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euroliga | maccabi 70 - panathinaikos 78

Europa, hogar de Obradovic

Octavo cetro continental para el técnico serbio y sexto para Panathinaikos ante un Maccabi que peleó hasta el final. Exhibición táctica griega perfectamente ejecutada por Diamantidis.

<strong>PANATHINAIKOS, CAMPEÓN OTRA VEZ.</strong>
PANATHINAIKOS, CAMPEÓN OTRA VEZ.

El 24 de marzo, en torno a las nueve y media de la noche, Panathinaikos penaba en la caldera del Palau. Tras perder el primer partido en el alambre caía por 28-12 después de 14 minutos de juego ante un Barcelona desatado que avanzaba hacia el 2-0 y empezaba a avistar el Sant Jordi y su Final Four, la del anfitrión y defensor del título. Exactamente una semana después Panathinaikos había despachado a un Barcelona desmoronado tras remontar ese partido y ganar los dos siguientes. El conjunto griego era equipo de Final Four y de pronto gran favorito por la jerarquía de ese triunfo, por la numerología (campeón en 2007 y 2009, años impares) y por Zeljko Obradovic, claro.

Zelimir Obradovic, Zeljko, tiene 51 años y se ha pasado los últimos diecinueve ganando Euroligas: ocho. Con Partizan, la primera del Joventut y la última del Real Madrid y cinco con Panathinaikos, que ya tiene seis, iguala a CSKA y acecha las ocho del Real Madrid. Obradovic tiene ocho títulos y 12 presencias en Final Four, más que cualquier equipo. Y tiene Europa, su cortijo, a sus pies. Garantía de éxito y más mago que nunca después de un último año en el que pareció pasarle una nueva ola por encima (la pujanza del Barcelona, el dinero de Olympiacos...) y de comenzar fuera de casi todas las apuestas el nuevo curso continental. Hoy es 8 de mayo y Panathinaikos es campeón de Europa. Lo que se oye al fondo es la carcajada de Obradovic que reí el último, ríe mejor y ríe a mandíbula batiente en un Sant Jordi que vivió un partido grande con un ambiente grande y dos aficiones ausentes y melancólicas: la del Barcelona por no haber podido comparecer a la defensa de su título en su casa, la del Real Madrid por salir por la gatera en el año del regreso.

Más armas, más juego

Este Panathinaikos es tan de Obradovic como siempre pero en muchos sentidos más de Obradovic que nunca. Cuando alinea sus planetas hace equipos invencibles y este lo ha sido en el año en el que había perdido a Spanoulis, a Pekovic... Cada mala noticia se ha convertido en una buena porque ha tomado aún más responsabilidad y liderazgo la vieja guardia: Batiste, Nicholas, Fotsis... y el ineludible Diamantidis. MVP de la competición y de la final, Mejor Defensor e intérprete de Obradovic en cancha. El mejor General para el mejor Mariscal, casi el profeta de una palabra divina que viene del banquillo. Diamantidis la descifra y la reparte por el mundo. Si Obradovic es el rey de este triunfo, Blatt merece una cuota de protagonismo cercana por haber obrado el milagro de la final con otro histórico (once Final Four, cinco coronas) que empezaba el año como outsider. Panathinaikos descubrió unas carencias que el Real Madrid no pudo ni siquiera rascar en semifinales: la ausencia de Perkins, la falta de profundidad. Blatt disimuló hasta el final con un equipo que no se rindió nunca, compitió hasta la última gota de sudor y exprimió sus opciones a base de variantes defensivas e intensidad, la propuesta de otro técnico extraordinario.

Pero la tarde del Sant Jordi era verde, era de Obradovic. Su lección fue excelsa, para visionar y tomar notas. Usó sobre Schortsanitis a Vougioukas y Maric antes de lanzar a pista a un Batiste que acabó resultando instrumental (18 puntos, 6 rebotes). Dosificó a Sato (tres triples determinantes en el tercer cuarto) y alternó en su juego exterior con Calathes y un Nicholas que fue espectador en el primer tiempo y ejecutor en el segundo: 14 puntos y en la práctica segundo playmaker al lado del infinito Diamantidis, el mejor jugador de esta competición y el mejor jugador de la final, un tipo con todos los hechos del juego en la cabeza y unas facultades inabarcables: 16 puntos, 5 rebotes, 2 robos, 9 asistencias, 7 faltas recibias, 24 de valoración y el termómetro del partido siempre en su bolsillo.

Maccabi sobrevivió a un primer tiempo ya teñido de verde (30-33 en el marcador, 25-44 en valoración) gracias al tiro exterior de Blu y Pnini y la calidad de Eidson (17 puntos, 7 rebotes), imparable en el primer tiempo pero minimizado después. Pargo y Schortsanitis no anotaron en juego hasta el segundo tiempo. El pívot (4 puntos, 0 rebotes) casi nunca recibió en posiciones óptimas y se vio lastrado por las faltas personales: lo que el Real Madrid ni supo ni pudo hacer. En el segundo tiempo el equipo macabeo sacó la cabeza (36-35) hasta que aparecieron los triples de Sato, el yo-yo de Diamantidis, el goteo incesante de Nicholas, el corpachón de Batiste... Experiencia, calidad, roles, compromiso y un plan maestro: un campeón de Europa justo, brillante e incluso lógico.

Agotado el tercer cuarto (43-54) el partido estaba decidido. A Maccabi le queda la honra de la pelea con fe fanática, pero una decena de puntos ante este Panathinaikos de Obradovic y Diamantidis es un océano insalvable, un universo abismal. Las variantes defensivas de Blatt crearon pequeñas dudas (64-69 con 90 segundos por jugar) pero al equipo griego le bastó incluso con un pulso irregular en la línea de tiros libres (14/24). Era el campeón inesperado en octubre y de consenso hace un puñado de días. En cualquier caso, campeón y rey de una Europa que otra vez es griega y verde, una Europa que otra vez es Obradovic.