DIARIO DE LA GAES PILGRIM RACE

Del amarillo al verde, llega el sube y baja

La caravana peregrina abandona Castilla-León y llega a Galicia con su terreno ‘rompepiernas’, desde ahora una constante hasta Santiago.

Villamartín de Valdeorras
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Del amarillo al verde, llega el sube y baja

Del amarillo al verde, del calor seco a la humedad, del llano al sube y baja. En un sólo día el escenario de la GAES Pilgrim Race ha cambiado radicalmente. La caravana peregrina ha dejado atrás Castilla-León y se adentra en Galicia. Santiago de Compostela está a sólo dos etapas, dos jornadas en la que la constante va a ser el terreno ‘rompepiernas’, con una sucesión interminable de subidas y bajadas que rompen la cabeza al más templado.

La monumental Astorga nos despedía de buena mañana, momento en el que el pelotón puso rumbo a uno de los puntos míticos del Camino de Santiago, la Cruz de Ferro. Subiendo sus laderas en los primeros treinta kilómetros ha comenzado el cambio de paisaje, ganando el verde al amarillo castellano. Allá arriba hay que cumplir con la tradición de llevar una piedra para aumentar la base de la cruz que da paso a la vertiginosa bajada hacia Ponferrada, en la que los regueros de tierra que atravesaban el asfalto delataban la gran tormenta que había caído un día antes por esos lares.

Hasta allí nos hemos cruzado con muchos peregrinos, ya que ha sido el único tramo del recorrido que coincidía con el Camino Francés, el más concurrido. Pero en Ponferrada hemos vuelto a cambiar el rumbo para encaminarnos al Camino de Invierno, el que los peregrinos utilizan cuando aprieta el frío para evitar el temido O Cebreiro, el otro gran puerto del viaje, nevado. Siguiendo el curso del río Sil entre viñedos se llega a otro paisaje espectacular, el de las Médulas, una curiosa formación de montañas rojizas en las que hubo una mina de oro en tiempos de los romanos. Y del Bierzo, tras otro gran descenso, nuevo cambio de comarca para pasar a Valdeorras, ya en Ourense, tierra de vino a orillas del Sil.

Mañana, penúltima etapa entre Villamartín y Chantada, otros casi 100 kilómetros con 2.200 metros de desnivel acumulado, en un constante subir y bajar. Pero, como ya no funciona el cronómetro, la mayoría del pelotón se lo toma con mucha calma, parando a tomar un café aquí, un pincho allá o a comer un poco más adelante. El ambiente festivo ha envuelto a la carrera, aunque los kilómetros no los evita nadie.