PSICOLOGÍA
Aprendizaje emocional, cómo aprender a gestionar el día a día
Las reacciones emocionales nos ayudan a adaptarnos mejor a las diferentes situaciones que se nos presentan pero, dependiendo de cada persona, pueden acarrear algunos problemas, bien de adaptación, bien de salud, que debemos controlar.
El bienestar es un todo. La unión de la parte física y mental. Y si una de ellas no está bien, la otra tampoco. Por eso es tan importante el aprendizaje emocional, para saber gestionar no sólo nuestras propias emociones, sino para ser capaces de desarrollar herramientas que nos ayuden no sólo en la vida personal, sino también en el trabajo y en el deporte, fundamental ante el aumento diario de estímulos y la capacidad de concentración. Lydia Valentín, campeona de Halterofilia, acaba de incorporar un psicólogo para llegar a los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 en las mejores condiciones.
El aprendizaje emocional
Según crecemos, incorporamos a nuestra mente una serie de reacciones que antes no existían. Por ejemplo, la reacción de asco ante un alimento en mal estado. Ante un sabor, olor... Sin embargo, tenemos otras reacciones, que también acabamos incorporando, que no son naturales, son muy básicas, no son racionales o no se ajustan realmente al estímulo que las ha producido.
Las personas tenemos la capacidad universal de desarrollar distintos tipos de aprendizaje emocional. Por un lado, aprendizaje o condicionamiento asociativo a estímulos relevantes o incondicionados, como por ejemplo alimentos que nos hacen daño, situaciones traumáticas, etc., que ponen en movimiento reacciones emocionales de asco, de miedo u otras emociones básicas. Por este procedimiento, estímulos que anteriormente no provocaban reacción emocional (estímulos neutros), llegan a adquirir la propiedad de disparar dicha reacción.
Existe otro tipo de aprendizaje, el cognitivo. En este otro caso, nuestra reacción emocional se produce ante una situación en la que hemos introducido un sesgo, es decir, hemos interpretado de manera incorrecta, como puede ser un encuentro con otras personas, pero ante el que sin embargo reaccionamos sudando. Valoramos esta reacción como una amenaza pensando que los demás nos van a juzgar negativamente. Le damos cada vez mayor importancia, le prestamos cada vez más atención y magnificamos nuestra reacción, lo que desemboca en ansiedad. Cuando esta se mantiene en el tiempo puede llegar a producirse una fobia social asociada incluso a ataques de pánico.
Estrés, sesgos cognitivos y depresión
El estrés es un proceso que hace que nos activemos para enfrentarnos a determinadas situaciones que nos exigen utilizar más recursos de los habituales. Esto significa que nos cansaremos más pero que, una vez desaparezca el estímulo ante el cual reaccionamos, podremos descansar y recuperarnos.
Cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, comenzamos a estar más tensos, nerviosos e irritables y si se mantiene, tendemos a aumentar los sesgos cognitivos, es decir, nuestra manera de interpretar las situaciones; y, como consecuencia, aparece la ansiedad, el agotamiento físico y mental y los primeros síntomas de lo que podría derivar en una depresión.
En estos casos es más fácil desarrollar problemas de aprendizaje cognitivo-emocional, como pueden ser:
- miedo irracional o temor a algunas reacciones emocionales, debido a una valoración cognitiva (interpretación) de amenaza, por la creencia errónea de que su salud puede correr peligro, cuando sólo está sufriendo la activación fisiológica propia de la ansiedad.
- temor a la ansiedad en situaciones sociales por temor a que los demás se darán cuenta de la torpeza de sus actos. Por ejemplo, miedo a comportarse de una manera inadecuada, que conduce a la inhibición social, porque se piensa que los demás están pendientes de su conducta, le van a evaluar y le van a rechazar.
- evitación de situaciones emocionales, aunque la persona no pueda permitirse evitarlas. Por ejemplo, evitar hablar en público por culpa de la ansiedad, aunque sea una exigencia de su trabajo, o evitar viajar en avión...
- elevada activación fisiológica que provoca rubor, sudor, temblor muscular de extremidades o temblor de voz, porque temen que los demás observen esta respuesta en ellos, les evalúen muy negativamente por no poder controlarla y les rechacen o incluso tenga consecuencias peores (por ejemplo, que les despidan del trabajo).
- problemas de concentración, cansancio físico, contracturas musculares, falta de motivación por el trabajo o cualquier otra actividad desempeñada, debido a que dedican la mayor parte del día a prestarle atención a su ansiedad, a sus miedos, y a preocuparse por lo que podría llegar a ocurrir si no se controlan, lo que a la larga aumenta los niveles de ansiedad.
- problema de insomnio primario asociado a un nuevo hábito, que consiste en repasar los problemas del día a la hora de dormir y anticipar otros problemas, lo que les activa y les impide conciliar el sueño.
Para aprender a controlar estas situaciones hay que tener herramientas y unas rutinas estrictas. Bien acudiendo a un profesional, bien evitando pensar al acostarnos constantemente en estas situaciones; relacionar las situaciones estresantes con lo que pasa en la realidad; pedir ayuda para saber gestionar mucho mejor estas situaciones; manejar la ansiedad de la manera más realista posible, poniendo en valor la realidad frente a lo que pensamos que es la realidad.
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