eurobasket 2011 | españa 92 - macedonia 80
Navarro en el Olimpo
Una exhibición sobrehumana de Navarro y la incidencia en el juego de Pau Gasol solventaron un partido que España vio peligrar por sus deméritos. Está en la final y estará en Londres 2012.
Juan Carlos Navarro estaba cerca de cumplir seis años cuando un Larry Bird atónito aseguraba en la trastienda del mítico Garden que había visto a Dios disfrazado de jugador de baloncesto. Era el 19 de abril de 1986 y Michael Jordan había firmado, en pleno fuego cruzado de playoffs, 63 puntos en una actuación superlativa, más que épica y más que histórica. La frase quedó colgada de aquel día y aquel momento, chispas de luz que nunca se extinguen, a las que el tiempo sólo da más brillo y que, intocables, definen un estado inefable de efervescencia, un nivel de juego definitivo. La frase define aquel partido de aquel Michael Jordan en aquella noche del Garden. Lo demás han sido comparaciones con alfileres, referencias con asterisco, citas baratas con tono de disculpa.
Y sin embargo, lo juro, sucedió en Kaunas. La carne de Juan Carlos Navarro Feijoo transmutó en divinidad. Infalible, indefendible, poético, colosal, en estado de trance: luminoso. Una exhibición que explica un partido que vale un puesto en la final, otra medalla para el baloncesto español y un billete para los Juegos Olímpicos de Londres. Juan Carlos Navarro: 191 centímetros del mayor talento, libra por libra, que ha dado nuestro baloncesto. Mucho más que el escudero de Pau Gasol: uno explica al otro, y viceversa, en la maravillosa historia de la generación de 1980, la era de nuestro baloncesto, esta en la que somos la antigua Yugoslavia, la vieja Unión Soviética: la ley y el orden, el bastón de mando del baloncesto continental.
Juan Carlos Navarro, junto a Pau Gasol, ha definido los mejores momentos de España en este Eurobasket: el primer cuarto ante Lituania, el despegue en el tercero ante Eslovenia. En semifinales, cuando España estaba metida en un asfixiante y nervudo cubo de ansiedad, apareció para decidir y definir el partido: 19 puntos en el tercer cuarto, en ese trance sublime y divino, y 35 en total. Sacó a su equipo del atolladero, invirtió una peligrosa dinámica de juego y dejó momentos de poesía cinemática, un dulce crimen que demostró que está a la altura de los grandes exteriores de la historia del viejo continente: es Petrovic, es Gallis, es indefendible e incomparable. Es extraordinario y es la razón de la superioridad casi intelectual de España sobre casi todos los rivales.
Él y Pau Gasol, que vino a este campeonato a la caza de este partido, para garantizar su último sueño olímpico. Esta vez secundario, en un rol parecido al que tiene en LA junto a Kobe, recibió golpes y no tuvo ni un tiro cómodo pero incidió en el juego forma dramática ganando segundas opciones y cambiando tiros en los (pocos) buenos minutos defensivos de España. Terminó, como si no hubiera roto platos, con 22 puntos y 17 rebotes, 9 en ataque. En cuartos, recuerdo, 19+16.
Macedonia, orgullo intacto
Macedonia jugará por el bronce en un torneo del que merece llevarse metal y del que se llevará admiración, empatía y la bandera (¿quién lo imaginaba?) del baloncesto balcánico. Volvió a jugar contra gigantes y volvió a estar a punto de convertirlos en molinos de viento. Soñó hasta donde le llegaron las fuerzas y murió desfondada pero con los puños apretados. Macedonia, además, volvió a jugar muy bien al baloncesto: intensa en defensa, inteligente y colectiva en ataque, sacando el 150% de cada uno de sus recursos, equilibrando cada carencia, volteando cada situación inversa... llegó al descanso por delante (44-45) tras ventilarse el primer estirón de una España todavía remolona. Llegó por delante (48-51 a los 22 minutos) a la fiesta de Navarro y sobrevivió a ella (76-68, minuto 32) hasta donde le dieron las fuerzas. Nadó hasta la orilla aunque perdió el rebote (46-31), aunque se quedó sin triples cómodos en cuanto España defendió con cierta exigencia, aunque se cargaron de faltas Samardziski y Stojanovski... sin apenas rotación pero a hombros de la ilusión y del juego bien interpretado y bien aplicado. A hombros de un pequeño gigante llamado McCalebb: 25 puntos y 5 asistencias, anotador cuando pudo y distribuidor cuando lo necesitó su equipo: líder siempre.
El fuelle de Macedonia desnudó durante casi tres cuartos a una España a la que le faltó en el primer tiempo conciencia competitiva. Encajó muchos puntos y muchas canastas fáciles y no buscó el guión lógico en ataque, que pasaba por minar por dentro su resistencia numérica y anímica. Scariolo, al que se le vieron algunas costuras, se aferró a una rotación de ocho jugadores: Felipe jugó seis segundos y no pisaron la pista San Emeterio, Claver y un Sada que podía haber cambiado una dinámica defensiva que tuvo momentos poco decorosos en el segundo cuarto (27 puntos encajados). En el segundo tiempo descolgó a un Calderón renqueante y a un Rudy esforzado en defensa pero intrascendente en ataque y consiguió subir revoluciones defensiva con Llull y un Ricky que incluso anotó un par de suspensiones (triple incluido). Aleluya. Scariolo descubrió además los valores de Ibaka, que dio minutos de mucha utilidad. Otra vez, aleluya.
Pero todos los análisis quedan a merced de la exhibición de Navarro en el tercer cuarto y la incidencia en las circunstancias del juego de Pau Gasol. Con eso y el peso de los minutos, la fuerza de la calidad y la profundidad de la rotación, España ganó a un equipo que fue cualquier cosa menos un invitado agradecido y empachado en el banquete de las semifinales. Macedonia enamoró durante muchos minutos e hizo méritos para provocar una de las mayores sorpresas de la historia del baloncesto (órdago tras el envite de cuartos ante Lituania). Manejó durante más de medio partido todo lo que sucedió en la cancha, lo técnico y lo humano. Pero no pudo con lo divino, no pudo con un Juan Carlos Navarro Feijoo que fue, en Kaunas, Dios vestido de jugador de baloncesto. Guardemos ese tercer cuarto, el que vale el billete para Londres, en la retina y en la memoria. Algún día contaremos que lo vimos.