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HALL OF FAME

“Una medalla de plata que cambió nuestra historia”

La Selección olímpica de 1984, elevada a equipo de leyenda del baloncesto español, participa en la gran ceremonia de La Cartuja.

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“Una medalla de plata que cambió nuestra historia”

De Juan Antonio Corbalán, el capitán, a Fernando Romay pasando por Nacho Solozábal, José Luis Llorente, el gran Epi, Juanma Iturriaga, Josep María Margall, José Manuel Beirán, Andrés Jiménez, Fernando Arcega, Juan Domingo de la Cruz y Fernando Martín, los integrantes de una de nuestras mejores selecciones de siempre fueron venerados en el Estadio de La Cartuja de Sevilla y festejaron juntos como solían, como una familia, la ceremonia de ingreso en el Hall of Fame del baloncesto español. En el recuerdo, claro, el inolvidable Fernando Martín, fallecido en 1989, aunque su hermano Antonio honró su memoria. Faltaron a última hora por enfermedad Solozábal y Epi, nada importante. Y hubo espacio para recordar a los que ya no están, como el seleccionador, Antonio Díaz-­Miguel, su ayudante, Josep Lluís Cortes, y el delegado, Manolo Padilla. No se perdieron la cita los dos otros integrantes del cuerpo técnico, Cristóbal Rodríguez, exjugador y entonces médico, y Paco Binaburu, el fisio. Un equipo que hace 38 años encandilaba a todo un país. “Aquella medalla de plata en Los Ángeles en 1984 cambió nuestra historia”, aseguran los protagonistas. “Somos una familia que aprendió a sobrevivir en momentos duros —dijo Corbalán, que ejerció de portavoz—. Gente que no quiso renunciar a transmitir lo que éramos a las siguientes generaciones. Un espíritu que nos hace únicos en los campeonatos. Hicimos lo que pudimos y pusimos un escaloncito al futuro”.


"Somos una familia que aprendió a sobrevivir en momentos duros"

Porque el baloncesto español ha ganado mucho y durante muchos años, pero hubo una época pasada en la que nada de eso era así. La Selección dio la bienvenida a la década de los 80 del siglo pasado con solo dos medallas separadas casi 40 años la una de la otra (1935 y 1973). El Real Madrid tiraba del baloncesto de clubes con sus éxitos continentales. La competitividad crecía y surgían de nuestras canteras un nutrido grupo de jóvenes con talento, la mayoría hijos ya del baby boom, de la explosión de natalidad que vivió España entre finales de los 50 y los 70. En ese escenario arrancarían los gloriosos 80, incluyan ahí “un factor sociológico” que remarca Llorente y que benefició al baloncesto: “Era el deporte de los universitarios, de los jóvenes, de las mujeres, de las revistas... Los jugadores empezaban a ser conocidos y tenían cierto discurso”.

En ese panorama favorable, con el fútbol en crisis tras la decepción del Mundial 82 y varios desa­cuerdos internos, nos alcanzó la eclosión del balón naranja. Al Madrid se le sumaban el Barça y el Joventut por Europa, nacía la ACB con su playoff, nuevos clubes daban un paso al frente, el Zaragoza ganaba la Copa e irrumpía con fuerza la Selección, y de qué manera, ¡vaya equipo! Uno que cautivó a todos dentro y fuera de las pistas, un grupo de leyenda que desató la pasión por lanzar a canasta en los colegios a la vez que crecían las audiencias.

España, tras no participar en el Mundial de 1978, asomaba en el panorama internacional. A los Juegos Olímpicos de Moscú 80 llegó con una mezcla de humildad y efervescencia y acabó cuarta, clasificación que repitió en el Europeo de 1981 y, de nuevo, en el Mundial 82 de Colombia, pero lo de esa cita ya fueron palabras mayores. El equipo iba a más y alcanzaba su primera victoria oficial frente a EE UU antes de ser atracada en el duelo por el bronce con Yugoslavia, en una afrenta que le hizo ganar seguidores para la causa. “Ustedes dormían, nosotros sonábamos”, escribía Martín Tello en AS, por aquello de la diferencia horaria y la exhibición de los nuestros.


“No cambiaríamos nuestra medalla en los Juegos de Los Ángeles por ninguna, ni siquiera por una de oro en otra competición”

Un año después, en el Eurobasket 83, caía la Unión Soviética de Valters, Myshkin y Sabonis en semifinales y nos colgábamos la plata. Sí, nosotros, la Selección, el equipo del baby boom, empujando en la cancha y en la grada, aunque la mayoría lo hiciéramos por televisión, claro. Y muchos más veteranos que se sumaron con gran ánimo. ¡Qué equipo! Y en esas llegaron los Juegos de Los Ángeles en 1984, con un Preolímpico previo ilusionante y un desembarco en USA de los de pasito a pasito. Triunfo sufrido frente a Canadá (83-82) en el estreno, el subidón de la victoria en cuartos ante Australia (101-93) y la gesta contra Yugoslavia en semifinales (74-61), la de la defensa en zona en la segunda parte, la de los dos bases a la vez, la de la intimidación de Romay, la de las carreras de Llorente, la de los puntos de Margall… Y a la final contra Michael Jordan y EE UU, en El Forum, la pista de los Lakers, en el partido más anhelado. El sueño seguía, aunque la medalla ya estuviera colgada del cuello: plata dorada. “No la cambiaríamos por ninguna”, porque ninguna supo mejor.