Navarro define la perfección

BARCELONA 96 - REAL MADRID 89

Navarro define la perfección

Navarro define la perfección

RODOLFO MOLINA

DIARIO AS

Con 33 puntos y 44 de valoración y en uno de sus mejores partidos de siempre, Navarro dirige a un Barça que se acerca a la Copa y deja en 14 la racha de triunfos del Madrid.

Hace una semana y cuando perdió en Málaga el Barcelona entró en la UVI, el juego cegado y la confianza estrangulada. Eso parecía. Siete días y un gabinete de crisis después ha jugado dos partidos en los que ha metido 196 puntos, ha zarandeado al acaudalado pero hasta ahora decepcionante Fenerbahçe y ha dejado el récord del Real Madrid en catorce victorias mientras ha dado una zancada casi definitiva hacia la Copa. Así es el deporte, una cuestión tantas veces de ánimo e intangibles pero siempre de talento: no ganó el equipo que lo tiene más repartido sino el que cuenta con el mayor de todos, ese diminuto genio que salta poco, defiende regular y arrastra una fascitis crónica: Juan Carlos Navarro. Uno de los mejores de siempre en, y da casi vértigo decirlo, uno de sus mejores partidos de siempre.

 Los números: 33 puntos y 44 de valoración. 7/8 en tiros de dos, 5/5 en triples, 4/4 en tiros libres, 6 rebotes (más que cualquier jugador del Madrid), 3 asistencias y 8 faltas provocadas. Quedan para la historia y al mismo tiempo no son nada porque no alcanzan a explicar los triples imposibles, las canastas determinantes cada vez que su equipo boqueaba, el rearme anímico de toda una plantilla subida en sus hombros, la rúbrica del triunfo con un triple desde casi nueve metros y cuando el Real Madrid había convertido la recta final en una peligrosa guerra de atrición: de 86-73 (minuto 35) a 86-81 (minutos 38). Entonces, Navarro. Todo el partido: Navarro. 30 minutos, 33 puntos, como los genios de otros tiempos, como los genios de siempre. No son muchos los que pueden presumir de ser y significar tanto para la historia de este juego en el entorno FIBA. Navarro es uno de los mejores de siempre, quizá el mejor libra por libra. Su exhibición de liderazgo, la genialidad que se desborda a chorros por la cancha y esa sonrisa endemoniada que aterra a los rivales explica de punta a punta todo lo que pasó en el Palau. Más allá pareció no haber nada, tan tremenda fue la exhibición del jugador casi divino de Sant Feliu.

Pero sí hubo más, claro. Hubo un muy buen partido por emoción y por alternativas tácticas y anímicas, trabado a veces y desatado en el último cuarto. En el primer tiempo todo giró en torno al duelo Navarro-Rudy, pistoleros sin fronteras. Pero en el segundo se pasó de un tercer cuarto de tenazas y tiros libres a un último en el que llovieron puntos y en el que surgieron Wallace, Mickeal, Lorbek, Jawai, Sergio Rodríguez, Carroll… un final que terminó devorando a Rudy, tremendo hasta el descanso (14 puntos y energía defensiva), zarandeado después por el ciclón Navarro (18 totales con 26 de valoración). Ni finalmente Rudy ni los huecos 12 puntos de Mirotic ni un partido ramplón de Llull, sentado en la resolución (6 puntos, 4 asistencias). Los referentes blancos se encasquillaron en el Palau y si lo de Rudy fue notable pero insuficiente y lo de Llull un mal día en la oficina, quizá lo más preocupante resultó el descorazonador partido de Mirotic, que sigue sin convertir en rutina, y más en las plazas grandes, las heroicidades que promete su descomunal capacidad.

El Barcelona jugó concentrado y consciente. Defendió fuerte, ganó el rebote (31-24) y llevó al Real Madrid a porcentajes bajos. Salió mandando con alternancias defensivas y embestidas de Mickeal y Navarro y dio la sensación de ir a remolque después, cuando al Real Madrid parecía costarle menos conseguir lo mismo y hasta que el fragor siderúrgico del tercer cuarto (61-60, minuto 27) se transformó en una apuesta por el arte desatado y el verso libre: el partido de Navarro. Lorbek sufrió para aportar, dieron tono Wallace, Sada o Jawai y Tomic hizo lo contrario a lo que acostumbraba: un gran partido sin grandes números (8 puntos y 7 rebotes, 4 muy importantes en ataque). Mickeal, otro enemigo íntimo del Real Madrid, sólo se sintió frenado por las faltas. Cuando estuvo en cancha arrasó a Carlos Suárez y metió músculo y personalidad contra el volátil enjambre exterior del Real Madrid (15 puntos en 23 minutos).

El Real Madrid no se afligirá. No necesitaba, récords al margen, la victoria y estuvo siempre en el partido pese a asistir, no pudo hacer otra cosa, a una exhibición inverosímil de un jugador en trance sobrehumano. En el último cuarto se le apareció Sergio (17 puntos, 5 asistencias y la corneta en la carga final) pero con Mirotic frío y Begic helado no le llegó por dentro con el esfuerzo de Felipe y Slaughter. Sabe que su destino es encontrarse con el Barcelona hasta el final de la temporada. La cuestión es cuántas veces y dónde. No siempre será en el Palau ni con tanto desequilibrio en términos de necesidad y hambre. Con todo, debería recuperar la lección de la última final ACB y llevar grabado a fuego que nunca hay que dar por muerto a este Barcelona que ha pasado de horrorizar a maravillar en siete días y que quizá esté pidiendo pista de despegue hacia una segunda mitad de temporada muy diferente. El Clásico ACB le ha devuelto la autoestima, un billete para la Copa que aún tiene que sellar y la sensación de que cuando llega la hora de cruzar espadas y ponerse en manos del talento, tiene el mayor de todos. Único, genial, ingobernable, indefendible e histórico: Juan Carlos Navarro.

 

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