BLAZERS 125-WARRIORS 132 (1-3)
Histórico regreso de Stephen Curry para salvar a los Warriors
El base vuelve tras su lesión con 40+9+8 y récord de puntos en una prórroga NBA: 17. Los Blazers, que tuvieron un +16, acabaron arrollados.
En una temporada llena de partidos de su vida, Stephen Curry jugó en Portland otro de los partidos de su vida. Una que recordaremos siempre. Simbólico, crucial, por momentos sobrehumano. Stephen Curry, que nos ha dejado con la boca abierta de forma permanente durante los últimos 18 meses, demostró que nuestra capacidad de admiración no tiene límites, aunque creamos intuirlos. No con él: quince días después de su esguince de rodilla en Houston, volvió a jugar. Salió desde el banquillo, mediado el primer cuarto. Falló sus 9 primeros triples, perdió algunos balones y pareció oxidado durante muchos minutos, sobre todo en defensa. Además de la rodilla, está terminando de curar un tobillo. Los Blazers le buscaron para hacerle correr, le cuerpearon en ataque todo lo que pudieron. Y finalmente, y de alguna manera que costaría explicar si no fuera porque ya no intentamos explicar a este jugador, Stephen Curry terminó con 40 puntos, 9 rebotes y 8 asistencias. Su 0/9 en triples acabó siendo un 5/16: 5/7 en la hora de la verdad.
Curry falló el ataque que pudo evitar la prórroga (con 111-111 y después de un error de Lillard tras excelente defensa de Klay Thompson). Llegó al final del tercer cuarto con 13 puntos y a la prórroga con 23 y un 10/25 en tiros. Terminó con 40 y un 16/32. Eso son 17 puntos con un 6/7 (3/3 en triples) en los cinco minutos extra. Y eso (17 puntos) es más de lo que anotaron los Blazers (14-21) y más de lo que había anotado cualquier jugador en la historia de una prórroga NBA, Regular Season o playoffs. Otra vez, terreno desconocido. Los Blazers se pusieron 116-113 a falta de 3:30... y entonces les cayó encima Stephen Curry. Sencillamente. Los dos últimos triples desde cualquier parte, ya bailando (120-128) sobre la tumba de un rival que no pudo hacer nada porque nadie habría podido hacer nada. Nadie. Lo de Curry en el Moda Center, en un ambiente eléctrico y un partido impresionante (125-132 final), fue histórico, emocionante, ultraterreno; En realidad, inefable. El consejo siempre es el mismo con este jugador: lo que hace hay que verlo. A veces, para creerlo, unas cuantas veces. Y con los ojos como platos. Con él las reglas son elásticas, casi líquidas. Pueden cambiar en cualquier momento. Las del baloncesto... y las de la física.
Curry transforma un intercambio tremendo
Stephen Curry, cuyo (cantado) segundo MVP consecutivo había recorrido las horas previas al partido, había sido duda hasta el último momento y a priori no iba a jugar más de 25 minutos, pendiente de la rodilla. Jugó casi 37 y entró con los Warriors desbordados: 16-2 inicial con un 1/12 en tiros para los de Oakland, negados Klay Thompson y Harrison Barnes. Los Blazers llegaron a tener 16 puntos de ventaja (21-5) de salida, con Lillard y McCollum percutiendo (17 puntos en el primer cuarto por los 18 de los Warriors: 26-18). La reacción de los de Oakland fue progresiva y con dientes de sierra: de 33-29 a 44-33, 67 puntos (demasiados) de los Blazers en un primer tiempo (67-57) cerrado en una confusión por la que navegaban mejor los locales mientras el campeón se desquiciaba con los árbitros tras la expulsión por doble técnica de Livingston, que había protestado una falta no señalada por un clarísimo golpe que le habían dado en la cara. Sin Livingston y con Curry entre algodones (pensábamos), los Blazers (pensábamos) tenían el 2-2 muy a tiro. En el tercer cuarto se llegó a un 71-59, con Lillard y McCollum bajo control pero con un excelente trabajo de los secundarios (Aminu, Plumlee, Harkless, Crabbe, Henderson…) y una tremenda superioridad en el rebote de ataque (al final, 18-10) que daba posesiones extra y mucho oxígeno cuando la batalla fue de trincheras: 85-86 al final del tercer cuarto y antes del tsunami de baloncesto que cerró el partido.
En el último parcial, los Warriors cogieron la inercia ganadora pero estuvieron a punto de ceder a una última racha de canastones de Lillard y McCollum, ya asfixiados por Thompson e Iguodala. Un triple de Harrison Barnes, hasta entonces desaparecido, puso el empate con 51 segundos por jugar, nadie volvió a anotar y así llegó la prórroga. Y Curry, y unos minutos de baloncesto de los que hablaremos siempre. Antes, los Warriors habían salido de un agujero muy negro exprimiendo sus armas: Klay Thompson anotó 4 de sus 5 triples el tercer cuarto tras un extraño 0/1 en el primer tiempo, Bogut metió el cuerpo por todas partes hasta que cometió la sexta falta, Iguodala corrigió las ausencias de Barnes y Draymond Green volvió a ser una mezcla maravillosa de villano, turbina, guía espiritual y jugador extraordinario: 21 puntos, 9 rebotes, 5 asistencias y 7 tapones, algunos en momentos cruciales y en pleno cambio de inercia de un partido en el que pasaron un millón de cosas y al final solo pareció importar una: el advenimiento divino de Curry, que terminó flotando sobre la pista, como caminando sobre las aguas, mientras todos -rivales, público, el mundo en las redes sociales- asumía que los Warriors iban a ganar y que el resto de equipos de la NBA van a tener un buen problema de aquí en adelante: lo que sabíamos antes de sus lesiones.
Hubo mucho lío con los árbitros, de criterio incomprensible, y fases feas de golpes, pérdidas y hack-a-todo el mundo. Pero hubo sobre todo una montaña de baloncesto maravillosa, un partido de playoffs para el recuerdo, un clásico en acción tras la exhibición final de un jugador que estaba lesionado unas horas antes. Mucho más que un jugador. Y 3-1, y otra rebelión sofocada de unos Blazers excelentes, a los que es difícil pedir más. Y ya bola de partido para unos Warriors que, por cierto, siguen sin perder dos partidos seguidos en lo que va de temporada. Y acumulan ya 80 victorias, todavía en segunda ronda de playoffs. Nueve más y serán campeones. Con Curry, con este Curry, con esta iluminación del dios sol de la NBA, parecen desde luego mucho más cerca…