HERBALIFE GRAN CANARIA 94 - GALATASARAY 81
Un fantástico Gran Canaria roza la proeza pero se queda sin final
El Herbalife, exhausto, tuvo la última posesión de la prórroga para clasificarse para la final. Micov, de nuevo decisivo, taponó el intento de Albert Oliver.
Fue necesaria una prórroga para que el Gran Canaria quedara apeado de la que hubiera sido su segunda final consecutiva de Eurocopa. Tenía que remontar 14 puntos, y así fue la diferencia al final de los 40 minutos, 90-76. En la prórroga, víctima de sus propios fallos en tiros libres y de alguna precipitación, dilapidó sus opciones. Sin embargo, cedió con todos los honores.
Metafóricamente hablando, la afición del Granca, enchufada como nunca, metió la primera canasta del partido. Ojalá hubiera contado para el marcador, pensaban los locales, tan sobrepasados como estaban durante el primer cuarto. Una de las consignas del Granca era cerrar su canasta. Pues la primera, en la frente: rebote ofensivo de Lasme para el 0-2. Bien es cierto que Pangos empezó “on fire”, que dirían en su país, y con dos triples seguidos ponía al Herbalife por delante, 8-6. Ocurría sin embargo que la formación otomana, imperturbable hasta el hastío, apretaba sin cesar los grilletes que atenazaban a los de amarillo. De no ser por Seeley, 14 puntos en el primer tiempo, la eliminatoria se habría decidido nada más empezar este segundo envite.
Savané, sustituto de un desaparecido Omic, reventó el aro turco, 18-20, aunque de muy poco le servía a los suyos. Así, un 2+1 de Schilb dejaba el 25-27 al final de los primeros 10 minutos y la esperanza de la gesta cada vez más lejana. Se sentía muy cómodo el Galatasaray, teniendo todas las de ganar si la batalla seguía por esos derroteros de fiesta ofensiva. Movía el balón cómo quería y llegaba hasta la canasta del Herbalife tal que fuera el salón de casa.
Consciente de ello, Aíto consiguió que el Herbalife le pusiera el freno al encuentro en el segundo parcial. A todo esto, Omic había pasado completamente desapercibido en esos diez minutos anteriores (2 puntos, 0 rebotes), y eso era pecado mortal para el equipo insular. Que gravitara el juego sobre él era fundamental. Corajudo como es, ardor guerrero sin fin, el gigante esloveno, con 5 puntos seguidos, puso a los suyos por delante, 35-31, que sudaban cada canasta víctimas de la coraza otomana. Jerrells, otros 5 puntos seguidos, se encargó él solito de apagar la caldera amarilla, y ese 39-39 obligaba al técnico local a parar el partido. No aparecían soluciones, acaso indicios de remontada, hasta que un triple de Newley, con la bocina de final del primer tiempo reventando los altavoces, fue empujado por toda la grada. Ese 48-44, por cómo llegó, bien podía significar el inicio de algo grande.
El baloncesto, bendito hangar de emociones, pasa por ser un deporte donde todo es posible, también por supuesto que el Gran Canaria rozara la remontada. Había que echarle gasolina al fuego, y eso fue lo que hizo un inmenso Pangos nada más comenzar el segundo tiempo (triple para el 51-44), aderezado con un 2+1 posterior que enaltecía ánimos propios y ajenos (54-46). No es el GALATASARAY un equipo que se descomponga fácilmente gracias a Micov, tripulado para templar ánimos, 54-49. Pero el Granca ya estaba por la labora de dejar de economizar esfuerzos. Tampoco Salin, que se inventó un triple en contraataque que suponía el 61-53. Aguilar rozó la remontada poco después desde idéntica distancia, 66-54, y los turcos aguantaban como podían (67-57 al final del tercer cuarto).
Locura
El último cuarto fue una oda al baloncesto, un canto a la magia, danza hechicera la que se veía sobre el parqué del Arena. Bendita locura. Fue un espectáculo precioso, como preciosa fue esa suspensión de 6 metros de Davis para acercar a los suyos, 68-62. Y de repente, como llegado del frío, así se considera su carácter, Rabaseda se destapó con 5 puntos seguidos, triple incluido, para mantener al Granca con vida, 73-62. Su equipo había hecho desde luego lo más difícil. El resto vendría solo.
La primera vez que la eliminatoria se viró del lado grancanario fue tras una canasta de Omic que suponía el 80-64. De milagro no se cayó el Arena entero. Si Seeley fue clave para que el Herbalife creyera, de no ser Micov y su sangre fría, agónica canasta a dos segundos del final, 90-76, el Herbalife hubiera estado en la final sin necesidad de prórroga.
En esos 5 minutos la presión, el pase a la final de la Eurocopa, la Euroliga a dos partidos, atenazó sobremanera a ambos contendientes. Tampoco se le podía exigir mucho más a semejantes gladiadores de uno y otro bando. Seeley volvía a dejar la eliminatoria en casa, 94-78, pero un desaparecido McCollum no había dicho su última palabra (tiros libres para el 94-80). Desde idéntica distancia, y poco después, dejaba el corazón en menos de un puño a los aficionados insulares, 94-81. Le quedaban al Herbalife 17 segundos que valían toda una vida. No una clasificación para la final. Pero sí el reconocimiento unánime de todo el baloncesto continental. Se equivocó Oliver, jugó mal el equipo local esa última posesión. Le condenaron los tiros libres, más no hay lugar ni escenario para reproches. Para ser grandes hay que sufrir derrotas duras. No es el Granca de esos que se rinde. Lo extraordinario para él es ya rutinario. Amenaza con volver.