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Paul Pierce cierra el círculo: de Inglewood al Staples

Paul Pierce nació en Oakland hace más de 37 años. Nunca conoció a su padre. Cuando apenas levantaba un metro del suelo se mudó junto a su madre y sus dos hermanastros a Inglewood, Los Ángeles. El mismo suburbio en el que se encontraba el mítico Forum, el pabellón de los Lakers del Showtime. Y por supuesto de Magic Johnson, a quien Pierce creció admirando como tantos otros chavales que comenzaron jugando al baloncesto en las canchas del barrio, las que le permitieron escapar de la violencia de las calles. Eran los tiempos de la época dorada de la NBA, la que cambió para siempre la historia de la Liga. Los angelinos y los Celtics protagonizaron épicas batallas por el anillo. "Ese fue el comienzo para mí. Tenía 6 o 7 años y sólo intentaba conseguir el mejor sitio posible en el suelo de la casa de mi tío para ver esos partidos", recuerda.

"Soñaba con vestir el uniforme de los Lakers. Odiaba los Celtics", reconoce. Quién se lo iba a decir al hijo de una enfermera que tenía hacer doble turnos para poder sacar a su familia adelante. Tras convertirse en uno de los mejores jugadores jóvenes de Estados Unidos y ser seleccionado con el número 10 del draft de 1998 por... Boston Celtics. Una elección sorprendente por dos motivos: nadie imaginaba que Pierce cayera tan bajo y que precisamente fuera el equipo al que creció detestando quien se acordara de él. "No le teníamos en nuestros informes", revelaría años más tarde Chris Wallace, el por entonces general manager. Desde ese instante, la historia dio un vuelco.

Durante las próximas 15 temporadas, Pierce se convirtió en el nuevo símbolo de la afición verde. Con su entrega, sacrificio, puntos, defensa, asistencias, pero sobre todo amor a los colores, tomó el testigo de los Bill Russell o Larry Bird. Casi nada. Llegó a un equipo en el que pronunciar la palabra Playoffs era lo mismo que soñar con encontrarse un oasis en medio del desierto. Nadie dijo que el camino fuera fácil. Paul tuvo incluso que sobrevivir a la muerte tras ser brutalmente apuñalado en un club nocturno cuando intentaba mediar en una pelea. Fue en septiembre del año 2000. Casi dos años después, en 2002, lideró junto a Antoine Walker una primera resurrección de los de Massachusetss que desembocó en la final de la Conferencia Este ante los Nets. Los de New Jersey (ahora en Brooklyn) acabaron logrando el pase a la última ronda, pero Pierce nos regaló en el tercer partido de aquella serie uno de esos momentos que no se olvidan por mucho que se vayan arrancando los calendarios de las paredes. El tercer cuarto concluyó con un 74-53 favorable a los Nets. Nadie había conseguido remontar en la postemporada una desventaja semnejante con sólo 12 minutos por disputarse. Aquel 25 de mayo de 2002 se rompió la maldición. Pierce empezó a ver el aro como una piscina para anotar 19 de los 41 tantos de su equipo en dicho periodo. En medio de un Garden (FleetCenter en aquel momento) enloquecido comenzó a forjar su leyenda.

Tras esa primera aventura el tiempo seguía transcurriendo y pese a encandenar encuentros de más de 30 puntos como quien fabrica churros o firmar dos buzzer beaters consecutivos (es uno de los reyes del Clutch Time), los Celtics seguían sin hacer poder hacer honor a su legendaria historia una vez entrados en el siglo XXI. Todo cambió en el verano de 2007. Danny Ainge reclutó a Ray Allen y Kevin Garnett. Meses más tarde, la franquicia sumó su decimoséptimo anillo al imponerse a los Lakers (tenían que ser ellos) en unas Finales que Pierce logró domar gracias a su dramatismo. En el primer partido, el alero abandonaba la cancha entre claros gestos de dolor. A los seguidores de Boston se les heló entonces la sangre... pero solo durante unos minutos. El TD Garden estalló cuando volvió pocos minutos para comandar el primer golpe de la eliminatoria. No podía ser de otra manera, acabó llevándose el MVP de las Finales. Con un título bajo el brazo, estuvo a punto de volver a alcanzar la gloria en 2010, pero Kobe Bryant, Pau Gasol y compañía se tomaron la revancha.

Aun protagonizaría épicos duelos en los Playoffs con un LeBron James que nunca ha escondido su admiración y respeto hacia 'The Truth'. Ese es el apodo que le puso Shaquille O'Neal a comienzos de los 2000: "Sabía que podía jugar, pero no como lo ha hecho. Paul Pierce es The Truth (la Verdad)". Aquellos Lakers se llevaron el triunfo, pero los 42 tantos que clavó el ex de la Universidad de Kansas jamás podrán ser olvidados. Desde ese instante, el mote con el que le bautizó Diesel se convertiría en una seña de identidad.

Pero llegó el verano de 2013, y tras 15 campañas de intachable servicio, Pierce tomó la decisión más dolorosa de su carrera. Abandonar Boston. Una época había llegado a su fin: así lo entendieron tanto él, como KG y la franquicia. La misión, devolver el orgullo a los verdes, había sido completada. No fue un adiós dramático, sino la culminación natural de un proceso. Y es que, primero desde Brooklyn y más tarde desde Washington DC, nunca ha dejado de ser el gran referente espiritual aún en activo de sus Celtics. Un emblemema celtic. Ahora tampoco será una excepción.

Esta semana ha logrado completar el ciclo: regresar a casa, a California, a Los Ángeles, donde todo empezó. No lo hace vistiendo los colores amarillo y púrpura que veneraba de niño, sino portando la camiseta del equipo vecino, los Clippers. Allí, casi previsiblemente pondrá el punto y final a su vida deportiva habiéndose reencontrado con Doc Rivers, el técnico que le hizo campeón en 2008 y con el que mantiene fuertes lazos de amistad. Intentará conseguir un segundo campeonato, un desenlace poético. Cuando llegó a la NBA puede que mediáticamente quedara relegado por figuras como Allen Iverson o Kobe Bryant, que haya lamentado no poder enfrentarse en plenitud de condiciones a LeBron, su némesis. No importa, pocos jugadores se han visto en las últimas décadas con su clase y sus característicos fadeaways. Podría haber dicho adiós firmando uno de ellos sobre la bocina, aunque fuera de tiempo, en el sexto partido del reciente Hawks-Wizards. Hubiera sido una retirada gloriosa. Pero ha decidido continuar, cerrar el cículo. De Inglewood al Staples. Por primera vez, 'The Truth' recala en el Oeste.