La segunda jornada del Giro por territorio israelí dejó contentos a casi todos. A Israel, por la promoción del país y el gentío entregado de Haifa y Tel Aviv, a pesar de las autovías que conectaron ambas ciudades. A la organización, por el suculento canon cobrado por llevar la carrera fuera de Europa (más de diez millones de euros) y lo tranquilas que marchan las cosas. A Elia Viviani, quizá el mejor velocista de la presente edición, porque ganó. A Rohan Dennis, porque se puso de líder gracias a los tres segundos de bonificación del sprint intermedio de Cesarea. A Tom Dumoulin, porque soltó el rosa y el Sunweb cedió el control de estos primeros días al BMC. A Enrico Barbin, porque se enfundó la maglia de la montaña con los puntos de la cota de Zikhron Ya’Aqov y empezó a justificar la invitación de su equipo, el Bardiani. A Guillaume Boivin, por colaborar con la fiesta hebrea y mostrar en la escapada el maillot de la Israel Cycling Academy, wild card políticamente correcta. Y al pelotón, en general, por la calma con la que se desarrolló la etapa. Una pachanga.

Tosh van der Sande lo intentó a dos kilómetros del final, en el curveo de Tel Aviv. Sin embargo, no logró romper el ritmo de las escuadras de los sprinters. Viviani, protegido por Stybar y el resto de sus compañeros del Quick Step, sólo necesitó rematar a un valiente Mareczko. El italiano alcanzó su segundo triunfo en la Corsa Rosa y lanzó un aviso: “Me encantaría llegar a Roma con la ciclamino de la regularidad”. Por su parte, Dennis se convirtió en el cuarto corredor en activo que ha liderado las tres grandes, tras Mark Cavendish, Vincenzo Nibali y Fabio Aru: “Un sueño hecho realidad”. Este domingo, último día de travesía por Israel: 229 km por el desierto del Negev (y paso por el cráter de Ramon) para unir Be'er Sheva con Eilat, a orillas del Mar Rojo.