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Belgrado 2018: la cima más difícil para el Real Madrid

La Euroliga es un torneo extremadamente difícil de ganar. Ahí están los costalazos constantes del CSKA (todopoderoso si se borran las Final Four de su currículum) como metáfora. El dinero no da la felicidad, ni las plantillas de inversión hipertrofiada, ni el liderato en la nueva fase regular, que en ninguno de sus dos primeros años ha casado con el campeón final. Curioso. Lo más parecido a una certeza que hay en el baloncesto europeo es Zeljko Obradovic. Y hasta a él le toca llorar en noches como esta de Belgrado. Va en el cargo.

Se supone que para ganar la Euroliga tiene que salirte todo bien. Tiene que ser tu año. Es un torneo que te limpia a la mínima debilidad, de una selección genética afiladísima. Esa perspectiva multiplica el mérito del Real Madrid, aferrado a una competitividad acorazada que no era una seña de identidad en los primeros pasos de la era Laso. Se unió al libro de estilo sin renunciar a nada, solo enriqueciendo a un equipo que ya es capaz de ganar de cualquier manera. En el mejor sentido de la palabra. También en un año marcado por una catarata de lesiones que habría llenado de excusas a cualquiera. También conquistando el temible OAKA después de ser arrollado en el primer partido y sin Llull ni Campazzo. Y también con la cima más complicada que puede ofrecer el baloncesto fuera de la NBA: CSKA y Fenerbahçe en menos de 48 horas. Todo eso ha conseguido el Real Madrid. Con todos los honores, nuevo campeón de Europa de baloncesto.