MIAMI HEAT 86 - SAN ANTONIO SPURS 107 (1-3)
Show de los San Antonio Globetrotters y anillo a tiro
Paliza de los San Antonio Spurs ante unos Miami Heat en los que LeBron James estuvo más solo que nunca. Si los texanos ganan el domingo en su casa serán campeones.
Baloncesto se pronuncia San Antonio Spurs. Cuando pensábamos que la exhibición del tercer partido era inigualable, los texanos la refinaron: el martes fue un clínic de tiro, esta vez fue una demolición con frac y sombrero de copa, Fred Astaire golpeando con la frialdad de Eastwood en Harry, el Sucio: “Alégrame el día”. Y los Heat, impotentes hasta querer abrazarles por misericordia, se lo alegraron. Y los Spurs, con esa circulación de balón aparentemente imposible que podría haber diseñador M. C. Escher, nos lo alegraron a (casi) todos. Estamos ante un equipo fabuloso, seguramente el que mejor ha conjugado belleza y victoria desde los Lakers del Showtime, y tras conquistar Miami con dos partidos para recordar tienen a tiro de un triunfo el quinto anillo de la era Duncan-Popovich. El domingo, en su casa, pueden rematar la leyenda.
En el bando contrario, LeBron saludó uno a uno a sus compañeros según se iban, cabizbajos, hacia el vestuario. Demuestra su aguante que resistiera la tentación de darle una colleja a más de uno. Le han dejado tan solo que los Heat, más que al equipo campeón los dos últimos años, recuerdan a aquellos Cavaliers de 2007 que también alcanzaron las Finales con James como principio y fin para ser arrasados por los Spurs. Esa fue la razón por la que acabó abandonando Cleveland y veremos qué decide hacer este verano, cuando puede salir al mercado, si la decepción se confirma. Por ahora, la LeBrondependencia ya ha provocado algo histórico: es la primera vez que la persona con más trabajo de Miami no es un cirujano plástico.
El partido dio malas señales desde el inicio para los locales. Primero, la inquietante niña cantora se lió en el himno y, después, LeBron tuvo que irse dos veces corriendo al baño, una justo antes de empezar y otra a los 7 minutos. Raruno todo. Por fortuna para ellos, San Antonio empezó distraído y falló sus tres primeros tiros, una cantidad a la que no llegó hasta su 22º lanzamiento el martes. Pero, como tantas veces, los suplentes subieron el nivel y cerraron el primer cuarto 17-29 con ocho ‘spurs’ habiendo anotado ya (el noveno, Splitter, lo haría a los 15 segundos de comenzar el segundo). La orquesta se había afinado.
La noche era oscura para Miami, pero su folclórica afición tardó en darse cuenta. En este pabellón, te suena el móvil y quince personas se ponen a bailar a tu alrededor. Así que la grada se pasó un buen rato celebrando los planos de Bolt, Tyson y Serena Williams mientras los Spurs, que si ven un famoso en su pabellón le preguntan si se ha perdido, se despegaban dirigidos por un jugador incomparable: el gran Boris Diaw. El francés, que en un equipo perdedor puede acabar una temporada habiendo cogido más kilos que rebotes, es una gozada cuando está motivado. A Diaw y su desidia les despidieron los horribles Bobcats en marzo de 2012. Dos días después le fichó Popovich y aquí le tenemos, dando una exhibición de cómo se juega a esto en unas Finales: 8 puntos, 9 rebotes y 9 asistencias, alguna propia de Magic por detrás de esa amplia lorza suya. Un fenómeno.
A su lado, Kawhi Leonard (20 puntos, 14 rebotes, tres robos y tres tapones) continuó donde lo había dejado en el tercer partido: dominando en ambas zonas, con una agresividad y una confianza que, si han llegado para quedarse, le convierten en un alero superlativo. LeBron le sufrió de nuevo, pero fue especialmente cruel verle cuando el juego le emparejó con Dwyane Wade, uno de los verdaderamente grandes de la historia cuyo físico parece haberle abandonado para no volver. Una sombra. Spoelstra, desesperado, no supo encontrar más solución que tirar los dados y utilizar a tres jugadores que no habían jugado ni un segundo en los partidos anteriores (Battier, Douglas y Haslem). Como cabía esperar, el invento fue tan exitoso como los del profesor Bacterio. Al descanso, San Antonio ganaba por 19 (36-55) y la afición local abrió los ojos a la fea realidad: abucheos. Pero con ritmo.
A diferencia del tercer partido, Miami ni siquiera demostró orgullo de campeón en la segunda parte. Bueno, LeBron sí, pero verle esforzarse rodeado de corderillos hundidos sólo empeoró la imagen de los Heat. En el tercer cuarto James anotó 19 puntos que hubieran debido liderar una última carga, pero únicamente remarcaron la impotencia de unos compañeros que sólo fueron capaces de anotar dos puntos entre todos. Mientras tanto, San Antonio regalaba unos minutos primorosos y llegaba a escaparse por 25 puntos mientras el pabellón se vaciaba antes del periodo final. Popovich dio minutos a todo su banquillo y los trece jugadores anotaron. Si sale él un rato, también enchufa alguna. Qué equipo. Cuesta imaginar que este anillo no vaya a ser suyo, pero si alguien sabe de derrotas imposibles es San Antonio. Precisamente a ese sexto partido del año pasado debe aferrarse Miami si aún quiere soñar. Necesita un milagro, sí, pero ya los ha hecho antes.