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Ciclismo | Tour 2012 | 10ª etapa

Puro Voeckler

Ganó su tercera etapa en un Tour. Nibali asustó a Wiggins

Cada vez que Thomas Voeckler gana una etapa o se viste de amarillo (de todo hace con bastante frecuencia) sale a colación la historia de su vida. Nació en Alsacia, junto a la frontera alemana (de ahí su apellido germánico), y pasó parte de su infancia en Martinica. Hasta allí le llevó la afición de su padre (psiquiatra) por la navegación a vela. Idéntico origen tiene el drama que le marcó para siempre: cuando Thomas tenía 13 años, su padre desapareció en el mar.

La carrera deportiva de Voeckler (33 años) tampoco es convencional y concentra sus éxitos en el Tour: ha ganado tres etapas (con la de ayer) y ha vestido veinte días de amarillo. En ninguno pasó inadvertido. Expresivo, nervioso, gesticulante, valiente; bastantes veces sobreactuado. Acertó quien le llamó el Virenque del Siglo XXI. Hoy hasta saldrá de lunares.

En la primera etapa alpina, Voeckler fue Voeckler en estado puro. Se metió en la fuga de 25 ciclistas que abrió camino y reclamó con tanta insistencia la atención de las cámaras de televisión que cuando se quiso dar cuenta había ganado la etapa. En ese intervalo nos dio tiempo a amarle y odiarle compulsivamente. Es probable que parecidos sentimientos albergaran sus compañeros de escapada. La parte positiva es que Voeckler es un entusiasta: galopa y corta el viento. La negativa es que corre a pechadas. Habla, saca la lengua, aparta al público, demarra, se descuelga y finge morirse para atacar después. El tic se repitió durante casi cinco horas.

Ahora dejaremos a Voeckler congelado para contar lo que sucedía detrás (y para que sufra). Mientras la victoria de etapa se decidía más arriba, el Sky subía el Grand Colombier con el paso de la oca. Un puerto imponente y un equipo que no lo es menos: Hagen, Rogers, Porte, Froome, Wiggins... Tan difícil como atacar era abrirse paso.

Van den Broeck fue el primer valiente. Su táctica, luego lo supimos, era la de los feos simpáticos: insistir. Y el plan falla pocas veces; no hay roca que no ceda a la erosión del viento en la oreja. Después de varias peripecias y unos cien intentos, el belga arañó medio minuto en meta. Rolland le acompañó en el último tramo de la aventura.

Pero no adelantemos acontecimientos. Lo que pudo ser el meollo de la etapa, y quién sabe si del Tour, tuvo lugar en la vertiginosa bajada. Allí atacó Nibali y por allí se retrasó Wiggins, poco ducho en el descenso de precipicios. Cuando el italiano recibió la ayuda de Sagan (descolgado de la fuga) y la ventaja de ambos alcanzó el minuto pegamos un respingo, casi salto mortal. Duró poco, pero resultó un placer. Y un aviso: la erosión también hará mella en el equipo de luto.

Grande.

Volvamos a Voeckler. Su maniobra final sólo puede calificarse de sublime. Se enzarzó con Luis León (gran sufridor ayer), se desentendió de los ataques de otros y únicamente los atendió cuando la victoria se tornaba heroica. Entonces, retorcido y boqueante, nos venció y nos rendimos.