Los Knicks están fritos

Con los Bulls y los Wolves había ocurrido con anterioridad. Porque del dicho al hecho hay uno o varios pasos y es pertinente que lo debatido tenga una base fehaciente. Thibodeau aprieta las tuercas de sus jugadores en exceso. Minutadas sin control durante la temporada y, ya de forma aún más evidente, cuando los partidos son importantes. En semifinales de conferencia la rotación es de cinco jugadores y poco más. Cierto es que han ido cayendo como moscas algunos miembros de su plantilla, como Randle, Robinson, Bogdanovic e incluso un Anunoby que apunta al sexto como pronto, pero porque el entrenador les abrasa. La rutina no tiene por qué ser positiva y en este caso tenemos demasiados ejemplos para juzgar que a los Knicks les hace mucho daño una estrategia semejante.

Los Pacers ampliaron la inercia del tercer encuentro, en el que un triple chorrero de Nembhard lanzó al equipo hacia la esperanza, y se hicieron con un triunfo desaforado en su pabellón.

+32 para Indiana. Y llegaron a ser 43 de diferencia. Ni orden ni concierto en unos Knicks que están absolutamente fritos. Dieron por perdido este cuarto punto, con ganas de viajar de nuevo al Madison para respirar el aire de su afición y volver a ganar confianza. 121-89 fue el resultado a la conclusión de los 48 minutos.

Los Pacers empatan así la eliminatoria y se ponen el mundo por montera fiándose de que Haliburton se mantenga todo lo sano que no lo están en el otro lado, que va a tirita por hora.

Una irrupción como no han tenido otra permitió a los pupilos de Rick Carlisle destrozar la muralla de los Knicks, que es mucho decir en una serie con unos contactos tan fuertes entre jugadores de uno y otro lado. Ventajas de veinte o cercanas desde el primer cuarto hicieron a los neoyorquinos replantearse su operativa. Estando tan cortos de efectivos, y sabiendo cómo trata Thibs su exigua rotación, no convenía complicarse la vida ni un palmo un día en el que sabes que no vas a irte al hotel con la sonrisa en la cara. Mejor pasar cuando ya estás a veinte y sin enganche posible. Plácida victoria de los Pacers en el estado del baloncesto. Una velada de la que comentar en demasía sería tirar palabras a una pantalla en blanco y estropearla. La guerra vuelve el martes.

Hartenstein, bastión interior para los de N.Y. en estos playoffs, abrió el marcador. Ahí se pasó la energía de los cuerpos de los Knicks a frascos de formol que a ver cuándo se destapan. No fue este domingo. Los Knicks fueron desapareciendo poco a poco hasta que apareció el cansancio, la incredulidad y el sonrojo, así, en esas tres fases. No paraban de caer puntos en su aro y ellos no acertaban ni aunque les pagaran (aún) más. Dos triples, uno de Sheppard y otro de Toppin, llevaron la veintena de margen al marcador y eso que el primer cuarto no había terminado. Ese parcial, 34-14, definió el resto del encuentro. Cero reacción. Era un monólogo. Con la entrada de McConnell se permitieron algunas licencias los locales, pero continuando con el dominio a la hora de encestar. Al descanso, con 69-41, ya había que tener mucha fe para vislumbrar un cambio. A Thibodeau le dio cosa rendirse tan pronto e inició la segunda mitad con los principales, donde Brunson intentaba sus clásicas fintas pero como si fuera una práctica y no un partido de esta talla. De nuevo probó a Jericho Sims ante la falta de pívots y tampoco demostró gran valía para compromisos futuros. Durante el tercer cuarto el técnico de los Knicks fue quitando de pista a sus más habituales, como Hart o DiVincenzo, al ver que nada iba a cambiar. Cuando cedió finalmente, con suplentes a tutiplén en la cancha, un dato explicaba un día tan negro: 3/24 en triples (y acabaron peor, 7/37). Burks, que ha ganado un sitio por la baja de Bogdanovic, aprovechó para empatar a 20 a Haliburton como máximos encestadores del partido. Y eso fue todo, un enfrentamiento de dos niveles pomposamente separados.

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