Curry, 53 puntos y como Michael Jordan: 118 en tres partidos
El MVP hizo las delicias de los aficionados de todo el mundo con otra exhibición de talento. En el tercer cuarto anotó más que los Pelicans (28).
Un demonio al que todos adoran. Para los aficionados del mundo entero, un regalo de los dioses que nació para jugar al baloncesto. Sin embargo, hay gente que no lo ve así. Solo sus rivales lo ven como realmente es: una auténtica pesadilla, un jugador al que puedes defender con contacto o sin él, con rapidez o con músculo, en individual o con ayudas porque da exactamente igual lo que tenga delante. Nadie puede parar (ni siquiera controlar) a Stephen Curry.
Hablamos de un anotador sin fronteras. Cuando el balón está en sus manos, éste busca la red desesperado. Él se limita a acompañarlo desde cualquier rincón de la cancha, una habilidad que escapa al simple talento. Con la sonrisa de jugón puesta, como diría Andrés Montes, Curry patina por los parqués de toda la liga, destrozando a sus rivales y maravillando al mundo. La de ayer solo fue su última composición, una melodía que acelera a su antojo y que congela a todos los que se encuentran siguiendo sus pasos por televisión. Ganaron los Warriors (120-134), no es novedad (los campeones siguen invictos en este inicio de temporada), y el MVP 2015 disfrutó asestando 53 puntos a los New Orleans Pelicans, a solo uno de su récord personal (los 54 que logró en el Madison Square Garden).
Avisó desde el principio. Todos le conocemos, sabemos que si empieza a anotar desde lejos ya no va a parar. Y así fue. Con solo unos minutos de partido disputados, el '30' de los de Oakland se quedó escorado, a unos nueve metros de la canasta y defendido por Anthony Davis. Cualquier otro base hubiera intentado zafarse de los larguísimos brazos del unicejo, pero Curry es diferente, vive en un mundo de dibujos animados. Se levantó sin más, como quien trata de acertar con una pelota de papel en la papelera de la oficina: chof. Apareció la sonrisa maldita del que sabe que tiene a su presa justo donde quería. A ver cómo le paramos ahora, estaría pensando el bueno de Alvin Gentry, que sabe perfectamente de lo que va la película (el año pasado formaba parte del cuerpo técnico de los campeones). Pero ya daba igual: había empezado la fiesta privada Mr. Curry.
La locura colectiva llegó en el tercer cuarto: las metió de todos los colores. La amenaza exterior es tal que acaba encontrando pasillos relativamente sencillos hasta la canasta. Tony Douglas, el último fichaje de los mermados Pelicans, no sabía qué hacer (no se puede hacer nada que no sea aplaudir). Bota el balón a una velocidad endiablada, ni lo ves y si pestañeas se ha ido. Dribla una y otra vez, siempre de una manera diferente y siempre con el mismo resultado: una canasta de bellísima factura. Incluso se da el lujo de repartir asistencias para mantener a todos contentos (hablamos de la mejor plantilla de la liga). Raro fue que casi pierde un balón en pleno bote, pero se rehizo con un pase genial, de espaldas y sin mirar, para el mate de un compañero: nada le podía salir mal. Uno detrás de otro fueron cayendo. Todos acababan dentro. El tres más uno se puede catalogar, incluso, de falta de respeto. Douglas sabía que se la iba a jugar y hasta le hizo falta para evitar la canasta, pero Curry no podía fallar. Chof. 28 puntos en un tercer cuarto de ensueño (su mejor marca personal en un periodo, aún lejos de los 37 que logró el año pasado su compañero Klay Thompson), dos más que todos los jugadores de los Pelicans en ese periodo de tiempo. Inhumano.
Acabó con 53, e igualó los 118 puntos en los tres primeros partidos de una temporada que Michael Jordan había conseguido en la 1989-90, pero solo por que le apeteció repartir nueve pases de canasta (en total fue responsable de 76 puntos, según Elias Sports Bureau). Podría haber anotado todos los que hubiera querido. Eso sí, la frustración de Anthony Davis, al que le acabaron pitando hasta una técnica, no hubiera hecho más que empeorar. Curry es enemigo público, pero uno que se ha ganado con sus actuaciones el corazón de todo el mundo. Un demonio fascinante.