas y intentamos que hallarais en los nuestros miradas de comprensión y consuelo".
En la carta expresan el miedo que sintieron "a perderos, eso nos ha hecho temblar, sollozar y derrumbarnos, pero también levantarnos, porque no era fácil llevar buen lo difícil, pero era imprescindible".
"Aprendimos con dolor e impotencia que hay palabras que no se materializan, que decir mascarilla no protege, y repetir respirador no salva vidas, por mucho que lo intentáramos", señalan en la carta".
Indican también que hubo errores, "mil", pero también aciertos, "dos mil, tres mil maneras de ayudar, cuatro mil desalientos, cinco mil esperanzas y solo una razón, todos y cada uno de vosotros".
Carta al completo de los profesionales del Hospital Gregorio Marañón
Hoy los que formamos esta Casa, el Hospital Gregorio Marañón, os hablamos desde el corazón. Desde el mismo corazón que estos días hemos utilizado como un impulso de trabajo, como un arma de construcción masiva, porque hemos aprendido que quien elige el corazón, no se equivoca nunca.
Estas palabras van dirigidas a todos vosotros, a los que no queremos llamar pacientes, sino familia, porque durante esos interminables días y temidas noches habéis sido nuestras parejas, padres y hermanos, nuestros abuelos, hijos, compañeros y amigos… y la familia no es una opción, ni un contrato, no es nada más, ni nada menos, que entrega.
Aprendimos vuestros nombres para que supierais que estabais con nosotros, para que sintierais que estábamos con vosotros como una necesidad mutua de reconocimiento y “porque dicen que nadie sabe su verdadero nombre hasta que no es llamado por una voz ajena”.
Os hemos tratado, os hemos cuidado, pero también os hemos tendido una mano amiga para ofreceros la humanidad de la compañía, esa que os han arrebatado durante tanto tiempo, soledad a la que nos hemos tenido que condenar tantas veces, extirpándonos el primitivo alivio del cariño.
Por eso hemos hablado con vosotros, reído y llorado, hemos apretado los dientes de rabia y para coger impulso. Tuvimos que aprender a leer en vuestros ojos preguntas calladas e intentamos que hallarais en los nuestros miradas de comprensión, consuelo, esperanza, de gratitud y fuerza.
Tenemos que confesaros que el miedo a perderos nos ha hecho temblar, sollozar y derrumbarnos, pero también nos hizo levantarnos, porque no era fácil llevar bien lo difícil, pero era imprescindible.
Lo hemos intentado con tesón, peleando por daros calidad y ofreciendo siempre calidez. Sin ser conscientes llegamos a acompasar nuestras respiraciones, porque vuestros suspiros eran nuestro aliento, porque cada día era necesariamente uno más y nunca uno menos. Celebrábamos con vosotros la vida a pie de vida, porque sabíamos que perderla era perderos.
Aprendimos con dolor e impotencia que hay palabras que no se materializan, que decir mascarilla, no protege, y repetir respirador no salva vidas, por mucho que lo intentáramos o lo gritáramos. Sin embargo nada nos paró, ya que cuando uno tiene un porqué siempre encuentra el cómo.
Cuando tuvimos que debatirnos entre el miedo y la vocación, siempre optamos por vosotros, y cuando no pudimos remediar lo irremediable, aprendimos que a veces aceptar no es perder, sino vencer.
Os confesamos que guardamos con amargura ese adiós o esa cama vacía, convivir con lo inevitable no doblega la pena, solo obliga a sobreponerse.
Tuvimos mil errores, dos mil aciertos, tres mil maneras de ayudar, cuatro mil desalientos, cinco mil esperanzas pero una sola razón, todos y cada uno de vosotros.
Supimos siempre “que la vida es un don que nos ha sido dado y sólo se merece dándola”, por eso decidimos abrazar a este cruel enemigo común con nuestras vidas para salvar las vuestras.
Hoy todos los que conformamos el Hospital Gregorio Marañón, queremos celebrar con vosotros la salud, porque intentamos suturar el alma y, ahora sí cada salida es un triunfo, cada despedida es un aplauso, cada vida una victoria.
PORQUE YA NUNCA ESTAREMOS SOLOS, Y PORQUE HOY, POR FIN JUNTOS, HEMOS FORMADO UN NOSOTROS.
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