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PORTLAND TRAIL BLAZERS

Carmelo, Lillard y el último tren para la pareja de los 400 millones

Uno de los triunfadores del mercado, los Blazers están llamados a pelear por estar en la zona noble del Oeste. Damian Lillard todavía no ha jugado con un vigente all star en Portland.

Carmelo, Lillard y el último tren para la pareja de los 400 millones
Steve DYKESAFP

Los Trail Blazers, finalistas del Oeste en 2019 (4-0 contra unos Warriors sin Kevin Durant aunque manejaron ventajas de más de diez puntos en tres partidos), llegaron a la burbuja de Florida fuera de la zona de playoffs, y necesitaron finalmente el novedoso play in para deshacerse de los bisoños Gizzlies y colarse por la puerta de atrás en las eliminatorias. Allí tuvieron un solo día de gloria: abrieron la primera ronda con un triunfo ante los Lakers y después se llevaron cuatro derrotas seguidas, zarandeados en muchos tramos por el que iba a ser, a la postre, campeón.

En Walt Disney World, y si se permite el chascarrillo fácil, Damian Lillard jugó a un nivel de dibujos animados. Fue MVP de ese regreso y en los ocho partidos previos al play in promedió 37,6 puntos y 9,6 asistencias con un 43,6% en triples. Con su equipo contra las cuerdas y en trance, el base acabó con 51,3 puntos de media en los tres últimos partidos: 51 a los Sixers, 61 a los Mavericks y 42 a los Nets. Sus triples imposibles y sus últimos cuartos sobrehumanos relanzaron a un equipo que, mal mirado, necesitaba partidos estratosféricos de un jugador estratosférico para sobrevivir ante rivales que en general se jugaban poco o nada y que flirteaban con el triunfo casi por inercia gracias, básicamente, al pésimo desplieguen defensivo de los Blazers, finalmente un problema capital en la serie contra el martillo de los ultra físicos Lakers.

Un proyecto venido de repente a menos

En una temporada, los Blazers habían pasado de la su primera final del Oeste desde 2000 a una eliminación sumarísima en primera ronda. Un balance en Regular Season de 35-39 pese a un temporadón de Lillard, que jugó en Chicago su quinto All Star: 30 puntos y 8 asistencias con 4,1 triples anotados en régimen de un 40% de acierto. El techo de su carrera en todos estos números.

Las lesiones jugaron un papel fundamental en la bajada de revoluciones de un equipo que, en todo caso, lleva siete temporadas seguidas en playoffs. Cosa que no es sencilla en el Oeste. Cuatro, eso sí, las ha saldado con eliminaciones en primera ronda. Jusuf Nurkic arrastraba su gravísima lesión (fractura de tibia) de marzo de 2019. Listo para volver justo cuando el coronavirus paró la temporada regular, regresó en la burbuja a muy bien nivel. Zach Collins, el ala-pívot en el que se tenían (y se tienen, pero el tiempo pasa) puestas muchas esperanzas (número 10 de draft en 2017), solo jugó once partidos por una lesión de hombro y se perdió la serie ante los Lakers por otra, esta vez en un tobillo. Las lesiones, al menos, permitieron que en noviembre los Blazers se giraran hacia Carmelo Anthony, que parecía a punto de quedarse sin opciones en la NBA. El alero promedió más de 15 puntos y 6 rebotes por partido, se ganó unos cuantos highlights… y profundizó los problemas defensivos de un equipo cuya primera línea de contención (el backcourt Lillard-CJ McCollum) es una autopista para los rivales.

Las lesiones, en todo caso, no eran la única razón de que los Blazers no fueran tan fieros. En el verano de 2019, el general manager Neil Olshey había tocado muchas teclas pero no había dejado sensación de que el equipo fuera mejor que antes de que él se remangara la camisa y descolgara el teléfono. Cambiar no siempre es mejorar, obviamente. Por el camino se habían quedado jugadores fundamentales en la rotación: Aminu, Harkless y Seth Curry (el hermanísimo); y otros que, a su manera, habían funcionado la temporada anterior: Kanter, Evan Turner, Layman... Rodney Hood, que había llegado en febrero de 2019, se rompió el tendón de Aquiles en diciembre. Y no salió bien la renovación de la rotación con los Bazemore, Hezonja, un Whiteside que no tuvo demasiado valor ni como seguro en las zonas hasta el regreso de Nurkic, Tolliver y un Pau Gasol que no llegó a debutar por la lesión en el pie que le tiene todavía fuera de las pistas y buscando fórmulas para, al menos, estar en Tokio con la Selección. En enero, los Blazers soltaron a Bazemore y Tolliver para hacerse con Trevor Ariza. En junio, el alero renunció a estar en la burbuja para ocuparse de su hijo en medio de una complicada batalla por su custodia.

No fue el curso de los Blazers, desde luego. Un mal síntoma después de que en el verano de 2019 comprometieran más de 300 millones extra para renovar a largo plazo a Lillard y McCollum: extensión de 196 millones y cuatro años para el base (que se acerca a Bill Walton y Clyde Drexler en el panteón histórico de la franquicia), que tiene ahora 30 años y contrato hasta 2025, cuando habrá consumido una player option (2024-25) de ¡54,2 millones de dólares! Y 100 millones por tres años para el escolta, que tiene 29 y vínculo hasta 2024. En total, los Blazers pasaban a invertir 414 millones en sus dos estrellas durante un tramo de seis temporadas.

La eterna cuestión de la pareja Lillard-McCollum

Pero la cuestión es recurrente en Oregón: McCollum es un tremendo talento anotador pero, ¿es el complemento ideal para Lillard? ¿Sería mejor el equipo traspasando al escolta y creando otro tipo de bloque alrededor de Lillard, obvio y extraordinario jugador franquicia? Las preguntas reaparecieron tras la eliminación ante los Lakers, sobre todo después de que en la burbuja se confirmara el ascenso de Gary Trent Jr (21 años), un escolta que es una lapa en defensa y que tiene un notable tiro de tres nada más recibir y sin acaparar la bola. Es decir, un jugador radicalmente opuesto a un McCollum que tiene talento de all star (nunca lo ha sido) y libera a Lillard en muchos tramos… pero es pequeño y débil en defensa y en momentos calientes resulta algo redundante al lado del todopoderoso base. En todo caso, y con sus extensiones de 2019, la apuesta de los Blazers era que funcione un dúo que tiene una excelente química. Al frente un Lillard que es rara avis en esta NBA de 2020: vive en Portland todo el año, está comprometido al máximo con la comunidad y jamás ha amenazado ni presionado a la franquicia ni ha dejado que se airee un posible cambio de aires. Una estrella de vieja escuela que, eso sí, tiene 30 años y afronta su novena temporada en la NBA. Es decir, sabe que el tiempo empezará a agotarse dentro de no mucho, y quiere ganar ya. Y ese ha sido su mensaje a la franquicia en la preparación de esta temporada 2020-21, tal y como él mismo ha reconocido: “Vamos a por ello, démonos la oportunidad de lograr algo grande”.

Dicen que Lillard ha sentido dos veces (fue número 6 del draft de 2012 y Rookie del Año por delante de… Anthony Davis) que sus Blazers podían ser campeones: en la temporada 2014-15 y en otro proyecto muy distinto, en el que formaba con Wesley Matthews, Nico Batum, LaMarcus Aldridge y Robin Lopez. Un equipo que era tercero del Oeste en marzo, cuando Matthews se rompió el tendón de Aquiles. Y en 2019, antes de la barrida de los Warriors. En el primer equipo, McCollum era un meritorio de 23 años que apenas jugaba 16 minutos por partido. A partir de la siguiente temporada, 2015-16, y con un roster totalmente remozado, comenzó el proyecto Lillard-McCollum. Han pasado cinco temporadas con los dos como titulares y este es el balance: tres eliminaciones en primera ronda, una en semifinales de Conferencia y una final del Oeste.

Ese “vamos a por ellos” de Lillard se ha traducido en una ventana de mercado muy agresiva de Olshey. Y muy interesante… y aplaudida por todo el entorno NBA: dio dos primera rondas para cambiar a Trevor Ariza (un alero defensor con buena mano de 35 años) por Robert Covington (un alero defensor con buena mano de 29). Covington es, a priori, exactamente lo que necesitaban Lillard y McCollum: una peste en defensa y una amenaza de perímetro en ataque. Además ha vuelto Kanter (que, con todos su defectos, dejó un gran recuerdo en su anterior paso por el equipo) y se ha apostado por dos jóvenes con un techo alto: Derrick Jones Jr, otro defensor para las alas al que se dan más de 9 millones por temporada (19 por dos) y Harry Giles, un pívot con un enorme talento del que no se sabe muy bien qué tiene dentro tras una extraña estancia en los Kings (así son casi todas las estancias en los Kings). Además se ha mantenido a Hood (19 millones por dos temporadas pese a su grave lesión) y a Carmelo Anthony, que vuelve con un contrato mínimo de una temporada, agradecido al equipo que apostó por él cuando nadie parecía ya dispuesto a hacerlo y con una actitud positiva y humilde: ayudar en lo que haga falta, aportar su puñado de puntos y ser suplente si hace falta. Han salido Whiteside, Hezonja y un Ariza que apenas jugó entre unas cosas y otras. El balance es netamente positivo, claro.

Los Blazers pueden encajar a Covington como una bisagra esencial entre Lillard y McCollum (por fuera) y Collins y Nurkic (por dentro). Pueden usar al recién llegado como ala-pívot, incluso como falso pívot por su capacidad de intimidación (los Rockets lo hacían) en quintetos ultra ligeros. Pueden meter a Carmelo como tres o como cuatro y usar a Trent Jr como stopper defensivo contra los bases rivales. Tienen talento por explotar en Anfernee Simons y Harry Giles, tienen a Derrick Jones como alternativa defensiva, el puñado de puntos de Hood y Kanter y otra wildcard, el alero Nassir Little, elegido en primera ronda de 2019. Y tienen lo que ya tenían: el potencial de Collins y a McCollum y Nurkic como eje al lado de, claro, Lillard, una de las megaestrellas de la NBA y un jugador que es literalmente capaz de todo, de ese puñado de elegidos que es capaz de sembrar el terror en el corazón de los rivales.

La clave estará, claro, en la defensa. Lo sabe Olshey, que ha operado en consecuencia, y lo sabe Terry Stotts, que se ha comprometido a revisar son habitualmente conservadores esquemas. Y lo saben Lillard y McCollum, que han hablado abiertamente de aplicarse el cuento y tomarse como algo personal que los rivales no anoten tan fácil cuando ellos están juntos en pista. Porque si esta vez el equipo no funciona, si es solo otro equipo de playoffs del Oeste (no poca cosa para muchos, no suficiente ya en Oregón) clamarán las voces que repiten que Lillard y McCollum estarían mejor separados. Y Lillard tendrá 31 años cuando acabe la temporada y estará a las puertas de su décimo curso en la NBA. Así que si hay un momento para estos Blazers, al menos tal y como los entendemos en esta configuración, es ahora. No pueden esperar más. No hay excusas.